En esta tribuna europea regularmente acometo asuntos que se hayan situado de una u otra manera en el foco de atención de las Instituciones de la integración supranacional.

Cuando acaba de celebrarse la Cumbre Internacional de la Inteligencia Artificial (AI), con participación de 28 Gobiernos entre los que figuran los mayores gigantes tecnológicos (EE.UU. y China), determinados a intervenir regulatoriamente esta imparable revolución en marcha —siguiendo por cierto la pionera iniciativa de la UE, cuya legislación está avanzada en el Parlamento Europeo (PE)—, mi primera tentación sería la de intentar explicar aquellas aplicaciones consideradas prohibidas (por ejemplo, los reconocimientos faciales indiscriminados, entre otras) y las calificadas como restringidas por riesgo para los derechos fundamentales (la administración de Justicia…). Pero, en esta ocasión, me es imposible sustraerme a una experiencia sensorial en la que un concreto empleo de AI ha adquirido instantáneamente un impacto global.

Se trata de The Beatles, el fenómeno musical de mayor impacto en el siglo XX, la banda más influyente de la historia, cuyo arco emocional anuda a generaciones que alcanzan a abuelos y nietos. Hablo de Now and Then, globalizada en segundos como la “última canción de The Beatles hasta ahora”, en que una depuración de la inconfundible voz de John por tecnología de AI se funde con el bajo de Paul, el solo de guitarra de George y la batería de Ringo…44 años después de que Lennon registrara su boceto en un cassette, 43 desde su muerte, 22 desde el fallecimiento de George, y cuando los supervivientes —Mc Cartney y Starr— son ambos Sirs y octogenarios.

Impagables cuatro minutos de viaje a través del tiempo —nuestro tiempo— y la belleza —nuestra propia iniciación a la respiración contenida ante lo que nos conmueve y sobrepasa.
Nada se compara con The Beatles en la historia de la música y cultura del siglo XX. Me cuento entre quienes quedaron prendados de su fascinación desde la primera vez que los escuché, siendo apenas un niño cuando ya se habían separado en 1970. Consumí todos mis premios de pintura infantil en comprar todos sus discos, sin importarme el orden en que los hubiesen grabado porque todo lo que hicieron sigue pareciéndome insuperable desde entonces. Estoy seguro también de que somos cientos de millones –si no directamente miles de millones– los que hemos vivido la vida bajo la inspiración y la luz de sus canciones, melodías inagotables en su variedad y en su genio.

Coleccioné desde niño toda la memorabilia de Beatles al alcance de alguien nacido lejos del Liverpool mítico en que nacieron los cuatro y en que no paré en mi empeño hasta visitar cada lugar de sus biografías mil veces historiadas, sus casas natales en hogares obreros (Ringo y George) y familias quebrantadas por el desgarro de pérdidas tempranas (John y Paul), The Cavern, Penny Lane, Strawberry Fields…

Aprendí a tocar la guitarra por emulación insaciable, por ganas de adivinar cómo obraban su magia en sus voces e instrumentos —especialmente los de cuerda, los que aprendí a tocar yo— para llegar a tocar todas y cada una de sus inagotables secuencias, desde la primera nota hasta el acorde más sutil, incluso las consideradas rarities por menos mentadas (Martha my Dear, You Know my Name…). Y me cuento, cómo no, entre millones que recuerdan en qué momento y dónde nos golpeó la noticia del asesinato de John y de la muerte de George; no descansé personalmente hasta disfrutar los conciertos de aquellos que todavía viven: Paul y Ringo.

