FILADELFIA, Estados Unidos. – Asistí a la recién concluida Feria del Libro de Tampa, invitado por el principal organizador del evento, el señor Alberto Sicilia, con quien hablé por vía telefónica desde mi casa en Filadelfia. Como no resido en la capital del exilio, no sé si por esta causa puedo o no ser llamado un “escritor de Miami”. Lo que sí sé (y conozco al personaje mejor que cualquiera) es que soy un escritor exiliado cubano. Asistí, pues, como uno más de estos, con la intención de presentar mi novela Historias que nunca nos contaron, anteriormente lanzada en París a invitación de la Maison de l’Amérique Latine, ocasión esta en la que, asimismo, presenté como editor, un poemario de Zoé Valdés, Las niñas duermen del otro lado, dedicado a Caracas.

A la Feria de Tampa, naturalmente, me acompañaron numerosos títulos publicados por Ediciones La Gota de Agua, entre ellos, el de Zoé; los Cuentos y relatos desconocidos de José María Heredia, y del mismo autor, Cuentos orientales y otra narrativa; Agonía, y otros cuentos, de Ofelia Rodríguez Acosta; una antología poética de Emilia Bernal Agüero; Las moscas verdes, relato de ciencia ficción de José Abreu Felippe; dos títulos del género de literatura infantil y un número de otros títulos que conforman el catálogo de La Gota de Agua, incluidos ejemplares de todos y cada uno de los Cuadernos monográficos / Dossier dedicados a escritores de nuestras letras, de indiscutible relieve o significación.

El propósito de semejante desembarco literario en la Feria de Tampa no se explica por un mero afán de protagonismo autoral, sino, evidentemente con el de divulgar libros y autores ignorados, desconocidos o marginados. Al regreso a casa, no me traje otros libros que los intercambiados con otros autores. En otras palabras, los que no se vendieron, o intercambiaron, fueron regalados o donados a algún fondo local, cuyos organizadores se hallaban presentes. En mi opinión, este fue el éxito, al menos en el plano personal, de la cita de Tampa.

Por otra parte, de haber sabido que una delegación oficial de Cuba (lo de oficial sale sobrando, ya que es redundante tratándose del lugar de procedencia antes dicho) vendría invitada a la Feria, yo no hubiera asistido ni me habría sumado al entusiasmo que despertó en muchísimos escritores y pequeñas editoriales independientes del exilio, la convocatoria. Menos aún hubiese considerado asistir, de saber que, entre los invitados provenientes de Cuba, se hallaba nada más y nada menos que el connotado funcionario de Cultura y censor de oficio Francisco López Sacha.

Hace unos años, me vi obligado a rebatir públicamente algunas afirmaciones tendenciosas insertadas por él en un prólogo a Isla tan dulce y otros cuentos, antología de escritores exiliados, coordinada por Carlos Espinosa Domínguez, para la Feria del Libro de Guadalajara, que tenía a Cuba como país invitado, y en la que, el comisario López Sacha se vio obligado a colocar un prólogo, que Espinosa (residente en el exterior) me aseguró correría de su parte, de ahí que lo autorizara a incluir mi relato.

Sin embargo, el verdadero objeto del mencionado prólogo, como podrá ver quienquiera que se tome el trabajo de leerlo, era restarle carga a dos de los cuentos que integraban el volumen, a saber, el que yo firmaba y el que correspondía a Luis Marcelino Gómez, ambos escritores salidos de Cuba durante el éxodo del Mariel. Los reparos de López Sacha contra estos cuentos en particular no iban por falta de virtudes literarias, que él llega a admitir poseen ambas piezas, sino por razones ideológicas o “de visión”. Mi respuesta fue insertada en la revista literaria digital venezolana Letralia, tierra de letras, y debe hallarse ahí también, para quienes se interesen en conocer la riposta.

Más conocido, naturalmente, y mucho más reciente, resulta el hecho de que este mismo funcionario firmara la carta de los intelectuales y otros figurones de la cultura oficial en la que expresaban conformidad y apoyo decidido a la represión contra el pueblo que manifestó en las calles, el 11 y 12 de julio de 2021, su rechazo a la tiranía. ¿De qué modo habría podido yo estar dispuesto a codearme con semejante personaje en un escenario cualquiera de saber de antemano que este era, nada menos, invitado de excepción a la Feria de Tampa? Y de este engaño responsabilizo a los organizadores en su conjunto, bien que algunos pudieran desconocer de lo que iba realmente el asunto.

Procedente de Miami, a donde volé desde Filadelfia, días antes, llegué a la ciudad ferial con el periodista, escritor y amigo Luis de la Paz. Enseguida nos ubicamos y, aunque no estuvimos en la ceremonia de apertura, participamos como escuchas y en conversaciones (no conversatorios que, en propiedad no estuvieron dispuestos) sobre todo lo que nos atañe como escritores, ciudadanos y simples individuos.

