El fin del siglo pasado y el principio del presente siglo señalan las instancias de este lado del planeta en el que nosotros, los llamados occidentales, vivimos. Semejante constatación no puede pasar desapercibida. Nuestra condición depredadora, nuestra capacidad de alimentar al monstruo de la devastación, de justificar con nuestra actitud al capitalismo salvaje, hace que centenares de millones de seres humanos estén sometidos por regímenes disolutos, por fundamentalismos, por condiciones extremas de vida, por aranceles y por plusvalías; seres cuya categoría es la esclavitud, la explotación, la marginación, la exclusión… y que a duras penas sobreviven, cuando sobreviven y no dejan de existir cuando aún son niños. Nosotros vivimos bien, muy bien, aunque con la carga de modos y de sutiles tramas, trampas, decisiones, ajustes sistemáticos que más de una vez retumban en nuestros oídos. Aquí, en este lugar del mundo, la dignidad, el talento, la reflexión no forman parte de las listas de éxito. Tampoco esos principios cuentan con demasiado aprecio ni mueven a muchos habitantes de esta parte del planeta a imitación o aprendizaje alguno. Me pregunto muchas veces qué sentido tiene un sistema de enseñanza que arrincona y priva a los seres que están en edad de aprender el disfrute de eso que despectivamente llaman (los encargados del éxito) “humanidades”, que sojuzga los discursos ilusivos, que borra lo esencial, eso que es insustituible para formar la capacidad de decisión, de defensa, de libertad, de palabra; un sistema disoluto que colabora con la disfunción de los esfuerzos y convierte a los individuos en números productivos o en cobayas, meros juguetes de experimentos sociales o de experimentos económicos repugnantes. Y esa mancha se extiende como un parásito. La facilidad, la prisa, el deshonor, el valor en venta de lo íntimo, el juego que se sigue en la tele basura, en programas y concursos insultantes que señalan la preeminencia del horror. La minora de la capacidad que da sentido al orbe con las palabras, las palabras que imponen aceptar que las sumas no sustituyen al todo, que incluso las sumas se explican, que el hombre además de materia y acomodo es espíritu, la destrama pavorosa de la lectura, del requisito sustancial de lo ficticio, del molde de la quimera, todo eso conspira con el signo de este tiempo. Criterios contables se asientan sobre la tabla rasa de la solidaridad, de la cordura y de la racionalidad. Hombres prácticos vigilan las respuestas y la disidencia de modo interesado. Un complot sistemático hace al mundo disforme y juega con la mentira para obtener provecho, simula estrategias de defensa para sojuzgar la rebeldía, condena el futuro por las recaudaciones. Estados indispuestos y atrapados por el engaño que se ha hecho cumbre: el liberalismo económico y la especulación. Un sistema moral y ético hecho pedazos.

QOSHE - Disposiciones - Domingo Luis Hernández
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Disposiciones

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30.12.2023

El fin del siglo pasado y el principio del presente siglo señalan las instancias de este lado del planeta en el que nosotros, los llamados occidentales, vivimos. Semejante constatación no puede pasar desapercibida. Nuestra condición depredadora, nuestra capacidad de alimentar al monstruo de la devastación, de justificar con nuestra actitud al capitalismo salvaje, hace que centenares de millones de seres humanos estén sometidos por regímenes disolutos, por fundamentalismos, por condiciones extremas de vida, por aranceles y por plusvalías; seres cuya categoría es la esclavitud, la explotación, la marginación, la exclusión… y que a duras penas sobreviven, cuando sobreviven y no dejan de existir cuando aún son........

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