He visto algunas fotos y videos de la boda de Almeida. Las autoridades de la derechona mezcladas con la aristocracia y la realeza. Pocas noticias que no sean las del regreso al antiguo mundo del corazón. Nada que ver con la de Lolita, con su madre desesperada en la puerta de la iglesia diciendo: “si me queréis irse”. La verdad es que una parte mínima de esta representación se mezcla todavía con la tropa que es objetivo de los paparazzi: Froilán, Victoria Federica y los Urdangarines. Por lo demás una boda como las demás. El mismo protocolo organizado por los fotógrafos, los auténticos dictadores de un photocall improvisado, que hacen de semáforos para que los invitados se paren ante las cámaras y entren por su orden. Siempre la noticia es el bochorno de las dos pobres desgraciadas que repiten traje y que el lunes le echarán la bronca al de la boutique exclusiva donde lo compraron. Esta es una boda de la calle Serrano, en plena fachosfera. El esperpento de una España que ha sabido resistir a la revolución, como los personajes que frecuentaba Proust en La busca del tiempo perdido. Esta novela sirve para demostrar que las cosas nunca se pierden del todo y que, pese al progresismo del siglo XXI, las cosas siguen estando ahí. Por más que Pantojas, Paquirrines y Rociítos y demás colaterales hayan invadido el papel cuché, el monopolio lo sigue teniendo esa estirpe, en bueno, de la sangre exclusiva. Las redes se han inundado de felicitaciones, con alguna que otra escasa manifestación de desprecio. La sangre no ha llegado al río, por más que la modernidad obligue a abominar de la de color azul en un tiempo en que tofos saben de sobra que es roja. Quizá aquí esté el origen de la elección de los colores para designar a la izquierda y a la derecha. Después de la ceremonia se fueron todos a comer a una finca, como Dios manda, haciendo una evocación de la escopeta nacional. Si alguien cree que esto son los restos del franquismo se equivoca. Es que no ha leído el Gold Gotha, de José Luis de Vilallonga, que era marqués de Castellví e hijo del ayuda de cámara de Alfonso XIII, y que hizo de brasileño millonario en Desayuno con diamantes. Según cuenta, el día que se casó Carmencita con un tal Martínez, se pusieron todos enfermos o se fueron de viaje. Era otra aristocracia aquella que se convocaba el día de la banderita, con Cuqui Fierro y las señoras de Banús y Barreiros acompañando a la condesa de Romanones, que era americana. Era todo lo que doña Carmen podía reunir en la mesa de la Cruz Roja. Lo de hoy es diferente. Hay títulos en la política, como siempre, pero no provienen de las escaladas oportunistas, sino que son los de toda la vida, y Cayetana Álvarez se faja con un tal Bolaños cada semana, por una cosa o por otra. En el video vi a algunos resucitados que hace tiempo no salían. Estaba Alberto Ruiz Gallardón, al que veía con frecuencia tomando una cerveza en Santa Bárbara. Alberto es nieto de Pepito Jiménez Rosado, un diplomático hijastro del conde de Casa Rojas, que fue pareja de Aitana, la hija de Rafael Alberti, antes de que se fuera a la Cuba de Fidel. Toda esta gente estaba mezclada en el ambiente glamuroso de la Transición, cuando se reeditó en Málaga la Revista Litoral, donde publicaban los poetas de la generación del 27. Esta España, del compromiso con las palomas de Picasso, de los toreros, de las carreras de caballos, de las marquesas en pelotas y las fuentes luminosas, no ha desaparecido, y además goza de la simpatía del pueblo, como la Chata, o como aquellos chisperitos que gritaban “qué nos los llevan” cuando los franceses trasladaban a los reyes a Bayona. Hay gente a la que le gusta y otra que se horripila, pero esto es España, ¡qué le vamos a hacer!

