Tragar sapos cuando los sapos están bajo las piedras es una de las cosas más fascinantes que se pueden hacer en diciembre. Tan estimulante, que habría que incorporarlo a la agenda de ocio, recurso de interacción con el que está al otro lado, desorientado, sin saber qué hacer un fin de semana en León. Comerse un sapo es un espectáculo completo. Primero, porque el sapo es un bicho indigesto, salvo para algunas especies que tienen el estómago a prueba de bomba, dotado con la gama completa de jugos gástricos, capaces de poner en salmuera todo lo que cae de la boca, sin necesidad de meterse un antiácido para que el esófago no arda como las barbas de Pedro Botero, agitado por las brasas del anfibio. Un sapo es una reflexión en alto, un tente ahí, caminante, mientras los exploradores olisquean entre la hortaliza y los recovecos sombríos en los que hasta bajo el sol abrasador de julio queda una atmósfera de humedad para hidratar esa piel volcánica y rugosa que es ciénaga a la vez que terciopelo. En los documentales más amables de la 2, mientras la plebe aborregada dedica las sobremesas al amor de los tiempos revueltos o al repertorio turco, donde la pasión no llega más allá de un beso casto entre pibones y maduros irresistibles, a veces entretienen a la audiencia con un zorro que se encuentra con un sapo cuando mueve tapines en busca de topillos. La gente, la que no mira a los pibones de Estambul, se embelesa porque a lo que más se atreve el raposo es a levantar la pata y orinar. Así de repelente es el sapo, que suda fluidos capaces de tumbar a un ogro verde. Cosas de la naturaleza, y las especies que no suelen contar con depredadores, lo que les augura un paso plácido por la vida, sin más sobresaltos que lo que implica hinchar los ojos y escupir en plan cobra, pero sin cuello. En un fake que no fueron capaces de deshacer en neutral, en los libros de ciencias naturales llegaron a pintar cigüeñas con sapos en el pico, seguro que por aquel relato de presentar a las aves migratorias como una solución purificadora de las almas. Antes muertas que sencillas, ahora que está ya encima el retorno a sus adosados de la Candamia. Al PSOE leonés le acaban de echar un sapo en el puchero. A ver quién se lo come.

QOSHE - Las cigüeñas no comen sapo - Luis Urdiales
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Las cigüeñas no comen sapo

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20.12.2023

Tragar sapos cuando los sapos están bajo las piedras es una de las cosas más fascinantes que se pueden hacer en diciembre. Tan estimulante, que habría que incorporarlo a la agenda de ocio, recurso de interacción con el que está al otro lado, desorientado, sin saber qué hacer un fin de semana en León. Comerse un sapo es un espectáculo completo. Primero, porque el sapo es un bicho indigesto, salvo para algunas especies que tienen el estómago a prueba de bomba, dotado con la gama completa de jugos gástricos, capaces de poner en salmuera todo lo que........

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