Las pastillas de violeta se venden en Madrid desde hace más de siglo y medio. Yo las compro en La Pajarita, de la calle Villanueva, una bombonería fundada en 1852, de donde se las llevaban a Alfonso XIII, a su padre, Alfonso XII y a su abuela, Isabel II. Parece que no hay nada más castizo que las violetas. Hoy están otra vez de moda, o nunca se han ido, y se pueden degustar postres a la violeta en cada sitio que se precie de auténtico madrileñismo. Sarita resucitó a las violeteras en los años 50 y Cecilia nos recordó el detalle del ramito para hacer las cosas con delicadeza. El estilo de las violetas no se ha ido nunca de nuestra vida, como una mezcla de nostalgia y de resurrección, que sirve tanto para lo ñoño como para lo progresista.

Hoy Juan Luis Cebrián llama “eruditos a la violeta” a los “portavoces del buenismo que acusan de haberse hecho de derechas a cuantos socialistas históricos, intelectuales críticos o sabios profesores que advierten sobre el peligro de la actual andadura emprendida por esta especie de peronismo a la española”. No sé si con esto se refiere al intento de endulzar la crisis política que padecemos o a refinarla recurriendo a un símbolo de toda la vida: esas violetas simples y sencillas que se ofrecían a la salida de los teatros para lucirlas en el ojal, y que se pagaban con unas monedas antes de que los chinos invadieran la noche vendiendo capullos de rosas como si fueran propagandistas de la calle Ferraz. Ahora hemos vuelto a las violetas, para diferenciarlas de las rosas que se ofrecen en las ramblas de Barcelona por san Jordi.

Cebrián comenta en su esporádica Columna de El País el libro Tierra Firme, del que dice que Pedro Sánchez lo ha firmado y que otros se lo han escrito. No se sabe bien desde donde. Yo diría que a medias desde el ministerio de Sanidad y el de Teresa Ribera. Todo va de pandemia y de cambio climático, quizá porque ahí se encuentra el frente para establecer el debate con los negacionistas. El libro es malo, como casi todos los que se escriben al alimón. A fuerza de repetirse se convierte en insufrible, como las políticas domésticas que insisten en machacar sobre el mismo clavo.

Cebrián utiliza el recurso de aprovechar el título para asimilarlo a la época de la conquista del Nuevo Continente y hace un símil americano de la situación. Ayer escuché el discurso de Milei y observo la oportunidad de la circunstancia. Milei ha dicho No hay plata, y desde aquí han empezado a tacharlo de catastrofista, amenazando con políticas de austeridad y con recortes como la señora Merkel en la crisis de 2008. Milei lo tiene difícil y lo dice. Por la forma de expresarse lo llaman loco, olvidando que los locos y los borrachos siempre dicen la verdad. Aquí preferimos gastarnos lo que no tenemos y exhibir actitudes triunfalistas, confiando en que Europa nos va a sacar del atolladero. Incluso se escuchan voces que aseguran que somos nosotros los que la vamos a salvar de todas las amenazas que se ciernen sobre ella. Otra vez somos la reserva espiritual, como en la época de Franco. No sé por qué Cebrián llama “eruditos a la violeta” a los palmeros oficiales.

Quizá se refiere a un extracto aromático que evoca a un tiempo que no va a volver y que está en las manos exclusivas de la repostería. Me encantan los caramelos de violeta, pero no veo la necesidad de llevar esas florecillas en la solapa. Ahora lo recomendable es que tengamos un camello de confianza para que no nos vendan la droga adulterada como recomienda la nueva ministra de Sanidad. No todo van a ser violetas y delicadas fragancias. Buscaré en Spotify las Violetas imperiales de Carmen Sevilla y Luis Mariano. En el fondo, por muy modernos que seamos, nunca hemos abandonado a esa España cañí que nos apasiona.

QOSHE - La violetera - Julio Fajardo Sánchez
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La violetera

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12.12.2023

Las pastillas de violeta se venden en Madrid desde hace más de siglo y medio. Yo las compro en La Pajarita, de la calle Villanueva, una bombonería fundada en 1852, de donde se las llevaban a Alfonso XIII, a su padre, Alfonso XII y a su abuela, Isabel II. Parece que no hay nada más castizo que las violetas. Hoy están otra vez de moda, o nunca se han ido, y se pueden degustar postres a la violeta en cada sitio que se precie de auténtico madrileñismo. Sarita resucitó a las violeteras en los años 50 y Cecilia nos recordó el detalle del ramito para hacer las cosas con delicadeza. El estilo de las violetas no se ha ido nunca de nuestra vida, como una mezcla de nostalgia y de resurrección, que sirve tanto para lo ñoño como para lo progresista.

Hoy Juan Luis Cebrián llama “eruditos a la violeta” a los “portavoces del buenismo que acusan de haberse hecho de derechas a cuantos socialistas históricos, intelectuales críticos o........

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