Por Marcial Morera* | Decía el sabio y genial burlón Voltaire, en broma, que era evidente que la palabra francesa “cheval” procedía de la latina “equus” ‘caballo’, cambiando la “e” en “che” y la “quus” en “val”. Y de esta forma tan “científica” operan muchos de nuestros etimólogos o etimologistas actuales a la hora de estudiar el origen de las palabras canarias, que, dicho sea de paso, tan variadas procedencias tienen, como buena parte de los vocabularios coloniales. Un ejemplo concreto de este ingenuo proceder lo tenemos en la emblemática voz insular “guagua” (“vehículo automóvil de gran capacidad preparado para el transporte colectivo de viajeros, con trayecto fijo”, según la definición de la Academia Canaria de la Lengua), que llegó al Archipiélago a principios del siglo XX desde Cuba, donde se documenta a partir de finales del siglo XVIII, con el sentido de ‘coche de caballos para el transporte de personas y mercancías’, y que ha recibido las explicaciones históricas más divertidas o estrambóticas que podamos imaginar. Para unos, tendría nuestra “guagua” su origen en el “guau-guau” de los perros que, supuestamente, perseguían con ladridos a las guaguas cuando estas entraban o salían de los pueblos del interior de las Islas. Para otros, procedería de la expresión adverbial “de guagua”, es decir “de gratis”, con que, supuestamente, se designaba antaño la forma de viajar en este medio de transporte colectivo. Y, para otros, por último, se trataría de una lexicalización del nombre propio “Washington and Walton, Company Incorporated” (en abreviatura “Wa & Wa Co. Inc.”) con que se habría designado una supuesta factoría moderna de coches radicada en el estado norteamericano de Florida, de donde habrían salido las primeras guaguas que llegaron a la isla de Cuba. Pero no, la palabra “guagua” no puede proceder del ladrido de los perros, porque las metonimias de interjecciones en objetos concretos son prácticamente imposibles en las lenguas naturales. Tampoco puede proceder de la expresión adverbial “de guagua”, porque, excepto en nuestros días, para usar el transporte colectivo (sea guagua, tranvía, taxi o tren) ha habido siempre que pagar como Dios manda. Y menos todavía puede proceder del nombre de una supuesta factoría norteamericana que habría enviado las primeras guaguas a Cuba, simplemente, porque esa factoría no existió nunca, sino que fue un invento de un bromista cubano que estaba hasta la coronilla de que le preguntaran por el origen de una palabra cuya explicación histórica él desconocía. La verdadera etimología de nuestra “guagua” se encuentra en la archiconocida voz inglesa “wagon” que empleaba la gente del sur de los Estados Unidos para designar los carros de caballos usados desde muy temprano para el transporte de personas, equipajes y mercancías. Con una simple modificación del núcleo vocálico de la segunda sílaba, adaptación al patrón femenino de la morfología española del género y evolución natural del referente (el coche de caballos reales evolucionó con el tiempo al coche de caballos de vapor), puede pasarse del inglés “wagon” al español “guagua” sin la más mínima dificultad. El caribismo y canarismo “guagua” no es, pues, otra cosa que un doblete de la voz del español general “vagón”, que ostenta acento agudo, y no grave, como la forma originaria, porque llegó a nuestro idioma a través del francés, que es, como es de sobra sabido, lengua de acentuación oxítona. Es decir, que la voz inglesa “wagon” ha proporcionado al español dos palabras distintas, en épocas y por vías diferentes: a finales del siglo XVIII, a través del Caribe, la forma “guagua”, con el sentido de ‘coche de caballos’, que evolucionaría más tarde al sentido de ‘autobús’, que es el que tiene en la actualidad, y el que trajeron a las Islas en su equipaje lingüístico a principios del siglo XX los canarios que regresaban de hacer las América; y a finales del siglo XIX, a través de Francia (donde se había aclimatado en el siglo XVIII con el sentido de ‘en los ferrocarriles, vehículo de viajeros o de mercancías y equipajes’), la forma “vagón”, con el mismo valor semántico que había adquirido en la lengua de Moliere. A través de esas esponjas semánticas que son las palabras, llegan a los pueblos del mundo la experiencia y la cultura que han creado sus hermanos de especie, contribuyendo así a su enriquecimiento fraternal. Por eso hay que exigir rigor a la ciencia etimológica, que no es mero chismorreo para satisfacer vanas curiosidades o alardear de inútil erudición, sino instrumento para determinar el origen de las ideas y explicar cómo se trasvasan de unos pueblos a otros.

*Catedrático de Lengua Española de la Universidad de La Laguna

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El origen de la guagua canaria

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22.04.2024

Por Marcial Morera* | Decía el sabio y genial burlón Voltaire, en broma, que era evidente que la palabra francesa “cheval” procedía de la latina “equus” ‘caballo’, cambiando la “e” en “che” y la “quus” en “val”. Y de esta forma tan “científica” operan muchos de nuestros etimólogos o etimologistas actuales a la hora de estudiar el origen de las palabras canarias, que, dicho sea de paso, tan variadas procedencias tienen, como buena parte de los vocabularios coloniales. Un ejemplo concreto de este ingenuo proceder lo tenemos en la emblemática voz insular “guagua” (“vehículo automóvil de gran capacidad preparado para el transporte colectivo de viajeros, con trayecto fijo”, según la definición de la Academia Canaria de la Lengua), que llegó al Archipiélago a principios del siglo XX desde Cuba, donde se documenta a partir de finales del siglo XVIII, con el sentido de ‘coche de caballos para el transporte de personas y mercancías’, y que ha recibido las explicaciones históricas más divertidas o estrambóticas que podamos imaginar. Para unos, tendría nuestra “guagua” su origen en el “guau-guau” de los perros que, supuestamente, perseguían con........

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