No hace mucho, se fumaba en cualquier sitio: en la sala de espera de un hospital, en un avión con destino a ninguna parte, en la barra de un bar de barrio, en la cocina de un restaurante de postín y en el cine, también en el cine. Si ibas al Jerezano podías comprarte dos o tres Fortuna sueltos en el kiosco de Miguel, allí mismo en la plaza San Andrés, y, sobre todo, aprovechabas para agenciarte unas chucherías, mucha más variedad y mejor precio que en el ambigú del vestíbulo del cine. De hecho, al ambigú, entrando a la derecha, solo ibas para una urgencia sobrevenida en mitad de la peli porque para todo lo demás parabas donde Miguelito, que se ganó la vida encerrado en aquellos tres metros cuadrados gracias al personal que Spielberg, Scorsese, Almodovar, Oliver Stone y la Metro Goldwing Mayer le acercaban hasta la puerta del negocio sobre todo miércoles y fines de semana. Aunque también estaban el Delicias, que pillaba un poco a trasmano, y el Luz Lealas, donde ahora hay un solar que rebosa de jaramagos, nadie podía con el brillo de la cartelera del Jerezano, ni siquiera el influjo de las luces del Ambert, que por aquel entonces parecía contonearse en la esquinita de al lado con su música retumbando desde el interior y su cerveza bien fría. Sucumbimos poco después, las cosas como son.

La entrada principal lleva años tapiada de cemento y ladrillo, así que este viernes, acompañados por su nuevo propietario, el empresario Dario Regattieri, accedimos por el lateral, una puerta metálica en la calle Caracuel que resultó ser la entrada a un túnel del tiempo. Se apaga la alarma, un grupo electrógeno arranca y prende dos grandes focos, y allí estaba, 26 años después, el patio de butacas casi intacto, el anfiteatro majestuoso y algunos boquetes en la pantalla, sobre la que siguen bailando dos caballos dorados que esperan que alguien vuelva a sacarles brillo. Allí estaba y está nuestro cine, en el que tanto nos reímos con la pandilla, en el que tanto disfrutamos. Quise localizar el sitio exacto donde mi amigo Emilio -minutos después de comerse frontalmente una farola cuando caminaba despreocupado hacia el cine- se sentó mirando al vacío durante la hora y media de metraje de la película. Estoy seguro de que no recuerda ni un solo fotograma de Los Picapiedra y apostaría también a que la farola sigue cimbreando.

Desde luego, este no es un lugar cualquiera. Qué gran noticia saber que el espectáculo, las luces, la música, las emociones van a volver allí donde descubrimos a Tim Burton, bailamos con Travolta y Uma Thurman, nos enamoramos de Julia Roberts y huímos de todo con Thelma y Louise. Qué gran noticia el nacimiento del Teatro Jerezano, qué ganas ya de que suba el telón.

QOSHE - El Jerezano - Javier Benítez
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El Jerezano

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14.01.2024

No hace mucho, se fumaba en cualquier sitio: en la sala de espera de un hospital, en un avión con destino a ninguna parte, en la barra de un bar de barrio, en la cocina de un restaurante de postín y en el cine, también en el cine. Si ibas al Jerezano podías comprarte dos o tres Fortuna sueltos en el kiosco de Miguel, allí mismo en la plaza San Andrés, y, sobre todo, aprovechabas para agenciarte unas chucherías, mucha más variedad y mejor precio que en el ambigú del vestíbulo del cine. De hecho, al ambigú, entrando a la derecha, solo ibas para una urgencia sobrevenida en mitad de la peli porque para todo lo demás parabas donde Miguelito, que se ganó la vida encerrado en........

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