La llamada “teoría poscolonial” parte de un principio: Occidente (desde 1492) no “descubre” a América. “Descubrir” implica “conocer”, y a España jamás le interesó conocer a eso que con maña renacentista encontró; bien al contrario: someterla y destruirla. Pues lo que se aducía desde el primer viaje de Colón era el alargar la frontera del Estado por las nuevas posesiones a las que tuvo derecho. Es decir, los habitantes de Guarahaní eran tan raros a Colón como al revés. Y esos llamados “indios” sí precisaban descubrir aquello que jamás habían visto, eso con lo que sorpresivamente se habían topado. Se acercaron a los extraños para tocarlos, fueron extremadamente bondadosos, se ofrecieron al intercambio. Pero el movimiento colonial confirmaba el desajuste: los encontrados no se nivelaban con los desplazados, eran escoria; además, ellos y ellas se presentaban desnudos. Y ahí se encuentra la “diferencia”, las ausencias que han de ser reconstruidas. De semejante instancia nació el más perverso y alucinante asiento imperialista: lo oculto encontrado es “nuevo”, o lo que es lo mismo, “vacío”, el que encuentra sentencia su ser por lo “viejo” o el todo a confirmar. La verdadera historia no confirma rigores contrapuestos, confirma los manejos unilaterales y sin correspondencia. En tres sectores: la portentosa sabiduría oral de los incas, esos que confirmaron dioses gloriosos y conocimientos implacables, esos a los que el ufano Guamán Poma de Ayala quiso explicar y su extraordinario libro se perdió hasta 1912 (hoy puede verse en el Museo Nacional de Dinamarca, en Copenhague); la indómita cualidad de los aztecas que se comieron (literalmente) a los mayas para subsumir sus valores (ese era el centro de los sacrificios y también de las prácticas caníbales) y asentar el ingenio ganado en escritura pictográfica esplendente y en capacidad impresionante, y los más de los más, los mayas, la civilización antigua más sorprendente y excelsa de la historia de los hombres. Con la vuelta a su recinto, los llamados civilizados arrastraron con ellos de allá fragmentos de lo que luego se llamó América. Con ello intentaron confirmar su depauperada y absurda miseria: pájaros extraños, utensilios nunca vistos y esclavos, hombres y mujeres nunca hallados. Eso es lo logrado, lo que muestran a quienes pagaron para probar el desafío. La historia justificará, cual se reconoce: Hernán Cortés y los tesoros (fundamentalmente de oro) que trasladó a los reyes. Entonces España no solo se desdobló, sino que por España el mundo fue otro. Ahora bien, ¿por qué nos negamos a admitir que el mundo sería diferente si, en verdad, hubiesen conocido a los extraños “descubiertos”? Eso somos, una sociedad parcial que ahora contaría con conocimientos y herramientas indescifrables, sería admirable si los “conquistadores” y los fundamentalistas católicos no hubiesen arrasado, no hubiesen enterrado, no le hubiesen prohibido la palabra a los verdaderos sabios.

QOSHE - El allá - Domingo Luis Hernández
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El allá

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20.01.2024

La llamada “teoría poscolonial” parte de un principio: Occidente (desde 1492) no “descubre” a América. “Descubrir” implica “conocer”, y a España jamás le interesó conocer a eso que con maña renacentista encontró; bien al contrario: someterla y destruirla. Pues lo que se aducía desde el primer viaje de Colón era el alargar la frontera del Estado por las nuevas posesiones a las que tuvo derecho. Es decir, los habitantes de Guarahaní eran tan raros a Colón como al revés. Y esos llamados “indios” sí precisaban descubrir aquello que jamás habían visto, eso con lo que sorpresivamente se habían topado. Se acercaron a los extraños para tocarlos, fueron extremadamente bondadosos, se ofrecieron al intercambio. Pero el........

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