Tenía ganas de escribir todos los dígitos de 2024. Muchos hemos vivido en los dos últimos milenios (aunque suene exagerado) y, mojón a mojón, nos aproximamos al primer cuarto de siglo. 2025. El año que viene, mañana, será una explosión electoral urbi et orbi. Está previsto que medio planeta, unos 4.000 millones de personas, acudan a votar en más de 75 países. En España, Galicia, lo hará en febrero.
Vamos a vivir un tsunami electoral inédito. Bill Gates se lleva las manos a la cabeza en un extenso artículo en su blog. Se le ocurre imaginar que podrá cambiar el curso de la historia de la humanidad. Han hablado expertos cualificados y todos ponen el acento en la inteligencia artificial, más una obsesión, la ciberseguridad. Si el refrán “año bisiesto, año siniestro” nos arredra, mala cosa. Porque siendo 2024, en efecto, un año de 366 días (febrero tendrá 29 y Sánchez podrá celebrar su cumpleaños), conviene romper el maleficio tras el último pésimo recuerdo de la pandemia en 2020. Si no, estamos aviados.
De modo que va a ser un año universal de sufragios. Y me he puesto a rebuscar indicios de buena o mala suerte. Se votará en grandes territorios, desde USA a India o Sudáfrica, desde Rusia a la UE. ¡Un megaaño electoral! Diríase que España tomó la delantera, y verán por qué. La pandemia de las urnas debería ser una plaga benigna, cuya contagiosidad contribuya a hacer florecer la mejor convivencia de que seamos capaces. Ya era hora de tener una pandemia buena, diríamos en la orilla de este día que separa dos años, si no fuera que subyacen en ella algunas sorpresas que pudieran ser desagradables. Tales contingencias residen en los hechos y en las palabras. La palabra del año, como saben, según la Fundéu, es la polarización.
Nuestra sociedad (de Tenerife a Connecticut) está polarizada. Y esta acritud española nos alerta de los riesgos de un año electoralmente tan profuso. La cornucopia de las urnas contiene frutos para todos los gustos. Y ya ven a dónde ha llevado el me gusta la fruta de Ayuso contra Sánchez, la “polarización asimétrica”: “Gente que insulta y gente que somos insultados a causa de una frustración electoral”, como denunciara el presidente en el balance del año. La Fundéu da en el clavo. Y 2024 será el plató global de la gula de rabia política que emerge a estribor. En ese clima se disponen a votar en el mundo entero.
Ya en 2016 alguien abrió esta veda: “Repugnante, asquerosa, despreciable, canalla, sucia”, le decía Donald Trump a Hillary Clinton en la campaña electoral de EE.UU. (también se jactaba de que “podría disparar a gente en la Quinta Avenida y no perdería votos”), sin tener plena conciencia de estar fundando toda una lexicología ideológica corrosiva. Y hemos llegado, en la cresta de esa ola, a este año de patas gruesas, 2024. De esta pandemia saldremos trasquilados o fortalecidos, quién sabe si también mejores personas y mejor habladas.
No será intrascendente semejante fasto electoral. Nada menos que en la Unión Europea y en EE.UU. están llamados a las urnas. También en Rusia, en marzo, pero estas no cuentan, porque se sabe de antemano el resultado. El inquilino del Kremlin lleva en el poder desde 2000 y se propone seguir dando guerra hasta 2036, según la ley que aprobó meses antes de invadir Ucrania.
El verdadero suspense de este año dragón, según el horóscopo chino, es el fuego que expulse por la boca el populismo radical en Europa y en Norteamérica. En la Casa Blanca, de un candidato rapaz como Trump, que se presenta casi con grilletes, se puede esperar cualquier cosa desde que mandó asaltar el Capitolio el 6 de enero de 2021. En su día cobró cuerpo la tesis de un tándem espurio Putin-Trump, que ahora revestiría peligros mayores, con el yanqui presumiendo de dictador.
En paralelo, en junio, Europa ha de habérselas con el mismo problema. Si la pujanza ultraconservadora en países como Alemania, Francia, Italia y Países Bajos, entre otros, confirma dicho escoramiento político, pronto la UE empezaría a cuestionarse su propia razón de ser. La inanición de Europa es el gran sueño de la ultraderecha euroescéptica, pero ahora sus posibilidades de éxito son superiores a las de hace cuatro años. El fenómeno Milei en Argentina (mitificado por la derecha, que no le afea siquiera que pretenda arrogarse poderes legislativos para gobernar con la motosierra) no es necesariamente extrapolable a este otro lado del Atlántico, pero la elección de Trump, la reelección de Putin y un paseo militar de las derechas radicales hasta adueñarse del Parlamento Europeo confirmarían el vaticinio de un nuevo rumbo, un ethos fatídico de Occidente. Y, por ende, 2024 habría engendrado al monstruo del que Europa ha estado huyendo durante 80 años temiendo que la historia se repita en su pesadilla.
Es en este contexto en el que se explican las pasadas elecciones del 23J en España, ya no como un caso aislado, sino premonitorio. Nada hace impensable que las fuerzas reaccionarias acaben produciendo un amplio proceso de regresión política en el maremágnun de elecciones que se avecina. Al igual que en España, las encuestas y tendencias pueden errar. Y entonces estaríamos hablando de otro diagnóstico, seguramente igual de traumático para quienes vieran truncadas sus expectativas.
Pero Jacques Delors acaba de morir con 96 años, y no verá si la UE, obra suya en gran medida, corre peligro en junio o salvará los muebles a la española. También ha muerto Wolfgang Schäuble, el exministro de Finanzas de Merkel que quería expulsar a Grecia de la UE por sus pecados en la Gran Recesión e impuso recetas de austeridad con mano de hierro que pasaron a la historia como el austericidio. Se han ido el constructor de Europa y el que amenazó con amputarla si no se entraba por el aro. ¿Qué nos queda? El sexto sentido. La historia se ha hecho con intuición, hasta el día que nos gobierne la inteligencia artificial, que no sabemos aún si será de izquierda o de derecha.

