Algunas de las escenificaciones públicas que hemos presenciado en los últimos tiempos copian la estética del Carnaval.

La confesión de Feijóo de que indultaría a Puigdemont “con condiciones” y que se pensó durante 24 horas amnistiarle excede toda prudencia previsible. Pero en política es un modus operandi habitual. La “gran hipocresía” del líder del PP, como le afea Zapatero, convierte las manifestaciones del 12 a las 12 y los performances patibularios de Ferraz en una carnavalada.

El jueves, Puigdemont, herido en su orgullo por el asedio de jueces y la derecha mediática que lo acusan de terrorista y secuaz de Rusia, soltó amarras: “Todo se sabrá”, concluyó en una carta abierta sobre los secretos que amenaza con revelar acerca de la negociación de Junts y el PP en agosto para la investidura fallida del político gallego. El viernes, a la hora de comer, el propio Feijóo declaró a los periodistas que siguen la campaña a la Xunta su explosivo mea culpa, y después ha intentado suavizarlo. ¿Es solo el fin de la infamia o el principio del final de Feijóo a su vez? ¿Y ahora qué decir del golpe de Estado de Sánchez y del España se rompe?

El personaje del cínico hunde sus raíces en la antigüedad, hace por lo menos 2.500 años desde la escuela griega correspondiente. Y en política es el perfecto disfraz, como el de nuestra gitana, que nunca pasa de moda. Basta enarbolar una pancarta, más ciertos cánticos y pantominas para calcar la plástica carnavalera, su gamberrada y desvergüenza legítimas.

Todo suma o se interpone. Por eso, los agricultores y ganaderos, valones y borgoñones de gran provecho y arcabucería, tan temidos en Europa y en la Península ibérica, postergan su tractorada en Canarias por respeto al Carnaval.

Mi tío Paco Martínez del Rosario, barítono del Tronco Verde en los 70, nos transmitió en casa los rituales de los certámenes de rondallas en la Plaza de Toros, con el maestro Ibarbia de jurado absoluto. Era como salir a torear. Y el desfile de los coros belcantistas por la Rambla Pulido todavía me pone los pelos de punta. Cuando no ganaban los de mi tío, yo apoyaba al Cabo de Faustino Torres, cuyos herederos se impusieron en esta edición.

El uso de la figuración y el tronío de esta fiesta desaforada, que bebe tanto en Cantinflas y Tip y Coll, se traslada al mundo musical estereotipadamente. Las filias y fobias acerca de Zorra, que cantará Nebulossa en Malmö (cuyo vestuario y coreografía, por cierto, es obra de un canario del Carnaval), me recuerdan a las polémicas sobre el cartel de la fiesta en Santa Cruz. El que se adentra en esa estética asume las consecuencias.

Desde Chikilicuatre la cosa ha cogido esa deriva paródica que contrasta con el tímido Julio Iglesias hace medio siglo sin saber dónde meter las manos con Gwendolyne. Lo del trasero de Chanel y las tetas de Rigoberta Bandini despejó el camino. El resto será lo que Dios quiera. A Felipe González (Isidoro), no sé si un martes de Carnaval como hoy, le aturdían las máscaras travestidas de Santa Cruz que lo asediaban en la calle mientras paseaba de paisano con Jerónimo Saavedra.

Un año, la ciudad quedó cubierta por una espesa capa de calima en mitad del Carnaval que tiñó las Islas de marrón. Fue premonitorio, al poco se desató la pandemia. El 22 y 23 de este mes se cumplen cuatro años del cierre del trafico aéreo en esa ocasión. Los bailes y conciertos del Carnaval de Día resistieron mientras no fue declarada la emergencia de la arena del desierto y una cadena de incendios.

Cuando casi le cuesta la vida a Antonio Meseguer (el Fidel Castro del Carnaval tinerfeño) la agresión de un sujeto con largo historial delictivo, que lo apuñaló en plena calle, supimos que el teatro de la comedia podía depararnos una desgracia. Por suerte, sobrevivió. Los simulacros de Ferraz dan yuyu por lo que pudiera pasar.

Ahora hemos salido de disgustos. Dejamos atrás lo peor del coronavirus. Y sufrimos las fieras hormonas políticas que tensan la convivencia de un país a punto de explotar. El consenso rezuma intrascendencia. Feijóo se ha hecho importante en la ruina de su credibilidad. Acaso como un personaje del pasado.

Y ahora le toca arrostrar su personaje en la calle, que fue el plató que eligió. Como aquel caricato con cornamentas de bisonte en el asalto al Capitolio que inmortalizó el rebote de Trump al perder las elecciones y ya no hay manera de borrar esa imagen del inconsciente colectivo. El propio Trump no es descartable que desagravie al Chamán de QAnon entrando al despacho oval, cuatro años después, con su tocado de cuernos, si el azar de las urnas no lo impide en un acto de justicia divina, antes de que se alíe con Putin y ataquen juntos a la OTAN, como el autosabotaje de Feijóo.

El 23F de Tejero, con Cádiz en Carnavales y nosotros a punto, fue un adelantado de esta clase de quilombos, y el affiche que perdura es el cartel del coronel mano en alto empuñando una pistola. Ahora puede resultar hilarante aquella asonada franquista. Hoy se alardea de lo mismo en el Congreso con ese tic subliminal del 23F grabado como los disparos en el techo. Dice Sánchez que muchos habrían preferido que, en lugar de Zorra, España cantara en Eurovisión el Cara al sol. Es el Carnaval de la calle en Madrid, aunque el madrileño no tenga en la sangre el bacilo del chicharrero, pero se ha habituado al simulacro de linchar al muñeco que representa al presidente, coreando “un, dos, tres, colgado por los pies”. De modo que a la farándula nacional solo le faltaba la inmolación o la voladura calculada de Feijóo, cuando todo el fervor lo irradian tan solo dos únicas palabras detonantes: zorra y amnistía.

QOSHE - El Carnaval de Feijóo, la Zorra y la Amnistía - Carmelo Rivero
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El Carnaval de Feijóo, la Zorra y la Amnistía

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13.02.2024

Algunas de las escenificaciones públicas que hemos presenciado en los últimos tiempos copian la estética del Carnaval.

La confesión de Feijóo de que indultaría a Puigdemont “con condiciones” y que se pensó durante 24 horas amnistiarle excede toda prudencia previsible. Pero en política es un modus operandi habitual. La “gran hipocresía” del líder del PP, como le afea Zapatero, convierte las manifestaciones del 12 a las 12 y los performances patibularios de Ferraz en una carnavalada.

El jueves, Puigdemont, herido en su orgullo por el asedio de jueces y la derecha mediática que lo acusan de terrorista y secuaz de Rusia, soltó amarras: “Todo se sabrá”, concluyó en una carta abierta sobre los secretos que amenaza con revelar acerca de la negociación de Junts y el PP en agosto para la investidura fallida del político gallego. El viernes, a la hora de comer, el propio Feijóo declaró a los periodistas que siguen la campaña a la Xunta su explosivo mea culpa, y después ha intentado suavizarlo. ¿Es solo el fin de la infamia o el principio del final de Feijóo a su vez? ¿Y ahora qué decir del golpe de Estado de Sánchez y del España se rompe?

El personaje del cínico hunde sus raíces en la antigüedad, hace por lo menos 2.500 años desde la escuela griega correspondiente. Y en política es el perfecto disfraz, como el de nuestra gitana, que nunca pasa de moda. Basta enarbolar una........

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