En El hombre en busca de sentido, Viktor Frankl, que sobrevivió a Auschwitz, dice que, en la desesperanza extrema de un campo de concentración nazi, “no importa lo que esperamos de la vida, sino que importa lo que la vida espera de nosotros”. Y eso conduce a la audacia y la valentía.

En ocasiones, bajo este axioma, el médico y filósofo (cuyo librito de 130 páginas es de obligada lectura para saltar las vallas de la vida) pudo comprobar que algunos presos desesperados desistían de quitarse de en medio, al descubrir que había alguna razón de fuerza para subsistir. Uno, por amor a un hijo o bien otro, por amor a una investigación científica inconclusa, los reclusos que estaban al límite conseguían resistir aferrados a ese sentido inexpugnable de su condición humana. Era su tabla de salvación.

Pero fuera de la opresión de tales circunstancias inhumanas, diríase que en la sociedad actual esa clase de compromiso sagrado con algo o alguien que nos importa de manera relevante ha ido cayendo en desuso. ¿Nos hemos embrutecido? ¿Acaso, vegetamos cuando consideramos que vivimos? En Estados Unidos, quince años después de publicar Frankl aquella obra icónica, pronunció Kennedy su discurso de investidura, que, por la cita que traigo a colación, se deduce que parafraseaba al eminente austríaco que sobrevivió a Hitler, aunque haya pasado por alto: “No pienses qué puede hacer tu país por ti. Piensa qué puedes hacer tú por tu país”.

En estos últimos años, crece el malestar social por el cariz despiadado de los acontecimientos que caracterizan nuestra época. La mera existencia parece envuelta en una maraña peligrosa y temible de riesgos inconcebibles -la mayor parte, imaginarios- que contribuyen al desasosiego general en torno a los pilares de la vida, la salud, la educación, la violencia, la economía.

Conviene preguntarse con Frankl qué espera la vida de nosotros, el sentido último que nos mueve, en lugar de qué esperamos de la vida, cuyo significado desconocemos. Un constructo abstracto, la vida, frente al patrimonio concreto de nuestros actos cotidianos que nos ilusionan o ensombrecen. Nos habíamos hecho siempre la pregunta equivocada creyendo en una rimbombante vida que no existe como tal, salvo en la biografía escueta de cada persona y su entorno. Lo importante es la persona, sus quehaceres y familia, sus desvelos y sueños, su plan. Eso le da sentido. Cada cual está en condiciones de hacerse digno de su éxito en la batalla.

Nuestro siglo y nuestra década acarician el desánimo como un hábito común. Pero todo año nuevo nos demanda sacudirnos el desaliento y seguir adelante. Es la empresaria vida que exige resultados. La civilización de 2024 deberá, por tanto, tomar las riendas.

Hay pensadores que han dejado por escrito, como Frankl, sus recetas contra el desencanto. Si, en efecto, la sociedad se hiciera la pregunta, ¿qué espera la vida de nosotros?, y la gente venciera la molicie para tomar la iniciativa con determinación, entonces quizá se desate lo que Goethe llamaba “un caudal de sucesos … que nadie hubiera soñado que pudieran ocurrir”. Es el poder de abrirse camino. “Ponte en marcha”, añadía el autor de Fausto, “la audacia tiene genio, poder y magia”.

QOSHE - Un caudal de esperanza - Carmelo Rivero
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Un caudal de esperanza

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09.01.2024

En El hombre en busca de sentido, Viktor Frankl, que sobrevivió a Auschwitz, dice que, en la desesperanza extrema de un campo de concentración nazi, “no importa lo que esperamos de la vida, sino que importa lo que la vida espera de nosotros”. Y eso conduce a la audacia y la valentía.

En ocasiones, bajo este axioma, el médico y filósofo (cuyo librito de 130 páginas es de obligada lectura para saltar las vallas de la vida) pudo comprobar que algunos presos desesperados desistían de quitarse de en medio, al descubrir que había alguna razón de fuerza para subsistir. Uno, por amor a un hijo o bien otro, por amor a una investigación científica inconclusa, los reclusos que estaban al límite conseguían resistir aferrados a ese sentido inexpugnable de su condición humana. Era su tabla de........

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