El gran Juan es taxativo. De donde el libro más enigmático de la historia de los hombres, el Apocalipsis, no es una alucinación, consagra la verdad extrema. Según ello, Dios existe y cabe solo una eventualidad para confirmar a los nacidos la dicha severidad, tanto a los creyentes, los rezagados, los ateos o los asesinos del Creador: la manifestación. Ese Dios, que es el todo de la energía, que, por lo tanto, no contiene figura fidedigna, se dejará ver, más allá de lo que confirmó en su momento, cual reconocieron los toltecas o los mayas, que el Hacedor de los hombres, el supremo Kukulkán o el Cristo de los cristianos, se instituyó en hombre, vivió entre los hombres, trató con los hombres, predicó a los hombres, comió con los hombres, bebió con los hombres, durmió con los hombres y reveló su prodigio a los hombres. Pero eso fue. Por lo que queda la revelación definitiva. Dios opera así, ha de operar de ese modo: la creación es un ciclo, las divinas matemáticas que previó el Dador lo ratifica: si en un momento separó el todo para que se reconociera el firmamento, las estrellas, los planetas, los ríos, los mares, los montes, las llanuras, las piedras, los animales, los mortales… en sustento de la perfección, Juan lo proclamó: habrá final. En ese día el cielo se abrirá y allí aparecerá, se hará visible, para constatar, si no la creación no tendría fundamento. Con ello las elecciones fidedignas: estos se salvarán, aquellos no. Pero eso no es lo radical, lo radical es la pericia suprema del Señor: todo lo que existe, coexiste a perpetuidad. Eso que se llama cielo es la constatación de lo perenne: allí el pájaro definitivo, el mugir supremo o los nacidos que para los humanos fueron y para Dios son. Eso es lo que mostrará: los dinosaurios volverán a vivir igual que todos los seres que vivieron. Es decir, lo que se convirtió en cenizas volverá a ser carne. De lo cual se deduce que esa jornada definitiva será la suma suprema de la felicidad porque Dios se da a entender de ese modo en atención a la maravilla. Así es que treparemos en el lomo del tigre de Sumatra, tocaremos peces extinguidos o repararemos en el padre, la madre, la amiga, la amante que pudo ser y no fue…, las palabras que debimos decir y no dijimos para que el que murió o la que murió nos oiga. Dios lo prevé: nada sin acabar. Dios es perfecto. El cierre, pues, no solo es un cierre convencional, el cierre que decide el destino de los salvados o los condenados; el cierre que nos regala el Dios celestial es la absoluta y más duradera pertenencia y la dicha más colosal. La sublime perspicacia del Eterno: hacernos concebir como completo y únicos, además definitivamente. Una de las argucias más severas y extraordinarias de la creación. La historia del fin del mundo.

QOSHE - La historia del fin del mundo - Domingo Luis Hernández
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La historia del fin del mundo

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17.02.2024

El gran Juan es taxativo. De donde el libro más enigmático de la historia de los hombres, el Apocalipsis, no es una alucinación, consagra la verdad extrema. Según ello, Dios existe y cabe solo una eventualidad para confirmar a los nacidos la dicha severidad, tanto a los creyentes, los rezagados, los ateos o los asesinos del Creador: la manifestación. Ese Dios, que es el todo de la energía, que, por lo tanto, no contiene figura fidedigna, se dejará ver, más allá de lo que confirmó en su momento, cual reconocieron los toltecas o los mayas, que el Hacedor de los hombres, el supremo Kukulkán o el Cristo de los cristianos, se instituyó en hombre, vivió entre los hombres, trató con los........

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