A rebufo de la celebración estos días de los 75 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DD.HH.) de las Naciones Unidas, verdaderas “tablas de la ley” de la dignidad de las personas, escribo sobrecogido por la tragedia de la franja de Gaza, con la convicción de que la comunidad internacional debe parar esta guerra desatada por Israel, que consienten los Estados Unidos (EE.UU.). En el aniversario de la Declaración de Derechos Humanos es obligado denunciar los atropellos que se cometen en Afganistán, China, Irán, Somalia o Haití, la indiferencia ante las desesperadas migraciones masivas en Asia, América y África, los efectos de la guerra en Ucrania, Sudán y el Sahel, y, por supuesto, la situación de la Franja, donde se vulneran el derecho internacional de guerra (también la guerra tiene normas) y los DD.HH. Cuando se bombardean hospitales, ambulancias, templos, escuelas…, el tsunami bélico se lleva por delante la totalidad de los derechos de las personas. Los tambores de guerra suenan a llanto, hambre, frío, enfermedad y muerte. Los derechos de guerra y de paz son complementarios.

Todo el mundo sabe que la ofensiva militar de Israel en Gaza es la respuesta a la masacre perpetrada por la organización terrorista Hamás el pasado 7 de octubre, que, según Israel, causó 1500 muertos y más de 2.200 heridos. Una acción que merece la condena más rotunda. Israel tiene derecho a defenderse, pero no tiene justificación el nivel de la respuesta desatada, ignorando el derecho humanitario. Se calcula que, hasta ayer, el número de fallecidos en la franja de Gaza por los ataques del Ejército de Israel asciende a más de 18.000 personas.

Israel ha tomado la parte (Hamás) por el todo y emprendido una campaña militar contra la totalidad de Gaza, que no detendrá, asegura, hasta eliminar al último terrorista, sin que, desgraciadamente, se pueda apreciar que respeta las más elementales reglas del derecho de guerra. Todo esto justificaría llevar ante la Corte Penal Internacional al primer ministro y otros miembros del gobierno de Israel, pero no es fácil porque no reconoce al Tribunal y su protector, EE.UU., no ratificó su adhesión al tratado. Tendría sentido también una condena del Consejo de Seguridad de Naciones Unidas, pero cuantas veces se ha intentado lo ha vetado EE.UU., la última el viernes pasado cuando el secretario general, António Guterres, instó al Consejo a forzar un alto el fuego humanitario. EE.UU. votó en contra aduciendo que Hamás no busca una paz duradera.

No se discute el derecho de Israel a defenderse, pero nadie, salvo el gobierno de Tel Aviv, entiende que la respuesta no pueda ser de otra manera para evitar víctimas civiles. Se lo ha dicho a Netanyahu el responsable de la política exterior de la Unión Europea, Josep Borrell, también el presidente del gobierno español y presidente “pro tempore” de la organización europea, Pedro Sánchez, el secretario general de Naciones Unidas, y hasta su más importante aliado, EE.UU., por boca del secretario de Defensa, Lloyd Austin. Pero Israel hace oídos sordos y de norte a sur extiende la paz de los muertos.

Es patente la complejidad de la situación y un clamor universal la necesidad de buscar una salida, que debe estar fundada en el respeto a la legalidad internacional. Los palestinos esperan desde 1947 tener un territorio y un estado propios, como repetida e infructuosamente recuerda la ONU. Israel incumple desde entonces la resolución 181 (partición de Palestina en dos estados), ignora las resoluciones sobre territorios ocupados, de los que con distintos procedimientos expulsa a los palestinos, a los que hostiga y dificulta la vida en ese territorio de la antigua Tierra Santa, donde ellos estaban siglos antes de que llegaran masivamente los judíos europeos. En 1949 arribaron unos 250.000, cuando el censo local era de 600.000 personas. Desde entonces se han sucedido los conflictos, las intifadas y las guerras.

No hay una receta mágica, pero es inexcusable que EE.UU. debe cortar ya la ayuda militar a Israel, exigir el alto el fuego en Gaza y colaborar con los países árabes para neutralizar a los grupos terroristas palestinos, mientras la ONU acuerda un reparto razonable del territorio para la coexistencia de los dos estados y moviliza un contingente de cascos azules para la imposición de la paz, al mando, por ejemplo, del Reino Unido, administrador del territorio antes la creación de Israel. Recupero un famoso eslogan del mayo francés del 68, “seamos realistas, pidamos lo imposible”.

QOSHE - La vida colapsa en Gaza - Laureano García
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La vida colapsa en Gaza

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12.12.2023

A rebufo de la celebración estos días de los 75 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos (DD.HH.) de las Naciones Unidas, verdaderas “tablas de la ley” de la dignidad de las personas, escribo sobrecogido por la tragedia de la franja de Gaza, con la convicción de que la comunidad internacional debe parar esta guerra desatada por Israel, que consienten los Estados Unidos (EE.UU.). En el aniversario de la Declaración de Derechos Humanos es obligado denunciar los atropellos que se cometen en Afganistán, China, Irán, Somalia o Haití, la indiferencia ante las desesperadas migraciones masivas en Asia, América y África, los efectos de la guerra en Ucrania, Sudán y el Sahel, y, por supuesto, la situación de la Franja, donde se vulneran el derecho internacional de guerra (también la guerra tiene normas) y los DD.HH. Cuando se bombardean hospitales, ambulancias, templos, escuelas…, el tsunami bélico se lleva por delante la totalidad de los derechos de las personas. Los tambores de guerra suenan a llanto, hambre, frío, enfermedad y muerte. Los derechos de guerra y de paz son complementarios.

Todo el mundo........

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