Venimos de asistir a una clase exhaustiva de cortesía parlamentaria que eleva la oratoria romana a una cima indescriptible. Y en la calle hemos conocido las virtudes más cívicas viendo los actos vandálicos de Ferraz. Ha habido un exceso de odio y rabia en España en torno a la figura de Sánchez, y, una vez abierta la veda, no ha habido manera de ponerle coto y regresar a la normalidad. La política española está herida de consideración tras los niveles de inquina que se han alcanzado. El insultador ha tomado posesión de la democracia por la puerta de atrás.

El odio, últimamente, ha puesto los cimientos de una cultura de la cancelación, en nombre de la cual se persigue y boicotea a quien cogen por delante a raíz de algún comentario que no cae bien en ámbitos digitales, con lo que la libertad de expresión pasaría a mejor vida. Una parte de la sociedad se ha instalado en la ira, odia por igual a vecinos, inmigrantes, artistas o políticos. Esta conducta, que en otras etapas provocaba rechazo, ahora, en cambio, provoca hilaridad y me gusta. Odiar se ha vuelto lo más normal del mundo. El hater se empodera, se siente realizado.

De manera que a Sánchez, en el curso de estos seis meses electorales desenfrenados (medio año), lo han llamado de todo, y no se ha abierto siquiera un debate sobre los límites del lenguaje en la arena política. Se diría que en España, entre mayo y este jueves 16 de noviembre, se promovió una de las campañas electorales más sucias, feroces y malhabladas que se recuerda. Es el paréntesis de tiempo comprendido entre la convocatoria del 23J y, seis meses después, la investidura y el nuevo gobierno. Medio año de guerra civil dialéctica, con el uso de una artillería desempolvada en las catacumbas.

Cuando en Atenas o Roma se vivió algo parecido nació el argumento ad hominem (contra el hombre), que rige ya (¿para siempre?) la vida política española, difícilmente reconducible tras el desbordamiento de las aguas. La pocilga de este semestre ha sentado las bases de lo que se teme será la dinámica de la política de este país durante una buena temporada.

Habrá que ser condescendiente y atribuir a la conmoción que vive el PP desde el descabezamiento de Casado el hecho de que un dirigente de perfil moderado y ecuánime como el Feijóo de la Xunta de Galicia se haya desbarrancado estos meses tras un resultado electoral insuficiente, y la consecuencia sea este pandemónium. La suma de Feijóo y Abascal (también sometido, al parecer, a tensiones internas de liderazgo) desató toda una espiral de amenazas y descalificaciones disparatadas, que, cuando baje definitivamente este suflé, avergonzará a más de uno.

El catálogo de insultos es memorable:

Sánchez, que te vote Txapote. Este eslogan envenenado abrió camino. Feijóo rehusó vetarlo. Al parecer, lo dicen muchos por ahí, ironizó, dando cuerda al insulto en los primeros momentos en que el PP centraba el tiro en ETA, uno de sus graneros de votos, para afear a Sánchez los pactos con Bildu, antes de girar hacia el mantra catalán cuando comenzó a sonar la amnistía.

Sánchez, a prisión. Es una de las consignas más recientes, que coreaban los manifestantes y dirigentes del PP en las movilizaciones del domingo 12 de este mes, desde Tenerife a Cantabria.

Sánchez debería irse de España en un maletero. La ocurrencia es obra de un licenciado en Ciencias Políticas y Sociales, y vicesecretario general de Organización del PP, Miguel Tellado. Explotó de rabia en una rueda de prensa al enterarse de que la proposición de ley de amnistía había entrado en el Congreso.

Sánchez es un dictador. La equiparación la hizo Feijóo, tempranero, en el verano de 2022. Y la han abrazado Ayuso y Abascal, hasta convertirse en un latiguillo indiscriminado en boca de la oposición conservadora durante este semestre de armas tomar.

Sánchez ha dado un golpe de Estado. Es la difamación favorita de Abascal contra el presidente de España desde 2018. Y se la han copiado en todo el espectro conservador.

Sánchez es Hitler. El propio Abascal, en su fugaz paso por el debate de investidura, dejó, entre otras, esa perla ignominiosa que es, por ahora, la mayor infamia que se ha dicho en el Congreso contra cualquier político jamás: comparó al líder socialista con el führer, cuya tiranía nazi desató la II Guerra Mundial y arrebató la vida a seis millones de judíos en campos de concentración. Abascal, y no solo él, ha cogido gusto a la búsqueda de apelativos y máculas, a cuáles más denigrantes, en referencia a Sánchez, en toda una competición por ser ingeniosos maldiciendo al socialista.

El pacto de Sánchez con Junts es equiparable al golpe de Estado del 23 F, el terrorismo de ETA y el propio desafío independentista, en “una erosión planificada de la democracia”. Cuando Feijóo hizo esta escalofriante declaración institucional sin preguntas en Génova (9 de noviembre) se había consumado el pacto del PSOE con el partido de Puigdemont, pero aún se desconocía el contenido de la ley de amnistía, que fue registrada en el Congreso el día 13.

Sánchez, hijo de puta. El inequívoco insulto español fue usado por Isabel Díaz Ayuso en el palco de invitados del Congreso este miércoles, con ocasión de la intervención de Sánchez en su turno de investidura, en que mencionó el caso de presunta corrupción de la presidenta madrileña y un hermano en la compra de mascarillas durante la pandemia. “Sí, lo dije”, admitió la némesis del PP con un sarcasmo, fingiendo haber dicho “me gusta la fruta”. Y no tardaron en llegar cestas de frutas a la Puerta del Sol como muestra de simpatía de acólitos de la presidenta madrileña.

A tenor del año 2023, este curso político también ha sido, sin duda, el más caliente.

QOSHE - La sentina - Carmelo Rivero
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La sentina

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19.11.2023

Venimos de asistir a una clase exhaustiva de cortesía parlamentaria que eleva la oratoria romana a una cima indescriptible. Y en la calle hemos conocido las virtudes más cívicas viendo los actos vandálicos de Ferraz. Ha habido un exceso de odio y rabia en España en torno a la figura de Sánchez, y, una vez abierta la veda, no ha habido manera de ponerle coto y regresar a la normalidad. La política española está herida de consideración tras los niveles de inquina que se han alcanzado. El insultador ha tomado posesión de la democracia por la puerta de atrás.

El odio, últimamente, ha puesto los cimientos de una cultura de la cancelación, en nombre de la cual se persigue y boicotea a quien cogen por delante a raíz de algún comentario que no cae bien en ámbitos digitales, con lo que la libertad de expresión pasaría a mejor vida. Una parte de la sociedad se ha instalado en la ira, odia por igual a vecinos, inmigrantes, artistas o políticos. Esta conducta, que en otras etapas provocaba rechazo, ahora, en cambio, provoca hilaridad y me gusta. Odiar se ha vuelto lo más normal del mundo. El hater se empodera, se siente realizado.

De manera que a Sánchez, en el curso de estos seis meses electorales desenfrenados (medio año), lo han llamado de todo, y no se ha abierto siquiera un debate sobre los límites del lenguaje en la arena política. Se diría que en España, entre mayo y este jueves 16 de noviembre, se promovió una de las campañas........

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