Por Belarmino Peña Díaz.| Quien se haya topado alguna vez con un libro de texto de comienzos del siglo XX para alumnos de escuela elemental (actuales estudios primarios), advertirá que muchos de ellos se enuncian como “Enciclopedia” y que condensan, en sus no más de 250 o 300 páginas, con unas dimensiones similares a una hoja Din A5, todo el saber que alumnos de nuestros tiempos tendrían que repartir en libros y libros o en enlaces y enlaces de internet. Aglutinaban el conocimiento “elemental” que una persona debía acumular en los años en los que el cerebro es una esponja para absorber los conocimientos que lo acompañarían por el resto de su vida.

Los pocos que luego, en los albores del siglo XX, pudieron acceder al bachillerato (que se cursaba a partir de los 10 años), con una sociedad condicionada en aquellos tiempos por aspectos socioeconómicos que la práctica totalidad de las familias españolas tuvieron que padecer -unas más que otras-, tenían una base de conocimiento que, parafraseando al fallecido actor Fernando Fernán Gómez, harían valer su mítica frase de: “No soy un sabio, sino que estudié muy bien el bachillerato”.

Cayó en mis manos hace poco un libro de historia, una obra enciclopédica, que tenía por vocación resumir, en sus 236 páginas, todas las hazañas de la gesta española en América del siglo XVI. Informándome, resulta que el libro había sido publicado por primera vez en inglés, en la ciudad de Chicago, en el lejano 1893, bajo el título “Spanish Pioneers”, y estuvo llamado a convertirse en un líder de ventas. La versión que me llegó, publicada en España por Editorial Araluce en 1922 (aunque la primera se editó en 1916), tenía por título: “Los Exploradores Españoles del siglo XVI”. Su autor, un norteamericano del XIX, con cuatro apellidos anglosajones de pura cepa y con Harvard como alma mater, llamado Charles F. Lummis (1859-1928), con una vida tan fascinante que más bien parecería una novela que una historia real y verdadera.

En el Prólogo, el libro avanza que la obra está destinada a los jóvenes WASP (blancos, anglosajones y protestantes), de clase alta, que formaban la élite de los EE.UU. desde su fundación. La obra, en sí, era una vindicación del pasado español en Norteamérica, pues no en vano, durante más de 300 años, esos territorios formaron parte de la Corona Hispánica, mientras que, en la actualidad, aún no llegan a 250 años bajo soberanía de las barras y estrellas.

La pretensión del autor era que el acervo histórico, cultural, etnográfico y de toda índole que dejó la huella hispana en aquellas tierras fuera incorporado al conocimiento general de los jóvenes estadounidenses, al igual que forman parte de su bagaje otros capítulos de su historia, como la llegada del Mayflower o la batalla de Gettysburg.

Pero los caprichos del destino quisieron que, en 1898, España y los Estados Unidos entrasen en guerra. La lucha encarnizada por vender periódicos de los magnates sensacionalistas Joseph Pulitzer y William Randolph Hearst, fundadores de la “prensa amarillista”, tuvo su apoteosis cuando, el 15 de febrero de 1898, explotó, en la Bahía de La Habana, el acorazado yanqui Maine. El resto es historia. A partir de ese momento, España se convirtió en la bestia negra, en el chivo expiatorio que, al igual que hacían las jóvenes repúblicas hispanas, usó también de particular “pim pam pum” la emergente potencia del Norte.

Lo de usar la gloria pasada de una nación para empañarla con leyendas negras suena muy actual, como si viviésemos en una permanente analepsis, donde no se asumen los fallos propios y se busca siempre un comodín histórico al que asirse, aun a costa de echarse tierra a los pies sobre su propio pasado.

Pero no hay mejor remedio para esa enfermedad de la desinformación y el odio inculcado que la lectura en sosiego y soledad de una soberbia obra literaria, rigurosa, enciclopédica, breve pero intensa a la vez y que, al estar escrita por un no hispano, guarda con los hechos una presumible distancia que la hacen impermeable a las acusaciones de “negrolegendaria” o de “rosalegendaria” que le dedican, como contundentes epítetos, los críticos literarios a las obras de los autores con apellidos españoles.

* Abogado

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Libros antiguos de historia en los tiempos del “tuit”

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06.03.2024

Por Belarmino Peña Díaz.| Quien se haya topado alguna vez con un libro de texto de comienzos del siglo XX para alumnos de escuela elemental (actuales estudios primarios), advertirá que muchos de ellos se enuncian como “Enciclopedia” y que condensan, en sus no más de 250 o 300 páginas, con unas dimensiones similares a una hoja Din A5, todo el saber que alumnos de nuestros tiempos tendrían que repartir en libros y libros o en enlaces y enlaces de internet. Aglutinaban el conocimiento “elemental” que una persona debía acumular en los años en los que el cerebro es una esponja para absorber los conocimientos que lo acompañarían por el resto de su vida.

Los pocos que luego, en los albores del siglo XX, pudieron acceder al bachillerato (que se cursaba a partir de los 10 años), con una sociedad condicionada en aquellos tiempos por aspectos socioeconómicos que la práctica totalidad de las familias españolas tuvieron que padecer -unas más que otras-, tenían una base de conocimiento que, parafraseando al fallecido actor Fernando Fernán Gómez, harían........

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