Los hutíes son un grupo insurgente predominantemente de la confesión chiita del Islam -pero que incluye también suníes- que opera en Yemen. Es una organización política y armada islamista que surgió en la década de 1990 y está sostenida por Irán. Pues bien, los hutíes se han unido a Hamás, que felicitó a Pedro Sánchez por su posición frente a Israel en la guerra de Palestina, y han felicitado a España por no sumarse a la coalición militar que Estados Unidos ha formado en el Mar Rojo para combatirles. El viceministro de Asuntos Exteriores del grupo expresó su aprecio a nuestro país por no dejarse influir por las “mentiras americanas y británicas en materia de navegación marítima”, es decir, por no oponerse al secuestro de la navegación marítima en ese mar que ellos pretenden imponer. Se trata de felicitaciones más que peligrosas, pero que ponen de manifiesto con rotundidad descarnada la actual situación de la política española, y la brutal dependencia del Gobierno y de su presidente del social comunismo de Sumar. Porque Yolanda Díaz se está haciendo con el control de la política exterior de España hasta el punto de que, a pesar de su pertenencia a la Unión Europea y a la OTAN, es discutible que nuestro país pueda ser incluido sin restricciones entre las potencias occidentales.
Sin embargo, aunque la preocupante deriva se está manifestando en la actualidad, sus raíces se remontan a las consecuencias de los atentados de Atocha y al acceso de Rodríguez Zapatero al control del Gobierno y del PSOE, al que hizo abandonar la socialdemocracia y transformó en lo que es ahora, un partido que propugna un comunismo vergonzante cada vez más influido por sus socios en el Consejo de Ministros.
El problema es que la dinámica política y social española nos ha llevado a una situación sin precedentes en los Estados de nuestra tradición cultural: los perdedores de la última guerra civil han terminado por ganarla y los vencedores la han perdido. Una realidad alternativa sin precedentes y potencialmente peligrosa en muchos sentidos. El abandono del marxismo que los socialistas alemanes le impusieron a Felipe González al final del franquismo nunca ha sido plenamente asumido por sectores importantes de militantes y votantes socialistas. Hay socialdemócratas en el partido, pero el partido no es socialdemócrata. Y muchos jóvenes -y no tan jóvenes- militantes y votantes socialistas manifiestan en público su rechazo a González, un dirigente socialdemócrata que gobernó España durante catorce años y que hizo posible la Transición. Porque para ellos el PSOE anterior a Rodríguez Zapatero y a Pedro Sánchez no existe o peor, es reaccionario.
La vicepresidenta Nadia Calviño ha conseguido su objetivo de ser nombrada presidenta del Banco Europeo de Inversiones para los próximo seis años, con lo que alcanza su otro objetivo de salir del Gobierno honorablemente y librarse del acoso permanente de Yolanda Díaz, una guerra que a estas alturas ya no le aportaba absolutamente nada. Pero su marcha del Gobierno, del que era uno de sus muy pocos miembros presentables, siembra más que dudas sobre el inmediato futuro que le espera a este país. Por ese motivo, la felicitación por su nombramiento es también una felicitación peligrosa.