En las paradas de taxis, los usuarios incondicionales sienten que tienen una farmacia de guardia en sus vidas. El cliente traicionado por el fenómeno del taxi missing es un ser abatido, la ansiedad se apodera de él ante la farmacia cerrada, la parada vacía.
En los estacionamientos más céntricos de la ciudad, se ha vuelto una cuestión de fe confiar en encontrar un taxi esperando. He hecho varios sondeos entre profesionales del colectivo. Ponen cara circunspecta y hablan entre dientes como si fuera un tema prohibido. Los más explícitos dicen que se debe a un cambio de tendencia más un cúmulo de circunstancias, lo que no deja de ser una respuesta política. Todo se pega. Tras la pandemia, hay otros hábitos de demanda, sostienen, y también ha variado el sistema de servicio.
Es un viejo debate interno. Unos defienden que salga a la calle el 100% de la flota, 700 y pico unidades, al parecer, en Santa Cruz, pero han prosperado las tesis de quienes limitan la oferta regulando los días de libranza y los turnos de las licencias pares e impares. La cosa, en su día, derivó en pancartas ante el consistorio, se puso fea y sigue candente. Pero también han caído en picado los radiotaxis, no es casualidad.
La impresión es que, sencillamente, hay menos taxis circulando, además de que la rivalidad por las buenas carreras (los cruceros disparan el síndrome y hay hasta codazos) fomenta determinadas paradas y servicios, mientras crece la moda de los patinetes. No es competencia.
El taxista es un amigo. García Márquez era de esa opinión y decía que al volante de un taxi hay un catalizador de historias prometedoras. Un filólogo de Georgia trascendió las fronteras por alternar sus clases de profesor universitario con fines de semana de taxista, cuyos viajes eran gratis si el cliente accedía a hablar de literatura. No hay dos como él. Yo soy adepto al gremio, tiene todas mis simpatías, y cuento, en efecto, con amigos taxistas pródigos en tramas y vivencias.
Uno de los consultados para esta columna a vuelapluma admite que las paradas golosas son acaparadoras (cita el caso de la Alameda) y las restantes se quedan desiertas de taxis. La de las Casas Amarillas es un poema. Es una zona concurrida, con el parque como polo de atracción, y ofrece escenas que parten el alma. Se improvisan extrañas colas; cuando pasan las horas, la fila se ha restablecido, los que llegaron primero ya no están, han tirado la toalla, y los nuevos clientes entablan tertulias de consternación y alargan la mano invadiendo la calle, pero confunden un coche de autoescuela con un taxi.
Hasta que se declara oficialmente el malestar con gesticulaciones en el aire y protestas en voz alta, cuando no a grito pelado. Son aquellas ocasiones en que pasan varios taxis a toda pastilla por el carril opuesto con la luz verde encendida. Están libres, pero el convoy se dirige seguramente a alguna de las paradas preferentes por las carreras afines. Si el paso de la diligencia que ignora el saludo romano de los clientes casi en media calle se produce en Méndez Núñez, a orillas del Parque, frente a las Casas Amarillas, la causa es que muy cerca está la parada del hotel Mencey, y hacia ese panal se dirigen las moscas.
El taxista es un pariente cercano. Un miembro de la familia. Cuando falta o falla, o comete deserción, hiere al cliente leal, que se acuerda del adagio de que hay que estar a las duras y a las maduras. Esta no es la historia de los turistas que se quedan varados en nuestros aeropuertos. Son las andanzas de un ciudadano en medio de la ciudad con mono de taxi que se ha recorrido en vano todas las paradas que ha podido hasta marcharse a pie cabizbajo como quien se ha quedado plantado en el altar.

QOSHE - Sintaxis - Carmelo Rivero
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Sintaxis

18 0
09.04.2024

En las paradas de taxis, los usuarios incondicionales sienten que tienen una farmacia de guardia en sus vidas. El cliente traicionado por el fenómeno del taxi missing es un ser abatido, la ansiedad se apodera de él ante la farmacia cerrada, la parada vacía.
En los estacionamientos más céntricos de la ciudad, se ha vuelto una cuestión de fe confiar en encontrar un taxi esperando. He hecho varios sondeos entre profesionales del colectivo. Ponen cara circunspecta y hablan entre dientes como si fuera un tema prohibido. Los más explícitos dicen que se debe a un cambio de tendencia más un cúmulo de circunstancias, lo que no deja de ser una respuesta política. Todo se pega. Tras la pandemia, hay otros hábitos de demanda, sostienen, y también ha variado el sistema de servicio.
Es un viejo debate interno. Unos defienden que salga a la calle el 100% de la flota, 700 y pico unidades, al parecer, en Santa Cruz, pero........

© Diario de Avisos


Get it on Google Play