Con el transcurrir de esos tiempos en que hemos ido creciendo, madurando y envejeciendo con su música, la admiración encendida no solo no ha decrecido sino que se ha hecho más intensa: cuantos más años cumplo, más alucinante e increíble me parece su pericia musical, su chispa creadora, su capacidad para capturarte con sus armonías espontáneas, intuitivas y al mismo tiempo sofisticadas hasta la perfección, su multiinstrumentismo y su compenetración estrechísima, la propia de cuatro amigos que lo compartieron todo: desde el asiento del bus escolar hasta la litera tras los bastidores de los garitos en que tocaron hasta reventar desde la adolescencia; desde el backstage de cada concierto multitudinario —género que inventaron en estadios inabarcables— hasta la habitación de hotel durante años trepidantes en que la Beatlemanía recorrió el planeta para cuajar, a pulso, una irrepetible épica de la globalización del rock, del pop y del beat; y para agotar, siendo aún muy jóvenes, las ansias de seguir siendo mitos, buscando explorar tardíamente sus yo individuales.
“Think of me, now and then, my old friend”, fue la última frase que John dijo en vida a su gran amigo de tantas correrías, Paul, con quien pasaría a la historia como el tándem creador más fecundo y admirado de la historia de la música: más de 300 canciones mil veces versionadas, millones de veces interpretadas y tarareadas por centenares de millones de seguidores rendidos ante el inigualable fundido de sus inmensos talentos.

Now and Then, 53 años después de la separación de The Beatles, nos recupera —con un toque de AI, revolución tecnológica en marcha e irrefrenable— lo mejor de lo que hemos sido y somos como una humanidad a la que pocas cosas unen tanto como la Beatlemanía.
Preguntado Brian Epstein —descubridor y manager de los FabFour hasta su inesperada muerte en 1967— sobre si los Beatles sobrevivirían la década de los 60 del siglo XX en la que nos clavaron a todos con su encanto, respondía a un periodista: “Créeme, en el 2000, y más allá, los nietos de los fans que hoy gritan seguirán amando a The Beatles”.

No se equivocó en el augurio: cualquiera que haya visto a un estadio con más de 70.000 almas tararear Hey Jude desde todas las edades y todas las fuentes de experiencia, pero con un mismo entusiasmo intergeneracional, sabe que hay algo más potente, viral e imperecedero que ningún desarrollo imaginable de la AI: la inteligencia natural —instinto, destino, suerte— que les unió en su Liverpool natal, les hizo amigos, y que les hizo queridos en las vidas de tantas personas y en mundos tan diferentes. The Beatles, Beatles for ever, nuestra propia biografía, Beatles más allá de lo finito, más allá de la muerte, hasta nuestros infinitos.

*Eurodiputado socialista

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Beatles forever (AI): más allá de la muerte, hasta nuestros infinitos

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19.11.2023

En esta tribuna europea regularmente acometo asuntos que se hayan situado de una u otra manera en el foco de atención de las Instituciones de la integración supranacional.

Cuando acaba de celebrarse la Cumbre Internacional de la Inteligencia Artificial (AI), con participación de 28 Gobiernos entre los que figuran los mayores gigantes tecnológicos (EE.UU. y China), determinados a intervenir regulatoriamente esta imparable revolución en marcha —siguiendo por cierto la pionera iniciativa de la UE, cuya legislación está avanzada en el Parlamento Europeo (PE)—, mi primera tentación sería la de intentar explicar aquellas aplicaciones consideradas prohibidas (por ejemplo, los reconocimientos faciales indiscriminados, entre otras) y las calificadas como restringidas por riesgo para los derechos fundamentales (la administración de Justicia…). Pero, en esta ocasión, me es imposible sustraerme a una experiencia sensorial en la que un concreto empleo de AI ha adquirido instantáneamente un impacto global.

Se trata de The Beatles, el fenómeno musical de mayor impacto en el siglo XX, la banda más influyente de la historia, cuyo arco emocional anuda a generaciones que alcanzan a abuelos y nietos. Hablo de Now and Then, globalizada en segundos como la “última canción de The Beatles hasta ahora”, en que una depuración de la inconfundible voz de John por tecnología de AI se funde con el bajo de Paul, el solo de guitarra de George y la batería de Ringo…44 años después de que Lennon registrara su boceto en un cassette, 43 desde su muerte, 22 desde el fallecimiento de George, y cuando........

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