La escritora Carmen Posadas hizo acto de presencia en el Social Lab de la Fundación DIARIO DE AVISOS con la ortodoxia de una espía, sigilosa y documentada, con suma elegancia, cayendo bien desde el primer momento y luciendo un bolso que despertó curiosidad, dispuesta a escrutarlo todo con la mirada insomne mientras ganaba tiempo con educadas nostalgias del patito feo de la infancia de esta novelista atractiva de obra holgada que ha enterrado la timidez.


En la Guerra Fría que vivió del tingo al tango, entre espías de verdad, el mundo le parecía razonablemente convencional y seguro. Los bloques se espiaban hasta la saciedad, incluso toscamente con los micrófonos saltando de las lámparas, pero había una entente cordiale, y estaban aquellos acuerdos START de control de misiles nucleares. Ahora todo está patas arriba. ¡Es el pandemónium nuestro de cada día! Posadas se quejaba del actual desorden mundial en mitad de las guerras modernas que nos encarecen la vida y en vísperas de que el Tribunal Internacional de La Haya dictara el veredicto de este viernes: hay indicios de genocidio en Gaza por parte de Israel. Ni nada ya es lo mismo ni nada será igual. La escritora estaba sentada delante de su público, lectores y postulantes, y sabía que la grababan. Toda la vida lo ha sabido.


Durante una hora que los televidentes han podido disfrutar en ATLÁNTICO TELEVISION, la narradora uruguaya (casi paisana, por tanto) compuso una escena propia de una de las mujeres espías de su último relato-ensayo, la que tejía los mensajes sentada fingiendo bordar para sus jefes de Londres, el MI6. En la charla distendida del plató donde intervino estoy convencido de que no dio puntada sin hilo. En cierto modo, todas las vidas son un ejercicio de espionaje. Y de erudición. Las gentes son sabias sin saberlo y en Canarias está aquella figura de a quien no se le escapa nada, los vecinos que se quedan con todo asomados a la ventana. Los otros, los desentendidos se atoran con gofio, como recuerda oír decir en Uruguay con un toque de canarismo.


Hay mucha información almacenada en toda clase de gente. Posadas, que escribe de espaldas a la ventana (como apuntó la periodista Fátima Bravo), para no distraerse en la cornucopia de su imaginación, dice que un novelista ha de sentir que tiene una pistola en la sien. Para nunca levantarse ante la página en blanco.


Esta vez hablaba, una mañana santacrucera de preCarnaval (cuando la calle se prepara para disfrazarse y expiar después sus pecados), delante de un público selecto del club del Foro Premium del Atlántico. No era la primera vez que venía a la isla. Fue aquí donde la invitaron a dar una conferencia cuando su marido era el gobernador del Banco de España Mariano Rubio y el país ya apuntaba maneras en la crispación inquisidora tan común estos días de odio y furia. Posadas, autora de un manual del perfecto arribista, se había casado con un hombre poderoso y no se lo perdonaron, hasta la crueldad, ni siquiera su amigo Jimmy Giménez-Arnau, y le hicieron una suerte de cancelación, de la que -recuerda agradecida- la rescató aquella llamada providencial para hablar en un hotel de Tenerife. En La Palma la suelen convocar a departir entre escritores hispanoamericanos, una cita que un día abortó un volcán. Ahora volvía al lugar del crimen, la isla del Teide, el otro volcán que vigila con una larga vigilia espiadora.


Esta es también una isla asociada a la reina inglesa de la novela negra, Agatha Christie, de cuando vino a ocultarse del mundo tras su ruptura matrimonial después de la que dieran por muerta. Carmen Posadas, que idolatra a Christie y ha cultivado hasta sus rituales y manías, encarna un personaje real surtido de su propia ficción, que ya ha sido biografiado. Eran tres niñas que salían a la calle en el Montevideo natal fundado por canarios y Posadas recuerda los piropos para sus hermanas y el comentario neutro de que ella era simplemente “alta”.
En la casa familiar, una de las plantas estaba reservada a los espíritus de los antepasados muertos. La niña Carmen Posadas se vestía con los trajes antiguos de su bisabuela Clemencia. Su madre creía en los espíritus, y, más tarde, en el lejano Moscú, adonde viajó la familia con Luis Posadas, el padre diplomático, escuchó voces y ruidos de lamento en la embajada. No picó. Eran trucos de espías en el país de los micrófonos ocultos. Trataban de asustarla con la historia de un supuesto crimen horripilante ocurrido en aquella vivienda, confiando en que saliera huyendo. Los soviéticos preferían a los embajadores a solas, para que entraran en escena las meretrices entrenadas en sonsacar información.


Posadas, afincada en España, ha hecho de la vida oficio. Su último libro, Licencia para espiar, es la prueba de ello. El universo literario de esta mujer que ganó el premio Planeta con Pequeñas infamias y ha enseñado, en sociedad con su hermano Gervasio, a miles de potenciales escritores, le lleva de la vida a la ficción como si todo fuera la misma cosa. Lo suyo es congeniar las musas con el amor y el humor dándose la mano. En Invitación a un asesinato (que veremos en Netflix) teje esa clase de bufandas con la atención puesta en los demás, como aquella espía insospechada.


Alguna vez ha contado que antes de ser novelista buscó trabajo en las ofertas de los periódicos y reparó en un anuncio: “Hágase rico plantando champiñones”. Plantó libros y le ha ido bien.


A Carmen Posadas le atraía la idea de volver a la isla de aquella conferencia en el Mencey, siguiendo los pasos de Agatha Christie, con un bolso que parecía caro y resultó una ganga de un mercadillo de México. Le pusieron un micrófono en la blusa y se sentó delante de las cámaras, en un acto de espionaje televisivo a cara descubierta.

QOSHE - Carmen Posadas, de espaldas a la ventana - Carmelo Rivero
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Carmen Posadas, de espaldas a la ventana

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28.01.2024

La escritora Carmen Posadas hizo acto de presencia en el Social Lab de la Fundación DIARIO DE AVISOS con la ortodoxia de una espía, sigilosa y documentada, con suma elegancia, cayendo bien desde el primer momento y luciendo un bolso que despertó curiosidad, dispuesta a escrutarlo todo con la mirada insomne mientras ganaba tiempo con educadas nostalgias del patito feo de la infancia de esta novelista atractiva de obra holgada que ha enterrado la timidez.


En la Guerra Fría que vivió del tingo al tango, entre espías de verdad, el mundo le parecía razonablemente convencional y seguro. Los bloques se espiaban hasta la saciedad, incluso toscamente con los micrófonos saltando de las lámparas, pero había una entente cordiale, y estaban aquellos acuerdos START de control de misiles nucleares. Ahora todo está patas arriba. ¡Es el pandemónium nuestro de cada día! Posadas se quejaba del actual desorden mundial en mitad de las guerras modernas que nos encarecen la vida y en vísperas de que el Tribunal Internacional de La Haya dictara el veredicto de este viernes: hay indicios de genocidio en Gaza por parte de Israel. Ni nada ya es lo mismo ni nada será igual. La escritora estaba sentada delante de su público, lectores y postulantes, y sabía que la grababan. Toda la vida lo ha sabido.


Durante una hora que los televidentes han podido disfrutar en ATLÁNTICO TELEVISION, la narradora uruguaya (casi paisana, por tanto) compuso una........

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