Dicen que el conocimiento siempre nos hace perder algo. Es la maldición de Adán y Eva al ser expulsados del Paraíso. A partir de aquí se confunde a la ignorancia con la inocencia y a la ruindad con el exceso de curiosidad por aprender. No es cierto que la tentación provenga de quien representa el mal ni que éste consista en la transgresión de una norma aceptada por todos como la correcta que proviene del orden. El orden, en sí mismo, lo estableció el Creador separándolo del caos. Ese es el único e indiscutible, el catecismo que hay que aceptar para poder disfrutar de las bondades de una existencia tutelada en el Edén. Entonces es verdad que algo perdemos cuando indagamos sobre otras posibilidades que no se encuentren contenidas en los códigos del buen comportamiento y en la obediencia ciega a la doctrina. Todo lo que no sea eso es condenable y vendrá el ángel exterminador con su espada a convertirnos en proscritos para la eternidad. Pero lo cierto es que somos la descendencia de los que fueron tentados por la serpiente, y de su familia, sobre todo de la repudiada por Dios, después de que uno de los hijos matara a su hermano. El conocimiento más allá de la creencia es un riesgo. Muchos fueron enviados a la hoguera por ese motivo. Otros hombres sabios prefirieron refugiarse en la duda, que es la postura de los humildes para no sobresalir demasiado. A pesar de ello fueron señalados y condenados y desaparecieron elegantemente para que su recuerdo quedara entre nosotros. Sócrates se va sin deberle nada a nadie. Le dice a sus amigos que le devuelvan una gallina que le debe a Asclepio. Don Felipe explicaba su muerte todos los años en la Universidad de La Laguna. Un acto sublime que hacía llorar a los alumnos para luego iban a empapelar las paredes con consignas dictadas por sus jefes políticos. Una de cal y otra de arena. No sé si tenían curiosidad por el conocimiento o solo querían conocer las leyes para meter en la cárcel a sus contrarios. Ese no parece ser el conocimiento que ponga en peligro a nuestro equilibrio sacándonos a patadas de un jardín de tranquilidad donde todo lo tenemos resuelto. Dios nos dijo desde el principio que nos buscáramos la vida, igual que había hecho con el resto de los animales. Así hacen las aves con sus polluelos, arrojándolos del nido para que aprendan a volar por su cuenta. Estas herencias fatales, basadas en reclamar la protección del grupo, siguen gobernando el mundo, que se empeña en agruparse en bloques que dictan consignas y donde la discrepancia equivale a la traición. Además, ¿de qué nos sirve el conocimiento en un mundo gobernado por los algoritmos y por la Inteligencia Artificial? Somos un número. Solo eso. El número que los nazis adjudicaban a cada judío antes de meterlo en la cámara de gas; la misma cifra cruel con que se informa de los muertos en Gaza. El conocimiento no sirve para nada, solo para que nos rechacen en el conjunto donde el sometimiento a la idea se confunde con la independencia y la libertad.

ARAMBURU Y VARGAS

Fernando Aramburu escribe algo ante la despedida de la escritura de Mario Vargas Llosa. Muestra su admiración ante el novelista a pesar de no compartir su ideología. Nunca he notado la influencia de una ideología determinada en sus novelas, a menos que la carencia de tal cosa sea una actitud reprobable. Algunos trasladan su compromiso a sus escritos, como si tuvieran que estar permanentemente haciendo un acto de fe de sus ideas. Con esto no conseguirían otra cosa que reducir el número de sus lectores, aquellos que solo buscan la identificación doctrinaria en lo que leen. Aramburu hace una confesión muy personal y sincera y reconoce a Vargas como uno de los escritores más influyentes en la novelística actual. Valora sus condiciones innatas excepcionales, algo que no es frecuente encontrarlo entre la gente de la misma profesión. Es loable manifestar esto en un ambiente tan mediatizado como el que vivimos, donde todo se sectoriza, hasta la libertad para expresar la creación artística. Cuando los escritores actúan como los sacerdotes de una religión restringida a sus dogmas, las cosas no están funcionando adecuadamente. Hasta los reconocimientos de los premios con mayor prestigio están contaminados por estas tendencias que tienden a uniformar al mundo como una moda para su consumo. La literatura nunca puede ser una moda, ni colocarse en la situación favorable a donde sopla el viento. El escritor libre e independiente tendrá que jugársela contra la corriente implacable de la corrección, de la ideología dominante y de las capillas que se crean en torno a ella. Por eso el que denuncia estas situaciones se inviste del mérito de los héroes, que se resisten a los embates de los administradores de lo políticamente o culturalmente correcto. Se esfuerza en ser un seductor de sus lectores, pero nunca para ejercer el proselitismo y captarlos hacia una visión uniformada el mundo. Fabrica muchos mundos para que en cada uno de ellos quepa la satisfacción de tropezarse con lo diverso. Junta palabras para reconstruir las visiones de la realidad, o de una ultrarrealidad que se mantiene oculta para la generalidad de las personas. Esto no le hace ser un superdotado; simplemente observa las cosas de una manera diferente. La satisfacción de lector consiste en descubrir esa atalaya e identificarse con ella. Ciertas militancias condenan a los libros que no coinciden con sus inamovibles convicciones, reducen su mundo al que se limita a predicar su catecismo. Actúan como los censores religiosos que arrojaban las obras perniciosas a la hoguera. Han caído en la misma intolerancia contra la que decían que luchaban. En ocasiones acceden a los lugares donde se selecciona lo recomendable y se sienten cómodos en una sociedad intervenida, como la concebida por Orwell. Entonces me congratulo de que Fernando Aramburu se salga de los moldes y dedique esa despedida llena de admiración a Mario Vargas Llosa. No creo que éste último vaya a dejar de escribir definitivamente. Eso, en la existencia de un escritor, es imposible. Es como si dejara de respirar. La escritura también es una terapia necesaria para la vida, enfrentarse a los recovecos de la mente y extraer los excesos, como hace el organismo con cada una de sus exhalaciones.

QOSHE - El conocimiento - Julio Fajardo Sánchez
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El conocimiento

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03.01.2024

Dicen que el conocimiento siempre nos hace perder algo. Es la maldición de Adán y Eva al ser expulsados del Paraíso. A partir de aquí se confunde a la ignorancia con la inocencia y a la ruindad con el exceso de curiosidad por aprender. No es cierto que la tentación provenga de quien representa el mal ni que éste consista en la transgresión de una norma aceptada por todos como la correcta que proviene del orden. El orden, en sí mismo, lo estableció el Creador separándolo del caos. Ese es el único e indiscutible, el catecismo que hay que aceptar para poder disfrutar de las bondades de una existencia tutelada en el Edén. Entonces es verdad que algo perdemos cuando indagamos sobre otras posibilidades que no se encuentren contenidas en los códigos del buen comportamiento y en la obediencia ciega a la doctrina. Todo lo que no sea eso es condenable y vendrá el ángel exterminador con su espada a convertirnos en proscritos para la eternidad. Pero lo cierto es que somos la descendencia de los que fueron tentados por la serpiente, y de su familia, sobre todo de la repudiada por Dios, después de que uno de los hijos matara a su hermano. El conocimiento más allá de la creencia es un riesgo. Muchos fueron enviados a la hoguera por ese motivo. Otros hombres sabios prefirieron refugiarse en la duda, que es la postura de los humildes para no sobresalir demasiado. A pesar de ello fueron señalados y condenados y desaparecieron elegantemente para que su recuerdo quedara entre nosotros. Sócrates se va sin deberle nada a nadie. Le dice a sus amigos que le........

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