Las llamadas carpas, o quioscos para la exhibición de los libros de que dispusieron un número de editoriales del exilio y otras ajenas a este, exhibían una muestra muy desigual, que iba desde la interminable galería de títulos de Primigenios, editorial de muy reciente inserción en el mercado, y, sin embargo, en capacidad de exhibir fila tras fila de inusitados títulos, pasando por los que mostraban una docena o más de libros de su sello, y acababa por los más modestos tenderetes, a los que uno se acercaba con tiento y se marchaba con pena, a la vista de las piezas exhibidas. Con igual escala podrían ser medidas las presentaciones a cargo de los escritores participantes, entre los que se dieron brillantes exposiciones y lecturas, y, otras, que no alcanzaban vuelo alguno, o resultaron pedestres y ramplonas, más que simplemente, obra de autores aficionados.

Sin embargo, todo esto pudiera considerarse con latitud, si se considera que se trataba de la primera feria de su tipo habida en la ciudad de Tampa y que la organización del evento en cuestión parecía obra de un solo hombre, o al menos de un pequeño equipo de apoyo a su gestión. Por esta misma causa, llega a preguntarse uno, a posteriori, cómo es que, disponiendo de tan pocos recursos, puede invitarse a esta delegación oficial procedente de La Habana. ¿Quién pagó por los visados y los pasaportes? ¿Quién financió el viaje y la estadía en Tampa? Da para especular sobre el asunto el hecho mismo de que los invitados de excepción no aparecieran en el programa, y el que el mismo no estuviera disponible antes de la inauguración del evento. ¿Va a resultar que nosotros, los contribuyentes, en particular los del estado de Florida, a través de instituciones libres, garantizamos a la tiranía la oportunidad de que sus funcionarios vinieran a intervenir un cónclave concebido para ciudadanos libres, o al menos, para que los que no lo son puedan contar con un foro solidario y abierto? Habrá que llegar a resolver estas interrogantes.

Muchas de las sesiones planeadas por los organizadores coincidían las unas con las otras, lo que obligaba a decantarse por una cualquiera.

Las correspondientes al último día, domingo 10 de marzo, no tuvieron en cuenta el cambio de horario que ocurrió, y, en consecuencia, debió retrasarse su comienzo por falta de público asistente. En la sesión en la que me correspondía presentar mi novela, junto a Luis de la Paz, que igualmente presentaba un libro suyo, y a la joven y talentosa periodista, editora y escritora colombiana Lina Toro, tuvimos que aguardar pacientemente a que el público fuera llegando. Durante un tiempo interminable aguardamos, persuadidos de que no tendríamos público al que dirigirnos. Al cabo de mucho esperar, sin embargo, la sala fue llenándose y pudimos comenzar. El público presente respondió con calor a las tres presentaciones, pero hay que decir que fueron en particular las correspondientes a Morelli y De la Paz las que provocaron más interés, y el deseo de hablar de Cuba, de la situación cubana, y no menos, por conocer la opinión que se guardaban, herméticos, algunos de los cubanos venidos de la Isla, presentes entre el público, que se hacían pasar, muy efectivamente, por ubicuos fantasmas o invitados de piedra.

Los intercambios entre el público y los escritores mencionados se produjeron con espontaneidad al principio, pero pronto la intención de descarrilar el intercambio, que convocaba a manifestarse a los isleños visitantes, expresándose con absoluta libertad, sin conseguirlo, fue descarrilado por alguien en particular quien trajo por las barbas a Edipo y a Yocasta y acabó por hablar de la milenaria tradición de las luchas, no sé si de la realeza entre sí misma, o entre tirios y otomanos.

Más adelante, tendría ocasión de conocer que este docto personaje era parte del equipo organizador de la Feria. Tendría ocasión, asimismo, de oírlo desbarrar nuevamente, con un sentido de absoluta autoridad, mientras se jactaba en un círculo reunido a la sombra de la carpa que correspondía a la editorial Primigenios, de la presunta lección que había significado su intervención, frente a la recalcitrante chusma miamense, entre la que, supongo, se me contaba. Entre las frases que, por azar pude escucharle ―¿cómo no recordar joyitas tales como las siguientes?―: “¿Qué tanto hablar y hablar esta gente, de doble moral? Se la pasan hablando de que, en Cuba, que si los escritores, y la hipocresía de todo el mundo, y la doble moral… ¡La doble y la triple moral! ¡De todos modos, mejor [es] tener doble moral, que tener una sola, ¿no?”.

Su elocuencia y el círculo matonesco que lo rodeaba me dejaron sin palabras. ¡Vaya por delante la verdad, monda y lironda! También pesaba la consideración de mi parte, de seguir oyendo declaraciones tan persuasivas y razonadas en boca del personaje. Y a manera de coda, o algo así, poco después escuché una afirmación digna de perdurar en los anales de la mentecatería más connotada: “De todos modos —apuntó el que acaparaba la conversación con sus iguales— que Lezama murió en Cuba. ¡No en Miami! No, en Miami. En La Habana, Cuba”.

