Este es un oficio que se maneja entre esquelas y obituarios, asuntos imperecederos de los periódicos de todas las épocas. Pero el adiós, hace tan solo unas horas, de nuestro subdirector Fran Domínguez no confirma la regla, sino la excepción. La suya no era una vida larga, parece una muerte prematura. Era un hombre especial, de otra pasta, de esos sabios a escondidas.

A título personal, no nos gusta habituarnos a despedir a seres queridos. Fran, como ocurre a menudo, se nos va antes de tener las muchas conversaciones pendientes que habríamos querido compartir con él sus compañeros de redacción. Estas cuatro paredes hacen una familia. Estamos de luto.

Se nos ha ido Fran vertiginosamente, dejando el legado de una obra periodística de afinada calidad que fue publicando sin tiempo que perder. Somos lo que escribimos. Hay que leer a Fran para conocerlo en sus matices más profundos. Por eso los legados literarios alcanzan el máximo esplendor con la muerte de sus autores. Este diario conserva las señas de identidad de su idilio con el cine y las letras; los artículos, crónicas, críticas y reportajes elaborados durante años por un periodista culto, sibarita del lenguaje, dueño de un estilo inconfundible, agudo, ingenioso, preciso y cabal.

Como miembro de la Asociación de Informadores Cinematográficos de España (AICE), asistía fielmente y felizmente cada año a la entrega de los Premios Feroz; era una cita que le llenaba de entusiasmo. En La claqueta, su sección de reflexiones del séptimo arte, parió más de una década de textos que merecen una edición aparte, por los contenidos y por la prosa del autor. Fran vivió distintas etapas de este periódico decano, antes y después de estallar la crisis del papel, antes y después de la llegada de Lucas Fernández al timón del Grupo Plató del Atlántico en las postrimerías de aquella orilla del barranco del Barrio de Salamanca. El periódico se nutría entonces de la experiencia de tres conmilitones unidos en la batalla periodística diaria, Fran, Agustín González y Santiago Toste, el equipo inseparable del DIARIO en el norte.

Solo estuvo ausente del periódico el ínterin en que desempeñó labores de prensa institucional en el Cabildo de Tenerife. Y al retornar, bromeó con un latiguillo (citando al discutible padre de la frase, Fray Luis de León) “decíamos ayer…” Era pasional y bienhumorado, díscolo y bondadoso.

Después de la pandemia recobró el pulso de su famosa columna con una visión indulgente del Napoleón de Ridley Scott, sin ocultar las carencias de la última película del genial director británico. Y en los últimos tramos de su trayectoria, de vuelta al DIARIO, donde pasó casi un cuarto de siglo, escribió sobre las lenguas de fuego descendiendo por el flanco villero del Valle de La Orotava (La ladera de las miradas tristes), como “uno de los miedos atávicos” de los vecinos de su tierra natal.

Había una continua dependencia de estas páginas respecto al oráculo de Fran, licenciado en Geografía e Historia y Ciencias de la Información. Todos a bordo le tenían como referencia para evitar un desliz lingüístico o salvar cualquier vacilación informativa. Un habitante de periódicos sabe qué importancia tienen determinados tripulantes de toda redacción que se precie. En la Dársena Pesquera la travesía era más segura si estaba Fran de servicio.

En una ocasión dijimos en voz alta que había que hacer una selección histórica de reportajes del periódico y Fran se puso manos a la obra. Esa antología me consta que estaba avanzada. Creo intuir que escribía textos literarios a hurtadillas. Y no me extrañaría que entre sus papeles asome alguna novela inédita.

Era una persona agradecida. Un hombre de silencios y risas que tenía un sentido del humor campechano y una manera disciplinada de conciliar el trabajo y la familia, y atender a sus progenitores. Hubo un día de entreguerras, en la continua sucesión de catástrofes que nos tocó vivir en el último decenio, que el padre de Fran visitó la redacción y pasó la jornada con nosotros hasta que cerramos la edición y regresó con su hijo. Siempre le dije a Fran, desde entonces, que ese día me hice amigo de su padre. Me recordaba al mío ya fallecido, le acompañé en el office mientras resolvía el crucigrama y hablamos de lo humano y lo divino.

Cuánto echo de menos, de entre todo el tiempo robado a la vida por las horas de trabajo, esa clase de apartes y tertulias con quienes apetece hablar sin límite de tiempo, pese al estrés y el ruido.

Nunca le dije, en este trajín, todo lo que había aprendido a su lado. Leí su última columna, del pasado 4 de enero (la víspera de su hospitalización), Más ‘Cachitos’ y menos boberías, sobre la despedida del año en la pequeña pantalla, y estas fueron sus últimas palabras: “Hay cosas horribles que están ocurriendo sin que importe demasiado: “Hagamos el amor y no bombardeemos a niños…”

Cuando estalló la guerra de la franja de Gaza, Fran nos dio una conferencia, mientras supervisaba las páginas, sobre el mapa caliente de Oriente Próximo. A cada acontecimiento, solía desplegar sinopsis brillantes de su vasta cultura, y esos buenos ratos rompían las malas rachas maquinales de toda redaccion ensimismada en luchar contra el reloj. Un día Fran enfermó, pero pronto hubo buenas noticias. Y el resto hasta su ingreso en la UCI y este desenlace se escapa a toda comprensión humana.

He vivido dos historias parecidas en el curso de un año. El fallecimiento de mi hermano Martín y el de Fran, tan similares en su último proceso hospitalario. Y me he reconciliado con la muerte. Prefiero decir que ambos han trascendido. Afirmar que han muerto no es exacto, creencias y suposiciones aparte. Todos cruzamos la misma verja. Y sueño con que detrás alguien nos espera y nos extiende un periódico al recibirnos. El resto póstumo de la vida es una corresponsalía interminable de esta. Un abrazo, amigo. Hasta siempre.

QOSHE - El idilio de Fran Domínguez con el cine y las letras - Carmelo Rivero
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El idilio de Fran Domínguez con el cine y las letras

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11.02.2024

Este es un oficio que se maneja entre esquelas y obituarios, asuntos imperecederos de los periódicos de todas las épocas. Pero el adiós, hace tan solo unas horas, de nuestro subdirector Fran Domínguez no confirma la regla, sino la excepción. La suya no era una vida larga, parece una muerte prematura. Era un hombre especial, de otra pasta, de esos sabios a escondidas.

A título personal, no nos gusta habituarnos a despedir a seres queridos. Fran, como ocurre a menudo, se nos va antes de tener las muchas conversaciones pendientes que habríamos querido compartir con él sus compañeros de redacción. Estas cuatro paredes hacen una familia. Estamos de luto.

Se nos ha ido Fran vertiginosamente, dejando el legado de una obra periodística de afinada calidad que fue publicando sin tiempo que perder. Somos lo que escribimos. Hay que leer a Fran para conocerlo en sus matices más profundos. Por eso los legados literarios alcanzan el máximo esplendor con la muerte de sus autores. Este diario conserva las señas de identidad de su idilio con el cine y las letras; los artículos, crónicas, críticas y reportajes elaborados durante años por un periodista culto, sibarita del lenguaje, dueño de un estilo inconfundible, agudo, ingenioso, preciso y cabal.

Como miembro de la Asociación de Informadores Cinematográficos de España (AICE), asistía fielmente y felizmente cada año a la entrega de los Premios Feroz; era una cita que le llenaba de entusiasmo. En La claqueta, su sección de........

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