He puesto interés en hacer averiguaciones sobre la catadura del año que nos aguarda, dónde nos hemos metido, a qué nos exponemos en esta incursión hacia la frontera del primer cuarto de siglo. Una curiosidad como otra cualquiera. De 2024 tengo ahora algunas claves, pero no son científicamente irrefutables. Hagámonos las ilusiones de que va a ser positivo. ¿Qué se pierde con ello?
Para conocer algunas de sus ocultas credenciales no he acudido a videntes ni profetas, pero sí, desde la experiencia de estos años desconcertantes, me he adentrado en algunas fuentes poco convencionales y acaso poco recomendables. Es la ignorancia lo que nos induce a hacer indagaciones esotéricas cuando estamos más perdidos que el barco del arroz, como es mi caso en esta ocasión. Todo partió de una llamada telefónica casual en la que un amigo avezado con larga vida acumulada claudica y me dice que la historia de este año, visto lo visto, es un viaje a lo desconocido.
El año que nos ocupa se concreta en el número 8, con la suma de sus dígitos (2 0 2 4= 8), que es, recostado, el símbolo del infinito. Dicen los expertos en numerología cabalística que el 8 alberga consideraciones estimulantes: el desafío de los grandes cambios, los del individuo y los de la humanidad; el esfuerzo y la perseverancia; la apertura hacia lo ignoto (justamente); la determinación, y el acicate para afrontar los sueños y pasiones y también los miedos y las perezas.
El 8, que los chinos nombran como el número de la suerte, correspondería a la mística cosmogónica de la Edad Media en su afán por abarcar y dar sentido al cielo de las estrellas fijas, el firmamento. Verán por qué he creído que esta búsqueda de un norte en las tinieblas del año en curso requiere una mirada minuciosa como la de Umberto Eco hasta desentrañar sus misterios y aplicarnos el cuento. No en vano somos ocho islas.
El año trae el traje del signo de las dos serpientes entrelazadas del caduceo, que simboliza el equilibrio entre fuerzas antagónicas. Ojalá así sea, a la vista de la vigente polarización, que ha sido la palabra que define nuestros demonios el año que se fue. Dicen que por esta vía podemos llegar a deducciones mágicas, como imaginarnos en la Estrella de Salomón, que rige las culturas orientales. O suponernos unos pasajeros oníricos en un viaje ilusorio al infinito bajo el eterno movimiento cósmico. Lo cual nos produce cierta nostalgia de Borges, que habría deseado ir a bordo de este año.
Los octoniones de las ocho dimensiones y el cubo perfecto, el octante cartesiano y la base del sistema de numeración octal… Se sumerge uno en estas elucubraciones rebuscando bajo las piedras alguna buena noticia, hasta las de índole insólito, que echarnos a la boca y puede encontrar esta cornucopia de indicios enigmáticos tan propios del carácter mitológico de nuestra condición insular. Nos sentimos casi familiarizados con toda esta terminología encriptada. Es la alquimia de 2024. Basta que algo de toda esta ciencia oculta sea realidad para sentirnos exultantes, deseosos de milagros providenciales que nos alegren la vida.
Toda la cábala judaica dedica piropos al signo de este año, con sus moralejas fantásticas. Exalta su don para el bienestar del cuerpo y la mente. Como si fuéramos unos elegidos, los octógonos, con viento a favor. En el reino de los ocho planetas del sistema solar. El ocho, dicen, es un número de pastel.

QOSHE - El número de la suerte - Carmelo Rivero
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El número de la suerte

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16.01.2024

He puesto interés en hacer averiguaciones sobre la catadura del año que nos aguarda, dónde nos hemos metido, a qué nos exponemos en esta incursión hacia la frontera del primer cuarto de siglo. Una curiosidad como otra cualquiera. De 2024 tengo ahora algunas claves, pero no son científicamente irrefutables. Hagámonos las ilusiones de que va a ser positivo. ¿Qué se pierde con ello?
Para conocer algunas de sus ocultas credenciales no he acudido a videntes ni profetas, pero sí, desde la experiencia de estos años desconcertantes, me he adentrado en algunas fuentes poco convencionales y acaso poco recomendables. Es la ignorancia lo que nos induce a hacer indagaciones esotéricas cuando estamos más perdidos que el barco del arroz, como es mi caso en esta ocasión. Todo partió de una llamada telefónica casual en la que un amigo avezado con larga........

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