Ahora hemos caído en la cuenta de que tener un círculo de amistades es más importante de lo que creíamos. Lo hemos leído por todas partes, como una consigna de supervivientes que se transmite de boca en boca. La abundante soledad y el tipo de vida abolieron aquella vieja costumbre de reunirse con los amigos y se fue reduciendo el núcleo a tres, dos, uno. Ya solos, en la cómoda despensa de la gran reclusión, el contacto con los demás se fue volviendo superfluo. Hoy, en cambio, empieza a ser un lujo. Dicen que las redes sociales y el solipsismo del mundo digital han engendrado este endriago de ecosistema, y lo que resulta es un ciudadano encerrado en su burbuja particular. El aislamiento vuelve imprevisibles los comportamientos humanos, surge una nueva identidad y la conducta se trastoca o se trastorna. Ese nido de lobos solitarios enchufados a internet (incluidas en ocasiones la deep web y la dark web, que son las aguas profundas y oscuras) no podía alumbrar nada bueno; quizá de ahí, la España actual arremolinada, tosca y vandálica, quién sabe. Aunque ya haya gobierno, hay quien halla en el desgobierno su caldo de cultivo para un Bolsonaro o un Milei, salvadas las distancias. El deporte, las escuelas de danza, la gimnasia grupal al aire libre, los talleres literarios, las agrupaciones del Carnaval y cuantas actividades colectivas entrañan encuentro y aproximación, en nuestro caso isleño, ayudan a paliar ese ostracismo. Todo roce humano produce telomerasa, que es la enzima de la vida, prolonga la salud y es cono plantar la semilla del sentido común. Lo que urge por una escasez dramática. De esas cosas nadie nos advirtió nunca. Salíamos en pandilla, jugábamos en la calle en bandadas y hacíamos todo juntos. Hubo un tiempo, en la infancia y la adolescencia, en que no concebíamos ninguna tarea sin el otro. Hacíamos planes de cualquier naturaleza contando con el consiguiente pelotón de colegas. Y ese hábito asociativo nos hacía sentir bien.


Pero ahora viene la ciencia y nos informa de que cualquier modelo de confluencia humana contribuye decisivamente al bienestar. Sabíamos del bonbivant y del dolce far niente, pero de resto, era un apéndice de autoayuda, consejos de cabecera para mentes débiles. Hasta que comenzaron a aflorar reacciones desequilibradas entre la gente, y el dislate se generalizaba, como hemos visto estos días y otros anteriores. Yo atribuyo el despertar de este interés inusitado por la salud y los tips de calidad de vida a la pandemia, que es antecesora de toda la actual resquebrajadura social. Una de las manifestaciones ultras más llamativas fue el no a la mascarilla. Acusaban a Bill Gates de conspirar con el virus y etcétera etcétera, se reunían en plazas, megáfono en mano. Así empezó todo. Y nos entró el canguelo y nos pusimos a averiguar, a leer y a conocer todo ese mundo paliativo preventivo de percances mayores. Queríamos curarnos. La sociedad está enferma, decíamos ya por entonces, hace tan solo tres años.


Ahora estamos más informados. Hemos leído el último informe del Estudio Harvard sobre el Desarrollo en Adultos, que sigue las vidas de dos generaciones de las mismas familias desde hace más de 80 años. En el libro recién editado, Una buena vida, sus autores, Robert Waldinger, director del proyecto, y su número dos, Marc Schulz, concluyen que, según este ambicioso rastreo humano, el mayor hecho nunca sobre la felicidad, “el secreto de una vida satisfactoria son las relaciones que establecemos con las personas de nuestro entorno”. Lo dicho, volver a las viejas mañas y restablecer los canales de comunicación interrumpidos es buena terapia frente a lo que nos sucede. Salir, hablar, reír y pasarlo bien con los amigos, incluso los que permanezcan de la infancia, puede salvarnos de un infarto, de un ictus o de un golpe de Estado.

QOSHE - El círculo virtuoso - Carmelo Rivero
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El círculo virtuoso

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21.11.2023

Ahora hemos caído en la cuenta de que tener un círculo de amistades es más importante de lo que creíamos. Lo hemos leído por todas partes, como una consigna de supervivientes que se transmite de boca en boca. La abundante soledad y el tipo de vida abolieron aquella vieja costumbre de reunirse con los amigos y se fue reduciendo el núcleo a tres, dos, uno. Ya solos, en la cómoda despensa de la gran reclusión, el contacto con los demás se fue volviendo superfluo. Hoy, en cambio, empieza a ser un lujo. Dicen que las redes sociales y el solipsismo del mundo digital han engendrado este endriago de ecosistema, y lo que resulta es un ciudadano encerrado en su burbuja particular. El aislamiento vuelve imprevisibles los comportamientos humanos, surge una nueva identidad y la conducta se trastoca o se trastorna. Ese nido de lobos solitarios enchufados a internet (incluidas en ocasiones la deep web y la dark web, que son las aguas profundas y oscuras) no........

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