La policía desarticuló un “entramado criminal”. Lo peculiar de ese grupo era que se dedicaba a vender cadáveres a los hospitales universitarios de este país por 1.200 euros. Cabe sustraer conclusiones fidedignas del caso. En primer lugar, ¿qué es un cadáver? El infinito Borges lo confirmó en su extraordinario “Hombre de la esquina rosada”. Cuando el gaucho peleador Francisco Real murió, a causa de las cuchilladas que le infringió el anónimo compadrito de Buenos Aires que cuenta la historia, queda el cuerpo. Caduco, fuera del mundo. Quienes lo rodean se apresuran a constatar: sustraerle todo lo servible, el cuchillo, el cinto, el poncho, las botas… Ya no lo necesita. Queda el dicho cuerpo que no es nada. Por eso sale despedido por la ventana de la “pulpería” rumbo al río. ¿Alguien se apiadará de él para enterrarlo? Otro tanto le ocurrió al abuelo que se convirtió en el modelo de vida para el escritor: Francisco Isidro Borges Lafinur que luego de perder una batalla que comandaba como coronel, en dignidad y en honor se suicidó enfrentándose de frente al enemigo sobre su caballo y sin armas. El fallecido en el suelo y las propiedades que pasaron a buenas manos. Ya es quimera para toda la eternidad. Ese es el valor que el gran Borges apreció para la muerte, incluida su muerte que (como su abuelo) se tomó con mesura, contención y nobleza, el cáncer a su alcance. Eso iba a ocurrir después del trance: sus letras permanecerán, el sujeto definitivo frente al fin. De donde lo que Borges y otros aprecian es cuál es el destino de los exánimes, que ayer se identificaron como tales y hoy (salvo contadas excepciones) van camino del olvido. Una de las astucias de los mortales es la sepultura, y así lo proclamó la divina Antígona, esa que cubrió con tierra a su hermano, pese a la contraria condena de su tío rey. Y con la sepultura los fastos, tanto los del entierro como la de los grandes mausoleos que coronan el mundo con el fin de reconocer. Lo que se consigna es que eso queda, el nombre y la fecha correspondiente de la vida gravada en mármol, sin más. Tal cosa confirmó Borges para sí cuando, por rencor, abandonó Buenos Aires rumbo a Ginebra para permanecer allí, en el Cimetière de Rois con la alucinante lápida que lo confirma. Pero esa no es la absoluta sanción a la que deberíamos agarrarnos los hombres. Porque las personas después de muertas aún sirven. Por ejemplo, los órganos a donar para salvar vidas. ¿Y…? Entidades manifiestas que también servirán a los alumnos para estudiar, para analizar órganos y la estructura interna de la entidad. Y eso es una probidad. Por eso los felices dignatarios de la dicha utilidad se movieron, por más que fueran considerados “entramado criminal”: rescatar cadáveres no quemados en los cementerios por lo que aprovechan a los vivos. 1.200 euros no es buen precio.

QOSHE - Buen precio - Domingo Luis Hernández
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Buen precio

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10.02.2024

La policía desarticuló un “entramado criminal”. Lo peculiar de ese grupo era que se dedicaba a vender cadáveres a los hospitales universitarios de este país por 1.200 euros. Cabe sustraer conclusiones fidedignas del caso. En primer lugar, ¿qué es un cadáver? El infinito Borges lo confirmó en su extraordinario “Hombre de la esquina rosada”. Cuando el gaucho peleador Francisco Real murió, a causa de las cuchilladas que le infringió el anónimo compadrito de Buenos Aires que cuenta la historia, queda el cuerpo. Caduco, fuera del mundo. Quienes lo rodean se apresuran a constatar: sustraerle todo lo servible, el cuchillo, el cinto, el poncho, las botas… Ya no lo necesita. Queda el dicho cuerpo que no........

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