Escribe Ignacio Peyró que ha habido una época en que muchos se consideraron progresistas para sentirse dignos ante el espejo. No creo que se refiera solamente a la llamada superioridad moral sino a cierto barniz intelectual que hace a algunos pasar por lo que no son. Ese progresismo especular, casi religioso, inviste de razón al que no es capaz de emitir un juicio por sí mismo, y lo integra en una masa militante que le otorga la seguridad de hallarse en el único camino correcto. Esto, en sí mismo, no es malo porque se trata del fortalecimiento de grandes masas sociales tan necesarias para el desarrollo de un país. El peligro es cuando se convierte en una escalada que desautoriza a todo lo que no coincida con sus presupuestos, calificándolo de torpe y poco inteligente. En este caso, el más tonto de los progresistas siempre será mejor valorado que el más capacitado de los conservadores. Aprovechando estos atajos para obtener méritos fáciles se levantan muros para distinguir entre los grupos favorecidos por la luz frente a los que aún viven en un mundo de tinieblas. Conozco a muchas de estas personas, gente que guarda un carné en la cartera con el convencimiento de que equivale a la tarjeta de memoria del móvil, donde, por ensalmo, se encuentra almacenado todo el conocimiento que antes no tenían. De la noche a la mañana se convierten en adjudicadores de prebendas o en administradores de condenas, descalificando a todo aquello que no coincida con lo que han aprendido en su catecismo exiguo y mínimo. Son progresistas delante del espejo, como dice Peyró. Pobre de ti como te sorprenda la avalancha de sus críticas, sus exégesis o, lo que es peor, el torpedeo a tu actividad de manifestarte libremente. La libertad también ha pasado a ser un monopolio de sus actuaciones, en un concepto unidireccional y exclusivo donde el derecho a la expresión solo es interpretado en un sentido. El único válido, el único admisible, el único capaz de dar una respuesta halagadora desde el espejo mágico de la madrastra de Blancanieves. El problema consiste en que a esto se le considera un valor democrático, llegando sus protagonistas a asimilarse con los inventores y defensores últimos de los valores constitucionales de la Transición. Qué el espíritu de 1978 acabe consistiendo en el levantamiento de muros para dividir a los ciudadanos es la muestra del fracaso del sistema. Volvemos a ser tontos o listos, buenos o malos, en función del espejo en el que nos miremos. Otra vez Cervantes con su Retablo de las Maravillas. Lo peor es que se construyen escalafones con estas cosas. Una especie de escala de Jacob para subir al cielo por la que se cuelan los que medran en la trampa de los atajos, los que ponen zancadillas, los que tienen la exclusiva del progreso, los que hacen posible que un idiota se ponga al frente de un ministerio, los que se miran al espejo cada mañana y se sienten irresistibles. A veces pienso que no se trata de una cuestión de ideología sino de simple oportunismo. ¡Qué le vamos a hacer! Las cosas son así, lo han sido siempre y, si nadie le pone remedio, lo seguirán siendo.

QOSHE - El espejo - Julio Fajardo Sánchez
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El espejo

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18.12.2023

Escribe Ignacio Peyró que ha habido una época en que muchos se consideraron progresistas para sentirse dignos ante el espejo. No creo que se refiera solamente a la llamada superioridad moral sino a cierto barniz intelectual que hace a algunos pasar por lo que no son. Ese progresismo especular, casi religioso, inviste de razón al que no es capaz de emitir un juicio por sí mismo, y lo integra en una masa militante que le otorga la seguridad de hallarse en el único camino correcto. Esto, en sí mismo, no es malo porque se trata del fortalecimiento de grandes masas sociales tan necesarias para el desarrollo de un país. El peligro es cuando se convierte en una escalada que desautoriza a todo lo que no coincida con sus presupuestos, calificándolo de torpe y poco inteligente.........

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