E N una reciente visita a Cáceres, la guía nos mostraba las numerosas torres desmochadas de la ciudad. Casas-palacio de nobles que se habían señalado por su apoyo a la Beltraneja en la guerra que ésta mantuvo contra su tía, la reina Isabel la Católica, hermanastra de Enrique IV, padre de su rival en las aspiraciones al trono. Esas adhesiones las castigó la reina Isabel guillotinando para los restos la parte más visible de ese poder rebelde.

Cinco siglos después, los símbolos del poder han cambiado pero el empeño de éste por visibilizar quién manda se mantiene inalterable. Mucho más sutil, eso sí, con un aire de superioridad profiláctica, de salvaguarda pública. Después de unos tiempos en los que se arrestaban cañones, banderas o regimientos, la moda actual pasa por desmochar el pasado. Manuel Machado escribió que cantando la pena, la pena se olvida. Ahora, con una mezcla de ideología y aguarrás, el mensaje es: borrando la pena, la pena se olvida. La damnatio memoriae de los romanos llevada a unos extremos de absurdo, de infantilismo, como si los destinatarios de esa protección fueran menores de edad.

A diferencia de la Transición, donde sus protagonistas cedieron en ambas direcciones, estos tiempos de Transacción, es decir, compra de relatos a cambio de escaños, el humor, la ética y las pócimas de los telediarios se diferencian porque sólo van en una dirección, la que no mancha ni perjudica ni obstaculiza el discurso dominante. En estas nuevas torres desmochadas se pone en marcha una nueva cuadratura del círculo, un silogismo en bárbara en virtud del cual se despenalizan las ofensas o injurias a la Corona, a la bandera o la exaltación del terrorismo, con el argumento de que se trata de expresiones de la libertad o de la creación artística, y por el contrario se condena cualquier manifestación que se pueda interpretar como apología del franquismo, con la paradoja de que lo que se despenaliza concierne a periodos mucho más recientes que lo que se penaliza. De tal forma que vale como libertad de expresión cualquier crítica al discurso del Rey y sin embargo puede llegarse al extremo de que las palabras del Monarca puedan ser constitutivas de delito, o ser objeto de una comisión parlamentaria, por su hipotética ofensa a una u otra minoría.

En ese arresto del pasado, que en realidad no es sino una añagaza para hipotecar el futuro, llama la atención el empeño ya admitido como praxis consuetudinaria de borrar todo lo relativo a un periodo de la historia de España. Que por ejemplo borren las placas que recordaban que Franco se alojó en el palacio de Yanduri en julio de 1936 (donde años antes había nacido el poeta Vicente Aleixandre) o asistió a la coronación de la Macarena el 31 de mayo de 1964, unos días antes del gol de Marcelino a la Unión Soviética. El hecho de que eliminen su nombre de esas lápidas no quiere decir que no estuviera. La guerra del borrado sólo hace un prisionero: la verdad. Ya somos mayorcitos para saber quién fue y cómo era Franco. Eliminar su nombre sólo sirve para darle un trabajo extra a los historiadores del futuro por estas chinchetas que colocan en su camino los taxidermistas del pasado.

QOSHE - Desmochar - Francisco Correal
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Desmochar

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27.12.2023

E N una reciente visita a Cáceres, la guía nos mostraba las numerosas torres desmochadas de la ciudad. Casas-palacio de nobles que se habían señalado por su apoyo a la Beltraneja en la guerra que ésta mantuvo contra su tía, la reina Isabel la Católica, hermanastra de Enrique IV, padre de su rival en las aspiraciones al trono. Esas adhesiones las castigó la reina Isabel guillotinando para los restos la parte más visible de ese poder rebelde.

Cinco siglos después, los símbolos del poder han cambiado pero el empeño de éste por visibilizar quién manda se mantiene inalterable. Mucho más sutil, eso sí, con un aire de superioridad profiláctica, de salvaguarda pública. Después de unos tiempos en los que se arrestaban cañones, banderas o regimientos, la moda actual pasa por........

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