Un valiente. Raúl Guerra Garrido (1935-2022) ganó el premio Nadal en 1976 con Lectura insólita de El Capital. En 1990 publica La carta. Dos novelas excelentes que aparecen cuando la banda terrorista ETA asesinaba a mansalva. Ayer se entregó el premio Cervantes. Guerra Garrido creía tanto en el compromiso moral del escritor que cuando escribía no sólo se dirigía a los críticos literarios; también apuntarían su nombre, y otros detalles no menos relevantes, los que lo incluyeron en sus listas para hacerle la vida incómoda y poco placentera. Lo mismo que le ocurre al empresario textil protagonista de La carta, que el día de su cincuenta cumpleaños recibe una carta exigiéndole la entrega de cincuenta millones de pesetas si no quiere despedirse de este idílico mundo.

El secuestro de un empresario y el impuesto revolucionario son los ejes nucleares de estas dos novelas. La carta, reeditada por Alianza Editorial, la publica siete años antes del asesinato de Miguel Ángel Blanco. El propio escritor, con ascendientes en el Bierzo pero afincado en San Sebastián, fue uno de los impulsores del Foro de Ermua y el colectivo ¡Basta Ya! Esas antiguallas que por lo que se ve no han tenido ningún efecto en los resultados electorales del País Vasco.

La terminé de leer con un nudo en la garganta el mismo día de las elecciones vascas. Siempre pensé que quien identifica nacionalismo y progreso es que no ha leído a Stefan Zweig. Y quien no ha leído a Stefan Zweig, pues él se lo pierde. Empiezo a incluir en esa premisa a Raúl Guerra Garrido. “Lean La carta y luego entérense de las penalidades que padeció por esa lúcida novela”, escribe Fernando Savater, otro de los escritores que también contaba con escolta en sus movimientos cotidianos. Triste paradoja, sentirse más próximo de Otegi que de Savater. La edición de Alianza incluye elogios de Juan Pablo Fusi, Fernando Aramburu (que ridiculiza el mundo abertzale en su novela Hijos de la fabula) y Joaquín Pérez Azaústre, que acaba de novelar el viaje de Manuel Machado hasta Francia con Eulalia Cáceres y con un chófer falangista para estar ante el cadáver de su hermano Antonio. Un viaje con escala en San Sebastián, donde Manuel pronunció su discurso de ingreso en la Academia.

Conocí a Guerra Garrido en Granada, en un congreso de escritores. Volvimos a encontrarnos en Huelva, donde estuvo de jurado del Festival de Cine Iberoamericano. Las amenazas que recibió fueron de tal calibre, incluido el incendio que destruyó la farmacia familiar, que decidió no volver a escribir una sola línea dedicada a su tierra adoptiva. Se refugió con la ironía marca de la casa en sus recuerdos bercianos. Una de sus novelas, Copenhague no existe, la utilicé como guía cuando viajé con el Betis, que jugaba un partido en la capital danesa. La portada del libro propició una divertida anécdota con Luis Aragonés. PNV y Bildu han empatado a 27. No ha habido prórroga, pero la pena es máxima, porque tres décadas y media después de aparecer La carta la ponzoña moral sigue impoluta, disuelta en una mancha de olvido e indiferencia. Alguien podía decir una de las frases de la novela: “disculpen los horrores”.

QOSHE - Disculpen los horrores - Francisco Correal
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Disculpen los horrores

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24.04.2024

Un valiente. Raúl Guerra Garrido (1935-2022) ganó el premio Nadal en 1976 con Lectura insólita de El Capital. En 1990 publica La carta. Dos novelas excelentes que aparecen cuando la banda terrorista ETA asesinaba a mansalva. Ayer se entregó el premio Cervantes. Guerra Garrido creía tanto en el compromiso moral del escritor que cuando escribía no sólo se dirigía a los críticos literarios; también apuntarían su nombre, y otros detalles no menos relevantes, los que lo incluyeron en sus listas para hacerle la vida incómoda y poco placentera. Lo mismo que le ocurre al empresario textil protagonista de La carta, que el día de su cincuenta cumpleaños recibe una carta exigiéndole la entrega de cincuenta millones de pesetas si no quiere despedirse de este idílico mundo.

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