Cantamos cada año la lotería como lo mejor de la Navidad televisada «además de por supersticiosos» porque el atraganto de las uvas y las campanadas, ese potaje de chistes de frac y un desnudo semivestido de lentejuelas y brillos excesivos, cambia poco y además es un paganismo de calendario y cruces de caminos como para seducir al diablo de los rincones, al demonio amable de los trasteros, a ese trasgo que comercia con conocimientos súbitos como el don de lenguas apostólico o el de tocar el blues más triste. No dice uno que un sorteo de lotería, por muy regado que venga de dinero, algo que en esencia es barroco, resulte precisamente algo católico y romano, pero sí que tiene algo de ceremonia ritual que le otorga cierto aire y empaque religioso.

El rito anual español por excelencia, con sus pompas secundarias de obispos taberneros y toda una extensa panoplia de disfraces para atraer a la Fortuna, diosa caprichosa y carnavalera donde las haya, es el sorteo del Gordo. Ese no hay Rubiales que lo chafe ni cadena que lo contraprograme. Durante toda una mañana, la mayoría de compatriotas se dedica a tener de fondo ese runrún de blancas voces cantarinas soltando por la boca números y premios, con la lejana esperanza de que los bombos vayan a pararse exactamente en el boleto que anida en su cartera. Todos sabemos que es una ilusión estadísticamente bajísima y que hay más probabilidades de que nos caiga un meteorito sobre la cabeza, pero aspiramos a salir un instante en los telediarios exhibiendo un billete premiado y esa alegría imprudente como de haber pegado un pelotazo o marcado un gol victorioso en el descuento de la prórroga.

Aunque luego siempre estamos dispuestos a consolarnos con la pedrea de lo importante: la salud y el amor, que hemos llegado a considerar casi sucedáneos navideños de la suerte que se niega, aunque sean mucho más trascendentales, quizá por aquello que escribía Luis Mateo Díez en Camino de perdición: «la mejor fortuna es que a uno le llegue ese día en que de veras pueda cagarse en todo lo que fue». Echar por la borda una biografía común y corriente y disponerse a vivir otra en apariencia extraordinaria, en la creencia de que el dinero da la felicidad, que es el primer mandamiento del capitalismo, aunque la lotería es anterior al capitalismo y la Fortuna una diosa muy anterior a la lotería.

QOSHE - El rito español - Antonio Manilla
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El rito español

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20.12.2023

Cantamos cada año la lotería como lo mejor de la Navidad televisada «además de por supersticiosos» porque el atraganto de las uvas y las campanadas, ese potaje de chistes de frac y un desnudo semivestido de lentejuelas y brillos excesivos, cambia poco y además es un paganismo de calendario y cruces de caminos como para seducir al diablo de los rincones, al demonio amable de los trasteros, a ese trasgo que comercia con conocimientos súbitos como el don de lenguas apostólico o el de tocar el blues más triste. No dice uno que un sorteo de lotería, por muy regado que venga de dinero,........

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