LA HABANA, Cuba. – La lluvia siempre comienza por una gota, así solía decir mi abuela Ángela, y miraba al cielo, al nubarrón que en lo alto se anunciaba. Mi abuela cerraba puertas y ventanas y aguzaba los oídos, esperaba la primera gota que luego se rompería en el techo de la casa o en lo más alto de algún árbol, en sus hojas, para escurrirse luego y caer al suelo finalmente. Mi abuela esperaba el aguacero, y yo con ella.

Con mi abuela Ángela aprendí a esperar la lluvia, a cotejar la última gota con la que la estuvo antecediendo. Cuando era niño me gustaba la lluvia y su in crescendo. Cuando era niño adoraba la lluvia y su rompimiento sobre cualquier superficie; en la calle, sobre el techo y el árbol. Cuando era un niño adoraba el aguacero, y sobre todo que me callera encima el aguacero; gota a gota sobre mi cabeza, sobre el cuerpo todo.

Cuando era un niño me gustaba correr “entripado en agua” y saltar sobre los charcos, salpicar, salpicarme, chapotear. Cuando era un niño me gustaba esperar fuera de casa el apagamiento de la lluvia, me gustaba esperar el escurrimiento de la lluvia, su entrada a los tragantes, y también la inundación que me llevaba al chapoteo. Cuando era un niño creía que no había mejor ducha que esa que Dios abría desde lo más alto del cielo.

Cuando era niño no temía a la lluvia, y no me asustaban las tormentas eléctricas, pero eso fue hace ya tiempo. Ya no soy un niño, ya no me gusta la lluvia en sus excesos. Ya no soy tan hedonista, ya sé que la lluvia no cae por mí, y también reconozco que la lluvia, y sus excesos, podrían ser terribles, podrían ser letales, incluso nefastos.

Ya no soy tan hedonista, ya no encuentro tanto placer en el aguacero, ya no me enerva el aguacero, aunque sigo reconociendo sus utilidades, esas que sirven, que premian, a muchos desaguados. Ya no soy tan hedonista, ya no me asisten las mismas pasiones que, en otros tiempos, me despertaron los aguaceros. Ahora tengo con la lluvia una relación más sutil, ahora puedo aplaudir una llovizna. Ahora temo a esos aguaceros que están por llegar a La Habana.

Ya faltan pocos días, ya no hay tiempo para conseguir el vigor que las casas cubanas necesitan para resistir lo que se nos viene encima. Muchos han sido los años de abandono y mucha la desidia. No se conseguirá, en unos pocos días, hacer desaparecer esas goteras, nada sutiles, que caerán sobre el colchón que no encontrará el mejor resguardo, y por mucho que se aparten los muebles, por mucho que se cubran con nailon, con lo que sea, se hará el desastre.

Pienso ahora en todas las desgracias que acompañaran a esas lluvias tan intensas, tan persistentes. Ahora pienso en esta ciudad en la que vivo, en esta ciudad vieja y desatendida, y en la lluvia tan pertinaz como la mosca. Hoy pienso en las aguas que caerán del cielo y en los techos desvencijados de las desarmadas casas habaneras, de las casas de toda la Isla. Ahora pienso en todas las goteras que en La Habana son.

Ahora pienso en los colchones que se pondrán al sol cuando el sol vuelva después de las lluvias, cuando lleguen las moscas y se posen en los destrozos. ¿Y qué seremos tras esas lluvias que están por llegar? ¿Qué seremos cuando el sol apague la humedad? Ya imagino los colchones en las calles y bajo el sol. ¿Cuánto soles necesitaremos para aplacar las humedades?

Otra vez el desastre, otra vez la disyuntiva, otra vez la única alternativa. Todos los caminos confundiéndonos tras el desastre. Todos los caminos conduciéndonos al desastre, a la ruina. Todos los caminos alejándonos de Roma y los derechos. Todos los caminos en reversa, el albedrío y el desorden, el desastre, el dilema, el devenir, la desesperación, el derecho que no consigue fuerzas… la maldita circunstancia del agua por todas partes, el desastre, la locura, la muerte…

¿Seremos polvo tras la lluvia? ¿Seremos polvo enamorado? ¿Seremos polvo? ¿Seremos fango? ¿Qué seremos tras las lluvias? ¿Otra vez el desastre? ¿Después de la lluvia el arcoíris? ¿Después de la lluvia sale el sol? ¿Después de la lluvia y la tempestad llegará finalmente la calma? ¿Seremos? ¿Qué seremos tras esas lluvias que están por llegar? ¿Seremos polvo? ¿Seremos polvo muerto? ¿Seremos polvo libre? ¿Qué seremos?

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QOSHE - ¿A mal tiempo buena cara? - Jorge Ángel Pérez
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¿A mal tiempo buena cara?

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16.12.2023

LA HABANA, Cuba. – La lluvia siempre comienza por una gota, así solía decir mi abuela Ángela, y miraba al cielo, al nubarrón que en lo alto se anunciaba. Mi abuela cerraba puertas y ventanas y aguzaba los oídos, esperaba la primera gota que luego se rompería en el techo de la casa o en lo más alto de algún árbol, en sus hojas, para escurrirse luego y caer al suelo finalmente. Mi abuela esperaba el aguacero, y yo con ella.

Con mi abuela Ángela aprendí a esperar la lluvia, a cotejar la última gota con la que la estuvo antecediendo. Cuando era niño me gustaba la lluvia y su in crescendo. Cuando era niño adoraba la lluvia y su rompimiento sobre cualquier superficie; en la calle, sobre el techo y el árbol. Cuando era un niño adoraba el aguacero, y sobre todo que me callera encima el aguacero; gota a gota sobre mi cabeza, sobre el cuerpo todo.

Cuando era un niño me gustaba correr “entripado en agua” y saltar sobre los charcos, salpicar, salpicarme, chapotear. Cuando era un niño me gustaba esperar fuera de casa el apagamiento de la lluvia, me gustaba esperar el escurrimiento de la lluvia, su entrada a los tragantes, y también la........

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