Una novela es un viaje, una aventura que lleva a la imaginación a navegar por territorios no habituales, una oportunidad para que la mente se libere de las ataduras de la monotonía. Ese trayecto es importante cuando en él se descubre el misterio de la vida. Si no, es como una caminata por los alrededores de casa para desentumecer los huesos. Como Tony Leblanc del gimnasio a la Casa de Campo y de la Casa de Campo al gimnasio. Homero nos lleva por el Mediterráneo para desentrañar los mitos, para enfrentarnos con las dificultades, siempre con la esperanza de regresar a Ítaca donde Penélope teje su tapiz. Es la misma que Serrat sienta en el andén con su bolso color marrón, aguardando algo que no se sabe muy bien lo que es. Un viaje es a donde nos conduce Edmundo D’Amicis en De los Apeninos a los Andes, en busca de la madre, o Amor Towles, en Autopista Lincoln, siempre practicando ese principio alquímico del regresus ad uterum que nos obliga a encontrar la paz en el origen de las cosas. La tendencia es volver al lugar más seguro y no hay nada que ofrezca mayor seguridad que el vientre materno, la razón obligada de todas las dependencias, la torpe experiencia de los comienzos inciertos. El viaje puede consistir solo en una sugerencia, porque es el tiempo el que nos desplaza en un espacio inverosímil, como hace Cervantes con don Quijote, sacándolo a pasear por los alrededores de su casa, donde la fantasía se transforma en la gran aventura de la existencia. Don Quijote va de acá para allá, sin alejarse demasiado, para mostrarnos lo que somos, iguales en lo diverso y en lo común. Lo mismo hace Joyce, en Ulises, desarrollando un fabuloso periplo narrativo durante un día, sin salir de Dublín. Está toda la vida metida ahí, porque el auténtico viaje es el distanciamiento que hace el escritor para escribir su libro, que le lleva por un itinerario europeo de varios años. La literatura es una relativización del espacio y del tiempo, y una novela es una representación ficticia de algo que tiene principio y fin, el diseño acotado de lo efímero que nos recuerda el sic transit gloria mundi. Madame Bovary es otro viaje que nos propone Flaubert a través del fracaso del desengaño de una mujer encantadora. En ocasiones no se resiste a materializar el trayecto y la hace protagonizar sus encuentros amorosos en el interior de un carruaje que cruza la ciudad a toda velocidad, con el desenfreno de unos caballos desbocados. La literatura, la buena literatura, se vale de estos medios para mostrarnos una realidad que, de otra manera, se nos pasaría desapercibida. Todo consiste en un desplazamiento. Hasta el 2001 de Arthur C, Clarke lo es, cuando acaba convirtiendo al astronauta Bowman en un niño estrella que se integra en el Universo, como destino último o como regreso al principio. Un viaje hacia lo inicuo es lo que hace Melville con el capitán Acab, persiguiendo a Moby Dick, o Joseph Conrad metiéndonos en el corazón de las tinieblas de un río africano para describir la ruindad, o el acoso de un policía astuto al desalmado Raskolnikov, en Crimen y castigo, de Dostoyevski. Un viaje hacia el más allá es el del piloto de Vuelo inmóvil, de Leónidas Andreiev, cuyo cuerpo no regresa a la tierra después de subir a las alturas, y el de Saint Exupery, en su vuelo nocturno por los cielos de Argentina. Siempre vamos hacia alguna parte sorprendente, a descubrir lo desconocido de la mano de un escritor. En eso consiste el secreto de las novelas, y por esa razón escribimos tanto sobre ellas. Por eso Unamuno, Ortega o Julián Marías lo hicieron sobre El Quijote, intentando aclararnos de lo que se trataba, cuando lo más sencillo era entregarnos a la faena de leerlo e intentar comprenderlo. Cuando la lectura se convierte en un sacrificio es porque algo está fallando. Entonces triunfan los best Sellers y los premios se los llevan las chicas que salen en la televisión. ¡Con la cantidad de obras maravillosas que fueron escritas y están por leer!

QOSHE - Hablando de novelas - Julio Fajardo Sánchez
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Hablando de novelas

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19.02.2024

Una novela es un viaje, una aventura que lleva a la imaginación a navegar por territorios no habituales, una oportunidad para que la mente se libere de las ataduras de la monotonía. Ese trayecto es importante cuando en él se descubre el misterio de la vida. Si no, es como una caminata por los alrededores de casa para desentumecer los huesos. Como Tony Leblanc del gimnasio a la Casa de Campo y de la Casa de Campo al gimnasio. Homero nos lleva por el Mediterráneo para desentrañar los mitos, para enfrentarnos con las dificultades, siempre con la esperanza de regresar a Ítaca donde Penélope teje su tapiz. Es la misma que Serrat sienta en el andén con su bolso color marrón, aguardando algo que no se sabe muy bien lo que es. Un viaje es a donde nos conduce Edmundo D’Amicis en De los Apeninos a los Andes, en busca de la madre, o Amor Towles, en Autopista Lincoln, siempre practicando ese principio alquímico del regresus ad uterum que nos obliga a encontrar la paz en el origen de las........

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