Esta es una semana que agita las conciencias. Es el último mojón del año. Y todo invita a alongar la cabeza por si 2024 se deja ver en el horizonte. La de los años es una existencia peculiar. Nada desmiente que no se parecen entre sí, cada uno con su personalidad y fisonomía, con sus defectos y virtudes. Pero no todos los años son literalmente diferentes. Hay rachas en los anales de nuestra historia reciente, trienios que tienen un mismo sesgo y acaso lustros con el demonio en carne viva, si este que va tomando forma desde que empezó la década no se enmienda el año que viene, que está a punto de aparecer por la puerta.
Los últimos han sido años difíciles. Difíciles es un adjetivo adecuado. Para no entrar en detalles. Cualquier de nosotros que calce una edad suficiente para recordarlo convendrá conmigo en que los 80-90 fueron los más fáciles de digerir. Años amables aquellos en que parecía que no podía pasarnos nada malo. Vivíamos confiados, sin la mosca de Putin detrás de la oreja y las demás moscas y bichos que se han encadenado casi dándose la mano. Hasta los viejos enemigos bipolares USA-URSS tenían su galanteo, firmaban acuerdos de desarme y hacían guiños a una entente duradera tras la agria Guerra Fría. Eran los tiempos de Gorbachov con Reagan y Bush. Una época súper amistosa. Los líderes de los dos bloques no llegaron a encamarse por la paz como en los 60 Lennon y Yoko Ono contra la guerra de Vietnam, pero nos metieron en una burbuja de distensión que hacía creíble una vida más segura que nunca por mucho tiempo. Nelson Mandela pasó de la cárcel a la presidencia de Sudáfrica. Todo era demasiado bueno, o bueno absolutamente, como nunca.
La paz cobró tal notoriedad que era la palabra definitoria de la época por antonomasia, año tras año, y se cotizaban los dirigentes con habilidades para el consenso y el asentimiento (el reverso de hoy). El ideal era llegar siempre a un acuerdo. Poco antes, España ya había dado ejemplo con la Transición. ¡Qué lejos queda aquel espíritu de la beligerancia sistémica actual!
Sí, hubo un tiempo en que éramos felices y no lo sabíamos. Esta última semana de 2023 será, por consiguiente, el desenlace de otro capítulo de una etapa conflictiva que empezó al final de aquel ciclo tan fantasioso y epicúreo, de terrazas de verano hasta los topes, de copas a orillas del mar en la estación del Jet Foil y de la Avenida de Anaga atestada de coches y gentes los fines de semana hasta altas horas de la madrugada. Vivíamos en la acera del Noctúa, el Tasca Tosca (luego, Camel), Da Gigi y el Montecarlo, porque allí estaba Radio Club, y ahora lo recordamos como si hubiera pasado un ciclón y arrasado hasta el último rastro de nuestra exultante juventud irrepetible.
La pibada de hoy no tiene por qué estar al tanto de aquellas andanzas en el mejor escenario de una era dorada. Todo ha de cambiar, y está bien que así sea. Lástima, eso sí, que nos estemos haciendo viejos tan deprisa con la elegía de estos recuerdos borrados en el palimpsesto de la ciudad. Cuando pasó el Delta por estas latitudes arrancó varios árboles en la Avenida de Anaga y casi los despedimos como a viejos conocidos. Toda ese circuito era nuestra isla dentro de la isla, el sambódromo del Carnaval y la ruta más alegre de las noches veraniegas.
Ya sé que el mundo ha dado un volantazo. Desde la Gran Recesión no hemos vuelto a aquella abundancia de regocijo. No recuerdo mejor época de nuestras vidas que aquella mudanza de entresiglos cuando la calle -decía Millares Sall- no era tuya ni mía, sino que era nuestra. Si hubo alguna maldición -la maldición de estas guerras, el virus y la crispación feijosanchista- solo nos queda desear ingenuamente, fieles a la tradición, que 2024 sea propicio y tenga el conjuro que cambie nuestra suerte. Pero no lo sabremos hasta que el susodicho se persone el lunes que viene, si no se le tuerce la investidura como ya hemos visto en 2023.

QOSHE - La investidura del año nuevo - Carmelo Rivero
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La investidura del año nuevo

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26.12.2023

Esta es una semana que agita las conciencias. Es el último mojón del año. Y todo invita a alongar la cabeza por si 2024 se deja ver en el horizonte. La de los años es una existencia peculiar. Nada desmiente que no se parecen entre sí, cada uno con su personalidad y fisonomía, con sus defectos y virtudes. Pero no todos los años son literalmente diferentes. Hay rachas en los anales de nuestra historia reciente, trienios que tienen un mismo sesgo y acaso lustros con el demonio en carne viva, si este que va tomando forma desde que empezó la década no se enmienda el año que viene, que está a punto de aparecer por la puerta.
Los últimos han sido años difíciles. Difíciles es un adjetivo adecuado. Para no entrar en detalles. Cualquier de nosotros que calce una edad suficiente para recordarlo convendrá conmigo en que los 80-90 fueron los más fáciles de digerir. Años amables aquellos en que parecía que no podía pasarnos nada malo. Vivíamos confiados, sin la mosca de Putin........

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