¿Es posible que una rabieta política aturda a un partido y crispe a todo un país? Si no se remedia a tiempo, una España tribal quedará atrapada en este laberinto de furia y gresca. Basta ver cómo inauguramos 2024, con un monigote imitando al presidente, colgado de un semáforo y apaleado como una piñata, que la Fiscalía deberá ahora dilucidar si ha sido una “incitación al magnicidio”.

Se levanta el telón y la broma no es tal, porque no estamos en un teatro, sino en la calle, y no es el Carnaval de Santa Cruz, sino Fin de Año en Madrid, a las puertas de Ferraz. Son las uvas de la ira, que John Steinbeck escribió en el crac del 29, pero al revés. “Un, dos, tres, colgado de los pies”, coreaban apalizando al Sánchez estafermo. Nadie quiere un Gobierno de luto en una democracia que se precie. España no era así. Y todo por una rabieta. Ahora, para transitar por este estercolero maloliente debemos ponernos también mascarilla.

El país ha dado un vuelco y se ha convertido en otro, un polvorín nauseabundo. Que cada actor haga su mirada introspectiva y se pregunte qué nos está pasando, por qué nos hemos subido a estos carros de fuego.

Colgar y linchar visceralmente al muñeco de Sánchez refleja hasta qué punto se están perdiendo los papeles. Esta parte de la coreografía parece que atañe a Vox. Pero otras salidas de pata de banco son obra del PP, como la propuesta de ilegalizar y/o disolver partidos, el último bazooka de una factoría de dislates. Se persigue prohibir a Junts y ERC si convocan un nuevo referendo secesionista, ignorando que la Constitución española, “no militante”, acoge hasta a los partidos que pretendan cargarse la democracia. Se respeta lo que piensa cada cual, recuerda Margarita Robles.

Es innegable que la ley de amnistía ha hecho girar el planeta España en sentido inverso, y que, no obstante, el motivo que incordia al PP es la investidura fallida de Feijóo, como ya hemos dicho otras veces. ¿Una rabieta que dure cuatro años? Parece que sí.

Pero ningún país, ningún dirigente, ningún partido aguanta cuatro años de guerra sin cuartel. Ni Netanyahu resistirá cuatro meses, con los sondeos por los suelos, bombardeando inocentes en la Franja de Gaza. Ni siquiera Putin, cargado de misiles nucleares y con una acromegalia insaciable, ya es el mismo de antes, dos años después de querer jugar a la guerra con un vecino respondón cargado de dignidad.

Se equivoca la derecha española, si no recapacita a tiempo y la venganza israelí le arrastra para el resto de la legislatura. En cuyo caso, no tardarán los poderes fácticos del PP en virarse hacia el líder y hacerle responsable de su estéril campaña. Léase sintomáticamente la columna de Salvador Sostres, en ABC, bajo el título Tu tumba, presidente, aniquilando, de paso, a Feijóo por blando, por no tener navaja y mala leche.

Bastará que las elecciones en Galicia, en febrero, y en Europa, en junio, no den los frutos deseados para que salten las alarmas. ¿Verdad que, a estas horas, la figura de Pablo Casado parece la del Suárez de UCD antes de que estallara la guerra fratricida de todos contra todos y se hundiera el partido?

Ahora vivimos un instante de impasse. Sánchez ha sido colgado como hubiera soñado Trump con Biden de polichinela. La ultraderecha poliédrica vive su éxtasis particular. El PP se levanta cada mañana apretando el gatillo contra el Gobierno y sus aliados. Y el PSOE sigue atravesando el desfiladero, a la espera de lo que le caiga encima, sea la piñata o la puñeta. Lo suyo es arrear y ganar tiempo.

Con estos mimbres de la bronca callejera y los flashmobs de violencia simulada se logra hacer la vida imposible a un país. El día del asalto al Capitolio de los EE.UU., hace ahora tres años, hubo quienes acudieron disfrazados con un tocado con cuernos y otros caricatos como si todo fuera una coña; después les llovieron años de cárcel. Tejero, al principio, parecía una fantochada, pero sonaron los disparos que dejaron las marcas en el techo. Estas mascaradas tras el 23J son como las armas que las carga el diablo. “Un día habrá una desgracia”, teme el ministro canario Ángel Víctor Torres.

España era un país civilizado que podía alardear de buenas costumbres. Hubo un tiempo en que el PP de Rajoy se felicitaba de que no hubiera asomado la ultraderecha. País al rojo vivo, con un sector que no traga a los rojos. Anhelan adelgazar la Constitución hasta dejar fuera los nacionalismos perversos que contrarían tanto a Madrid.

La derrota de Feijóo en la investidura le ha llevado al callejón de Vox, con sus sombras. Hay axiomas que se pegan. No es el PP el que roba terreno a Vox, sino al contrario. Una vez elevado Goebbels a los altares en España y media Europa (“una mentira repetida mil veces se convierte en una verdad”, ese dogma) estamos retrocediendo a los infiernos.

2024 será a este paso un déjà vu constante de 2023. La Vanguardia revela que PP y Junts se sentaron a negociar la presidencia de Feijóo, quien, a su vez, afirma que pactaría con Puigdemont para tumbar leyes de Sánchez. También abrazó la demonizada figura del verificador para la reforma del CGPJ pensando en el comisario europeo Didier Reynders. Al del PSOE-Junts en Suiza, Francisco Galindo, abogado y diplomático, lo llamaba, con cierto retintín antisudaca, “ese moderador salvadoreño”; a Reynders no lo tildó de belga.

Si sobrevolamos casi medio siglo, vemos que la Transición no la querían los franquistas (ni, por supuesto, legalizar al PCE), como ahora la amnistía la rechaza la derecha. Y en ambos casos se propone una reconciliación, sin exigir a cambio que nadie renuncie a su modo de pensar. Porque estamos en una democracia, no lo olvidemos.

QOSHE - Uvas en Ferraz - Carmelo Rivero
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Uvas en Ferraz

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07.01.2024

¿Es posible que una rabieta política aturda a un partido y crispe a todo un país? Si no se remedia a tiempo, una España tribal quedará atrapada en este laberinto de furia y gresca. Basta ver cómo inauguramos 2024, con un monigote imitando al presidente, colgado de un semáforo y apaleado como una piñata, que la Fiscalía deberá ahora dilucidar si ha sido una “incitación al magnicidio”.

Se levanta el telón y la broma no es tal, porque no estamos en un teatro, sino en la calle, y no es el Carnaval de Santa Cruz, sino Fin de Año en Madrid, a las puertas de Ferraz. Son las uvas de la ira, que John Steinbeck escribió en el crac del 29, pero al revés. “Un, dos, tres, colgado de los pies”, coreaban apalizando al Sánchez estafermo. Nadie quiere un Gobierno de luto en una democracia que se precie. España no era así. Y todo por una rabieta. Ahora, para transitar por este estercolero maloliente debemos ponernos también mascarilla.

El país ha dado un vuelco y se ha convertido en otro, un polvorín nauseabundo. Que cada actor haga su mirada introspectiva y se pregunte qué nos está pasando, por qué nos hemos subido a estos carros de fuego.

Colgar y linchar visceralmente al muñeco de Sánchez refleja hasta qué punto se están perdiendo los papeles. Esta parte de la coreografía parece que atañe a Vox. Pero otras salidas de pata de banco son obra del PP, como la propuesta de ilegalizar y/o disolver........

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