QOSHE - 2024, la mayor apoteosis electoral de la historia - Carmelo Rivero
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2024, la mayor apoteosis electoral de la historia

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31.12.2023

Tenía ganas de escribir todos los dígitos de 2024. Muchos hemos vivido en los dos últimos milenios (aunque suene exagerado) y, mojón a mojón, nos aproximamos al primer cuarto de siglo. 2025. El año que viene, mañana, será una explosión electoral urbi et orbi. Está previsto que medio planeta, unos 4.000 millones de personas, acudan a votar en más de 75 países. En España, Galicia, lo hará en febrero.
Vamos a vivir un tsunami electoral inédito. Bill Gates se lleva las manos a la cabeza en un extenso artículo en su blog. Se le ocurre imaginar que podrá cambiar el curso de la historia de la humanidad. Han hablado expertos cualificados y todos ponen el acento en la inteligencia artificial, más una obsesión, la ciberseguridad. Si el refrán “año bisiesto, año siniestro” nos arredra, mala cosa. Porque siendo 2024, en efecto, un año de 366 días (febrero tendrá 29 y Sánchez podrá celebrar su cumpleaños), conviene romper el maleficio tras el último pésimo recuerdo de la pandemia en 2020. Si no, estamos aviados.
De modo que va a ser un año universal de sufragios. Y me he puesto a rebuscar indicios de buena o mala suerte. Se votará en grandes territorios, desde USA a India o Sudáfrica, desde Rusia a la UE. ¡Un megaaño electoral! Diríase que España tomó la delantera, y verán por qué. La pandemia de las urnas debería ser una plaga benigna, cuya contagiosidad contribuya a hacer florecer la mejor convivencia de que seamos capaces. Ya era hora de tener una pandemia........

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