Este personaje, equivalente en cierto modo (y solo en cierto modo) al comisario López Sacha, ¿quién es?, ¿alguien lo sabe? ¿Qué papel juega en todo esto, y qué función jugó en esto de traer a una delegación oficial del Partido Comunista que regentea Cuba, a la Feria del Libro de Tampa? Seguramente acabará por saberse. Yo aquí no quito ni pongo coma. Relato lo que vi y alcancé a escuchar, cuando, por azar, acerté a hallarme en las proximidades del excéntrico y locuaz individuo al que me he referido, que lo mismo diserta con el fin de descarrilar un debate legítimo habido lugar en una sesión de trabajo sobre la verdadera tragedia de Edipo (la cual, nada tendría que ver con la teoría de Freud, según afirma el personaje de marras), que se ejercita en filípicas contra los escritores “miamenses” que se atreven a plantear críticas al silencio y a la complicidad con la tiranía cubana, de sus escritores orgánicos, una vez fuera del recinto.

De veras, ¿quién es? ¿Y de qué ejerce este caballero? ¿Se trata de un agente? ¿De un infiltrado? Lo más probable es que se trate de don Nadie, ese típico, útil, y en última instancia prescindible peón de cuadras, que cree cumplir con entorpecer el avance de su contrario, mientras descuida su flanco izquierdo y lo deja expuesto al avance incontenible de la verdad. Lo ocurrido en el espacio ferial, o a propósito de la organización de la Feria tampeña, ilustra muy bien —demasiado bien— la mala calaña del régimen y de sus seguidores y siervos. A punto he estado de decir, a manera de resumen: ¡Yo me erizo!, pero temo que algún policía de la lengua me imponga por eso, el pago de una multa de 7.000 pesos cubanos, como ocurre en la Isla, representada tan ventajosamente por los visitantes oficiales.

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Invitados oficialistas en la Feria del Libro de Tampa: ¡Yo me erizo!

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16.03.2024

FILADELFIA, Estados Unidos. – Asistí a la recién concluida Feria del Libro de Tampa, invitado por el principal organizador del evento, el señor Alberto Sicilia, con quien hablé por vía telefónica desde mi casa en Filadelfia. Como no resido en la capital del exilio, no sé si por esta causa puedo o no ser llamado un “escritor de Miami”. Lo que sí sé (y conozco al personaje mejor que cualquiera) es que soy un escritor exiliado cubano. Asistí, pues, como uno más de estos, con la intención de presentar mi novela Historias que nunca nos contaron, anteriormente lanzada en París a invitación de la Maison de l’Amérique Latine, ocasión esta en la que, asimismo, presenté como editor, un poemario de Zoé Valdés, Las niñas duermen del otro lado, dedicado a Caracas.

A la Feria de Tampa, naturalmente, me acompañaron numerosos títulos publicados por Ediciones La Gota de Agua, entre ellos, el de Zoé; los Cuentos y relatos desconocidos de José María Heredia, y del mismo autor, Cuentos orientales y otra narrativa; Agonía, y otros cuentos, de Ofelia Rodríguez Acosta; una antología poética de Emilia Bernal Agüero; Las moscas verdes, relato de ciencia ficción de José Abreu Felippe; dos títulos del género de literatura infantil y un número de otros títulos que conforman el catálogo de La Gota de Agua, incluidos ejemplares de todos y cada uno de los Cuadernos monográficos / Dossier dedicados a escritores de nuestras letras, de indiscutible relieve o significación.

El propósito de semejante desembarco literario en la Feria de Tampa no se explica por un mero afán de protagonismo autoral, sino, evidentemente con el de divulgar libros y autores ignorados, desconocidos o marginados. Al regreso a casa, no me traje otros libros que los intercambiados con otros autores. En otras palabras, los que no se vendieron, o intercambiaron, fueron regalados o donados a algún fondo local, cuyos organizadores se hallaban presentes. En mi opinión, este fue el éxito, al menos en el plano personal, de la cita de Tampa.

Por otra parte, de haber sabido que una delegación oficial de Cuba (lo de oficial sale sobrando, ya que es redundante tratándose del lugar de procedencia antes dicho) vendría invitada a la Feria, yo no hubiera asistido ni me habría sumado al entusiasmo que despertó en muchísimos escritores y pequeñas editoriales independientes del exilio, la convocatoria. Menos aún hubiese considerado asistir, de saber que, entre los invitados provenientes de Cuba, se hallaba nada más y nada menos que el connotado funcionario de Cultura y censor de oficio Francisco López Sacha.

Hace unos años, me vi obligado a rebatir públicamente algunas afirmaciones tendenciosas insertadas por él en un prólogo a Isla tan dulce y otros cuentos, antología de escritores exiliados, coordinada por Carlos Espinosa Domínguez, para la Feria del Libro de Guadalajara, que tenía a Cuba como país invitado, y en la que, el comisario López........

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