Hoy hago un alto en el camino al cumplir 67 años y 55 de periodista. Un matrimonio de esmeralda. Me jubilo por las mismas razones que todo el mundo. Es mucho tiempo, que en mi caso es todo el tiempo. A los 12 años subí las escaleras de La Tarde y me presenté ante don Víctor Zurita, el legendario director del vespertino, que me publicó los primeros textos de mi cosecha. Desde ese momento hasta este domingo he venido jugando a inmortal. Pero el distrés, créanme, no es una afección alegórica, poseo pruebas de ello en mi propia familia.
Me pondré a escribir a mi antojo y pasaré a un discreto plano como consejero editorial, con que me honra esta casa. Prestaré servicios voluntarios al último periódico de mi currículum, seguiré con las dos columnas semanales y ofreceré entregas esporádicas para matar el gusanillo.

Lo peor de las transiciones es cómo se hace esto. No está escrito. El cambio de estatus se va diciendo por sí solo. Primero dejé de dirigir y después he desempeñado funciones de adjunto al editor. A partir de ahora es el turno de Agustín González y Juan Carlos Mateu, codirectores a las órdenes del editor, Lucas Fernández. No podía quedar el periódico en mejores manos. Con ellos y el recordado Fran Domínguez formamos desde 2016 el cuadro directivo del nuevo DIARIO DE AVISOS, ¡con 134 años de antigüedad!, al que ya había pertenecido junto a mi hermano Martín cuando la cabecera se mudó de La Palma a Tenerife. Esta ha sido la mejor singladura para culminar una larga travesía en mi caso. El equipo humano que encontré y que en su mayor parte continúa en todos los departamentos tiene el don de hacer milagros que he visto con mis propios ojos.

Cuando dejé la tele o la radio o algún medio me dejó a mí siempre busqué salidas. Y no me fue mal. Recuerdo que, en mitad de una racha nefasta, mi hermano Martín propuso hacer libros, de Valdano a Los Sabandeños, y nos cambió la suerte, fue la etapa de mayor proyección y éxito. Ahora es distinto, doy un paso al costado y estoy sin él. Con pocos secretos, salvo la fiel poesía, que me ha acompañado y permanece inédita en el arcón de todos estos años. El periodista jubilado es un carcamal con pantalones cortos. Un senderista infantiloide en busca de camino. Sigue purgando el comején de la curiosidad liberado de responsabilidades. Pero se reivindica, no quiere ser un muñeco roto. Consciente de la vanagloria de esa estolidez, le daré naturalidad al nuevo registro después de trotar sin descanso como si me fuera la vida en ello.

Uno ha sido periodista en la mejor época posible, la de las mayores transformaciones, la de Juan Cruz, faro intergeneracional y conmilitón de complicidades, ambos con una implacable longevidad en la prensa. Empecé pronto y se me pasó volando medio siglo, pero, como no he tenido costumbre de coger vacaciones, mi tiempo de juego se amplifica con ese tiempo añadido que ahora se alarga de otro modo. Con el límite formal puesto en los 67 años, miro a mi hijo, que tiene la edad con que debuté, y comprendo que ha pasado una eternidad.

La decisión estaba tomada hace un año, pero la muerte de mi hermano, en marzo de 2023, la aplazó para no ahondar este paso. Martín estuvo conmigo desde los inicios y juntos hicimos toda la mili, de Franco a La Gaceta de Canarias, pasando por medios locales y de ámbito nacional. Habíamos cofundado con una vanguardia de profesionales audaces aquel periódico romántico en La Laguna. Teníamos los sueños intactos hasta que se rompieron los jarrones y renunciamos. Entonces, Martín montó una empresa de comunicación y se reinventó sobre la marcha como productor musical y gestor cultural, granjeándose un rápido prestigio.

Yo seguí en esto, porque no sabía hacer otra cosa, de verdad. Y lo he hecho lo mejor que he podido. Este trabajo es duro y difícil. En la mítica revista Triunfo, cuando nos agasajaron como colaboradores José Ángel Ezcurra, Manuel Vázquez Montalbán y Eduardo Haro Tecglen, pensamos, ¡qué gente más currante y qué buena! Benevolentes y geniales. Pero no es lo habitual. Hay un bacilo vanidoso en un gremio que se sobreestima. Todavía descubro a grandes periodistas jóvenes y es emocionante.

Nosotros éramos tres. Martín, Carmelo y Zenaido. Alfonso García Ramos nos puso un reto que Zenaido Hernández Cabrera aún recuerda sobrecogido. Fue cuando nos encargó entrevistar para La Tarde a un exilio de renombre: desde Severo Ochoa a Rafael Alberti. Eso, para empezar.

Muchos años después, recibimos una llamada de Madrid, de madrugada. Daniel Gavela, redactor jefe de El País, nos reprendía por la perífrasis innecesaria en un párrafo engorroso de una información. Él puso título a nuestra biografía de Iñaki Gabilondo: Ciudadano en Gran Vía.

Cuando en un periódico nos dieron pasaporte por razones políticas, Paco Padrón se enteró y nos reclutó ese mismo día para el equipo que dirigía en Suárez Guerra, con el que iba a resucitar Radio Club, la gran aventura de los años 70-90. Entre los fichajes precoces, figuraba Lucas Fernández, que ha sido mi último jefe y un editor de luces largas en tiempos difíciles. ¿Vienen tiempos mejores? Yo creo que sí, aunque suene a chiste. Nos salvarán las serendipias.

QOSHE - Con júbilo, me jubilo - Carmelo Rivero
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Con júbilo, me jubilo

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31.03.2024

Hoy hago un alto en el camino al cumplir 67 años y 55 de periodista. Un matrimonio de esmeralda. Me jubilo por las mismas razones que todo el mundo. Es mucho tiempo, que en mi caso es todo el tiempo. A los 12 años subí las escaleras de La Tarde y me presenté ante don Víctor Zurita, el legendario director del vespertino, que me publicó los primeros textos de mi cosecha. Desde ese momento hasta este domingo he venido jugando a inmortal. Pero el distrés, créanme, no es una afección alegórica, poseo pruebas de ello en mi propia familia.
Me pondré a escribir a mi antojo y pasaré a un discreto plano como consejero editorial, con que me honra esta casa. Prestaré servicios voluntarios al último periódico de mi currículum, seguiré con las dos columnas semanales y ofreceré entregas esporádicas para matar el gusanillo.

Lo peor de las transiciones es cómo se hace esto. No está escrito. El cambio de estatus se va diciendo por sí solo. Primero dejé de dirigir y después he desempeñado funciones de adjunto al editor. A partir de ahora es el turno de Agustín González y Juan Carlos Mateu, codirectores a las órdenes del editor, Lucas Fernández. No podía quedar el periódico en mejores manos. Con ellos y el recordado Fran Domínguez formamos desde 2016 el cuadro directivo del nuevo DIARIO DE........

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