Un joven curita con cierta destreza maquinadora. Así calificaba Emilio Romero a Manuel de Unciti y Ayerdi, el sacerdote que encabezaba la lista de medio centenar de alumnos de la Escuela Oficial de Periodismo que protestaban al entonces director del diario Pueblo por haberse cebado contra aquellos críticos que habían puesto a parir su obra teatral Lola, su novio… y yo. Ese joven curita al que yo siempre vi como el cura de una novela de Graham Greene fue el Clarence de mi particular Qué bello es vivir, ya saben, aquel ángel de la película de Frank Capra que para conseguir unas alas tiene que rehacer el destino del personaje interpretado por James Stewart.

Nunca le vi las alas pero fue mi ángel de la guarda. En la fe y en el periodismo. Sin duda era capaz de volar: en su rapidez para organizar, para teclear sobre la máquina de escribir sus libros o los artículos que publicaba en el diario Ya, para llenar el carro de Makro, para contagiarnos la afición al teatro en aquellos tiempos de estrenos de Jaime Salom, Martínez Mediero, Fernando Arrabal, Alfonso Sastre o Buero Vallejo. Hoy se cumplen diez años de la muerte de Manolo, como conocíamos al cura Unciti. Ese año murieron Adolfo Suárez, Gabriel García Márquez y Alfredo Di Stéfano, tres gigantes que nos enseñaron a amar la política, la literatura y el fútbol. El cura Unciti nació el primer día de 1931. En un camino de Santiago con otros compañeros de estudios ideó crear una residencia para estudiantes de Periodismo a la que le puso por nombre Azorín, escritor de la generación del 98 que fue cronista parlamentario en las Cortes.

Este año se cumplirán cincuenta de mi llegada a aquella residencia, un chalet en la madrileña calle Rosa Jardón en tiempos en los que se llevaba leer a Rosa Luxemburgo. Éramos 16 estudiantes, cinco entramos ese año, los más veteranos ya trabajaban en periódicos de media España. Si no hubiera sido por Manolo, que propuso mi nombre para hacer prácticas en El Correo de Andalucía en el verano de 1977, no sé dónde estaría hoy. Ni siquiera sé si le habría dedicado tanto tiempo y pasión a este oficio.

Unciti, ya ordenado sacerdote, empezó a estudiar Periodismo en 1963. Compañero de Víctor Márquez Reviriego, César Alonso de los Ríos, Félix de Azúa o Pilar Miró, que lo dejó para estudiar Cine. En esa escuela estaban sus tres compañeros del camino de Santiago: Homero Valencia, Miguel Ángel Velasco y Juan Caño, en la actualidad presidente de la Asociación de la Prensa de Madrid. Uno de los futuros periodistas que pasaron por la Residencia Azorín, Juan Cantavella, escribió la biografía de Unciti. De este cura que estuvo en el Concilio Vaticano II e investigó en el Archivo de Indias sobre la presencia de la Iglesia en el Extremo Oriente. El 1 de enero de 2014 lo felicité por su santo. Estaba muy malito. Dos días después falleció.

P.D. La anécdota de Emilio Romero la encontré en el fantástico libro Nido de piratas, historia del diario Pueblo escrita por Jesús Fernández Úbeda, que nació en Ciudad Real, como yo, en 1989, el año que este cura donostiarra vino a Triana para casarme con María José en la Capilla de los Marineros.

QOSHE - Desmochar - Francisco Correal
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03.01.2024

Un joven curita con cierta destreza maquinadora. Así calificaba Emilio Romero a Manuel de Unciti y Ayerdi, el sacerdote que encabezaba la lista de medio centenar de alumnos de la Escuela Oficial de Periodismo que protestaban al entonces director del diario Pueblo por haberse cebado contra aquellos críticos que habían puesto a parir su obra teatral Lola, su novio… y yo. Ese joven curita al que yo siempre vi como el cura de una novela de Graham Greene fue el Clarence de mi particular Qué bello es vivir, ya saben, aquel ángel de la película de Frank Capra que para conseguir unas alas tiene que rehacer el destino del personaje interpretado por James Stewart.

Nunca le vi las alas pero fue mi ángel de la guarda. En la fe y en el periodismo. Sin duda era capaz de volar: en su........

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