María Luzdivina Cuesta es mujer muy cabal, a quien leer libros de caballería no ha enloquecido. Los ama y lo transmite. Esta profesora de la Universidad León es experta en el género que provocó a Alonso Quijano los espejismos, pero también a través de ellos el hidalgo manchego vivió sus únicas aventuras. Será la encargada de abrir hoy, a las 19,30 horas y en la Fundación Sierra Pambley, las Jornadas Cervantinas de Sofcaple, ya muy esperadas, coordinadas por José Luis Chamosa. El título promete: Los fantasmas en el Quijote: entre la superstición y la influencia de los libros de caballería. La llamé y conversamos un rato. No es posible entender el Quijote sin saber quiénes eran Amadís y Belianís, Oriana y Florisbella, entre otros personajes de aquellas aventuras caballerescas, tan disparatadas como cautivadoras. A principios del XVII el género ya no estaba de moda, pero los lectores de la novela de Cervantes se desternillaron porque entendían tanto las menciones explícitas como las implícitas, como nosotros captaríamos los gags sobre el wéstern clásico en un episodio de los Simpson. Lo de la doctora Cuesta por los libros de caballería es ya un viejo amor, si ella me permite la expresión. Hizo su tesis doctoral sobre Tristán e Isolda. Sin fascinación no hay gran docencia. Hoy fascinará.

Las jornadas tienen un cartel precioso. Mañana, a la misma hora, pero en el Palacio del Conde Luna, Pablo García, hablará de la mirada de Doré en el Quijote, tema sobre que el hay mucho que decir, pues ha determinado la nuestra, como ya tampoco podemos imaginar a Frodo con otras facciones que las de Wood. Y el jueves, de nuevo, en Sierra Pambley, Xesús Palmou, abordará Derecho y justicia en don Quijote. Todo era muy distinto entonces, y saberlo es imprescindible para entender el comportamiento de todos los personajes. Hoy Rocinante ni siquiera habría pasado la ITV.

Antes de despedirnos, Cuesta me asegura que los libros de caballería contenían pasajes cómicos y me pone ejemplos. A cambio le obsequio una cita de Chesterton: «Solo se parodia bien lo que se ama». Ah, los territorios, reales o ficticios, donde lo jocoserio es uno. Por algo este juglar proclama: «Vivan las Humanidades, siempre vivas».