En marzo se declaró la pandemia hace cuatro años. Podrá decírsenos que el tiempo pasa volando, pero no menos se borra la memoria de lo sucedido. Hoy, tras ver la famosa luz al final del túnel, tenemos un recuerdo vago de lo que llegamos a llamar el fin del mundo.

En el salón de actos de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, Luis Ortigosa, pediatra, miembro del Consejo Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría y presidente de la asociación Alumni de antiguos alumnos de la ULL, lanzó el miércoles esta pregunta: ¿Cuatro años después, estamos preparados para la próxima pandemia? El director de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom, respondió por su parte el mes pasado en una cumbre de países en Dubái: “No”. Y lo cierto es que no faltarán alarmas, como ahora mismo ocurre con el estreptococo de Japón, una bacteria habitual. Ya no digamos con el deshielo del permafrost.

El 1 de febrero de 2020 tomamos la delantera. En Hermigua (La Gomera) se confirmó el primer caso de coronavirus en España, con cierto tinte de espionaje. Un grupo de turistas alemanes fue interceptado bajo la sospecha de que portaban el virus todavía debutante, con los primeros muertos en China pero escasas noticias en otras partes.

Los turistas acabaron aislados en el hospital con un solo positivo asintomático. Se había contagiado indirectamente a través de otra persona que asistió a un curso en Múnich impartido por una joven de Shanghái, infectada, a su vez, por sus padres que residían en Wuhan, el origen de la plaga. Aquel primer caso en España inauguró el protocolo de la psicosis: se reconstruyeron los movimientos del joven positivo. Dos pasajeros que le acompañaron en el avión fueron sometidos a idéntico control. Había viajado a la isla en barco junto a una ventana sin levantarse ni para ir al baño y llegó a Hermigua en un coche de alquiler.

En pocos días salieron de la cuarentena y pudieron continuar su excursión tranquilamente. “He echado de menos una cerveza”, fue lo primero que dijo el portavoz del grupo de amigos teutones, Oliver Heinrich, y así lo recogió el periodista Jorge Berástegui, de DIARIO DE AVISOS, que se encontró con aquella primicia en una isla acostumbrada a las grandes noticias desde que partió de ella Colón.

Todo parecía relativamente inofensivo, y en realidad fue el principio de un apocalipsis. No era un rodaje catastrofista en un archipiélago con hábito de plató. Era una pandemia con 7.000 millones de personas en serio peligro.

En Santa Cruz se celebraba el Carnaval como todos los años, pero esta vez bajo una escenografía siniestra: la peor ola de calima de la historia, todo lo enmascaraba la tormenta de arena y hasta las montañas desaparecían sin necesidad de que David Copperfield estuviera disfrazado en Tenerife. Cuando finalmente, por motivos de salud, el 23 de febrero se suspendió el Carnaval, esa noche fue detectado otro caso de coronavirus en el sur de la isla. Un médico lombardo albergaba también el microbio y obligó a confinar por primera vez un hotel completo con cerca de mil clientes dentro. Resultó premonitorio. Pronto, el 14 de marzo de 2020 (tres días después de que la OMS declarara la pandemia), España entera fue confinada y, como ella, harían lo mismo otros países. Ya no recuperamos el resuello durante meses, incluso años.

“Habrá vacunas cuanto antes”, aseguró convencida la presidenta de la Comisión Europea, Ursula von der Leyen, ante la incredulidad general en lo que parecía la rueda de prensa del miedo. Sin embargo, en nueve meses, se produjo el parto del antídoto y se procedió a una campaña universal de vacunación sin precedentes. Las revolucionarias vacunas de ARN mensajero, cuyos padres obtendrían el premio Nobel de Medicina, resultaron providenciales contra la COVID-19.

La pandemia detuvo la economía, redujo a cero el turismo en países como el nuestro, el mundo entró en pánico y hubo numerosos muertos. Las cifras oficiales de 676 millones de contagiados y seis millones de fallecidos habría que multiplicarlas por tres; el flagelo cambió para siempre la sanidad y la vida en este planeta. Se disparó la mala salud mental, saltaron por los aires los cimientos de toda noción de seguridad y empezamos a hablar de la guerra, primero contra un enemigo invisible y por último entre ejércitos, a riesgo de extenderse ahora como una pandemia. Europa se rearma.

No somos los mismos. Solemos llevar en el bolsillo una mascarilla, fetiche o amuleto, pues nos protegió antes que las vacunas, aunque hubo negocios sucios a su costa en los peores momentos.

Ortigosa insistió en la tarde del miércoles en aquella pregunta martilleante. Ni el catedrático de Parasitología Basilio Valladares ni el epidemiólogo Amós García Rojas fueron pesimistas, pero admitieron que la prevención hay que financiarla y debe impedirse el acaparamiento de vacunas por parte de los países ricos. Me tocó el turno y mencioné la desinformación. A raíz del SARS-Cov-2, un experimento invalidó la cloroquina y no era tan cierto. Y algunas estupideces de Trump desde la Casa Blanca provocaban vergüenza ajena, como ingerir lejía contra el bicho. La infodemia volverá, sin duda, como un salto de tigre al pasado, que decía Walter Benjamin. Todos los recuerdos entrañan una ilusa mirada, una alucinación. Todo cuanto vivimos y sufrimos no está exento de ello. Será como haber hecho la mili. Pero falta el pacto mundial legalmente vinculante para la próxima vez, que invoca la OMS.

En La Laguna hacía frío, a la salida. El invierno se despide con una DANA de propina. Y en el aire quedaba flotando la sospecha majadera de que, tarde o temprano, habrá otra pandemia, de un nuevo coronavirus, un virus de la influenza (gripe) o un patógeno desconocido. Los expertos lo llaman la Enfermedad X.

QOSHE - La Enfermedad X - Carmelo Rivero
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La Enfermedad X

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24.03.2024

En marzo se declaró la pandemia hace cuatro años. Podrá decírsenos que el tiempo pasa volando, pero no menos se borra la memoria de lo sucedido. Hoy, tras ver la famosa luz al final del túnel, tenemos un recuerdo vago de lo que llegamos a llamar el fin del mundo.

En el salón de actos de la Real Sociedad Económica de Amigos del País, Luis Ortigosa, pediatra, miembro del Consejo Asesor de Vacunas de la Asociación Española de Pediatría y presidente de la asociación Alumni de antiguos alumnos de la ULL, lanzó el miércoles esta pregunta: ¿Cuatro años después, estamos preparados para la próxima pandemia? El director de la Organización Mundial de la Salud, Tedros Adhanom, respondió por su parte el mes pasado en una cumbre de países en Dubái: “No”. Y lo cierto es que no faltarán alarmas, como ahora mismo ocurre con el estreptococo de Japón, una bacteria habitual. Ya no digamos con el deshielo del permafrost.

El 1 de febrero de 2020 tomamos la delantera. En Hermigua (La Gomera) se confirmó el primer caso de coronavirus en España, con cierto tinte de espionaje. Un grupo de turistas alemanes fue interceptado bajo la sospecha de que portaban el virus todavía debutante, con los primeros muertos en China pero escasas noticias en otras partes.

Los turistas acabaron aislados en el hospital con un solo positivo asintomático. Se había contagiado indirectamente a través de otra persona que asistió a un curso en Múnich impartido........

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