Los dedos de la mano

El dedo meñique es minimalista y discreto. Lo usan los arquitectos para señalar tímidamente lo que han dibujado en sus planos, como si no fuera con ellos. No se atreven a hacerlo de otra manera para así expresar su discreción, o indicar que lo que muestran no es definitivo, que se puede cambiar, que aún no ha llegado a ser rotundo, que todavía se puede discutir. Para señalar está el índice, inquisidor y agresivo. Cuando se levanta vertical, hacia arriba, como hace la Pantoja, lleva apareada la advertencia de que quien lo está enseñando es el número uno y no admite réplicas de ningún tipo. El meñique también se usa para exhibir cierto amaneramiento preñado de cursilería cuando se levanta una taza de café. Es el dedo del quiero y no puedo, del que replica maneras grandilocuentes con un gesto mínimo, aunque se pase con tanto comedimiento delatando un forzamiento que pretende ser educado y no llega a serlo completamente. De todos los dedos me quedo con el corazón. Es fuerte y sirve para demostrar la disconformidad y el insulto. Cuando se enseña enhiesto quiere decir que por aquí se va a Roma, aunque también puede ser el agente apropiado para los estímulos y las invasiones más íntimas. El anular es un dedo flojo, como lo son los compromisos que con él se acreditan. Si extendemos la palma sobre una mesa y retraemos el corazón, el anular se queda paralizado sin poder levantarse de su contacto, como hacen el resto de sus compañeros. Es un apéndice inútil, como todo aquello que tiene solo un carácter simbólico. Está ahí, perdido entre el corazón y el meñique, formando parte de esa terna central que suelen perder los carpinteros. El pulgar es el Sancho Panza de los dedos, burdo y vulgar donde los haya. Siempre ha servido para apretar lo que esta flojo, para hacer de torniquete, para tapar una herida, para pasar su asperidad por una caricia torpe. Últimamente ha cobrado un gran protagonismo en el desarrollo digital, porque lo digital viene de dígito y, por tanto, también de dedo. Es el más utilizado en la escritura sobre teclados táctiles y minúsculos, como queriendo decir que lo grande se adapta mejor a lo pequeño. Una reivindicación de la desmesura y del gigantismo, como respuesta al principio del ecologismo que asegura que small is beautiful. Como ven la mano da para mucho, más que los pies, que ahora se han puesto de moda como vehículo de excitación sexual. La mano tiene mayores posibilidades de expresión. Saluda, niega, asiente, se abanica, acaricia y habla por sí sola en un despliegue de gestos variados que no tiene fin. La mano coge y suelta, por tanto es símbolo de prisión y de libertad. A veces busca la clandestinidad para hacer de las suyas, como se expresaba en aquellos versos: “El otro día me fui al cine/ a ver Romeo y Julieta./ Me senté en la última fila/ y vi la mano que aprieta”.

QOSHE - La boda - Julio Fajardo Sánchez
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La boda

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08.04.2024

He visto algunas fotos y videos de la boda de Almeida. Las autoridades de la derechona mezcladas con la aristocracia y la realeza. Pocas noticias que no sean las del regreso al antiguo mundo del corazón. Nada que ver con la de Lolita, con su madre desesperada en la puerta de la iglesia diciendo: “si me queréis irse”. La verdad es que una parte mínima de esta representación se mezcla todavía con la tropa que es objetivo de los paparazzi: Froilán, Victoria Federica y los Urdangarines. Por lo demás una boda como las demás. El mismo protocolo organizado por los fotógrafos, los auténticos dictadores de un photocall improvisado, que hacen de semáforos para que los invitados se paren ante las cámaras y entren por su orden. Siempre la noticia es el bochorno de las dos pobres desgraciadas que repiten traje y que el lunes le echarán la bronca al de la boutique exclusiva donde lo compraron. Esta es una boda de la calle Serrano, en plena fachosfera. El esperpento de una España que ha sabido resistir a la revolución, como los personajes que frecuentaba Proust en La busca del tiempo perdido. Esta novela sirve para demostrar que las cosas nunca se pierden del todo y que, pese al progresismo del siglo XXI, las cosas siguen estando ahí. Por más que Pantojas, Paquirrines y Rociítos y demás colaterales hayan invadido el papel cuché, el monopolio lo sigue teniendo esa estirpe, en bueno, de la sangre exclusiva. Las redes se han inundado de felicitaciones, con alguna que otra escasa manifestación de desprecio. La sangre no ha llegado al río, por más que la modernidad obligue a abominar de la de color azul en un tiempo en que tofos saben de sobra........

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