Era otra España. A esa hora, cuando se conoció el atentado, los hombres estaban trabajando y las mujeres en casa, por lo que serían ellas, las guardianas del hogar y de la familia, las primeras en enterarse de la noticia. Vivíamos en el número 80 de la calle Goya de Puertollano. Un vecino llamó a la puerta y dijo unas palabras aproximadas a éstas: “Lo han matado”. Recuerdo vagamente que el informante tenía alguna relación con la panadería de Jesús Carrión, a la que los chavales íbamos a jugar a las cartas y asustar a las gallinas y nuestras madres a meter en el horno, con la generosidad del maestro panadero, cosas de la comida: pimientos, croquetas, asados y en el caso de mi madre las empanadillas y la delicia resultante de la masa que sobraba, las resequillas.

La noticia cambió el ritmo del día y la historia de España. Mi madre pensó que se refería a Franco y no a su valido predilecto. El atentado del 20 de diciembre de 1973 supuso la muerte física del almirante Luis Carrero Blanco, la muerte política de Franco y la muerte moral de ETA, aunque la banda terrorista empezaría poco después la rutina de matar como una costumbre, como un reloj de cuco de los telediarios.

ETA murió moralmente porque antes del atentado que les costó la vida a Carrero, su escolta y su chófer, el balance de sus acciones alcanzaba las ocho víctimas mortales. Después del crimen perpetrado en la calle Claudio Coello de Madrid, vendrían otras 846 muertes en un reguero de atentados que en una buena parte están todavía por esclarecer. Es una muerte moral porque lo que en la opinión pública, en las cancillerías extranjeras podía parecer un tiranicidio perdió esa percepción cuando al cabo del tiempo se comprobó que la inmensa mayoría de los fallecidos eran demócratas o garantes de la democracia, en el caso de las fuerzas de orden público. La coartada ideológica se convertía en una falacia.

El de Carrero fue el segundo de los dos atentados que ETA cometió en 1973. El primero tuvo lugar el 24 de marzo, también con tres víctimas mortales. Uno de los crímenes más absurdos de su abyecto historial. El escenario fue San Juan de Luz, en el País Vasco francés, cuando el país vecino era un santuario de etarras. El objetivo, tres jóvenes a los que confundieron con policías. Se llamaban José Humberto Fouz Escudero, de 28 años, Fernando Quiroga Veiga, de 25, y Jorge Juan García Carneiro, de 23. Tres amigos a los que les unía residir en Irún, su ascendencia gallega (como la familia de Miguel Ángel Blanco), y que cruzaron la frontera para ver El último tango en París, la película de Bernardo Bertolucci que estaba prohibida en España. La música de Gato Barbieri fue el réquiem de estos veinteañeros que literalmente pasaban por allí. Asesinados el mismo año que Carrero Blanco, su escolta y su chófer.

Franco había cumplido dos semanas antes del atentado 81 años. No hubo epitafio para su muerte política, como tampoco lo tuvo ETA para su muerte moral. La esquela salió cinco años después: la Constitución española. Los hombres volvieron del trabajo. Las mujeres, como siempre, ya iban por delante.

QOSHE - Las tres muertes de Carrero Blanco - Francisco Correal
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Las tres muertes de Carrero Blanco

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20.12.2023

Era otra España. A esa hora, cuando se conoció el atentado, los hombres estaban trabajando y las mujeres en casa, por lo que serían ellas, las guardianas del hogar y de la familia, las primeras en enterarse de la noticia. Vivíamos en el número 80 de la calle Goya de Puertollano. Un vecino llamó a la puerta y dijo unas palabras aproximadas a éstas: “Lo han matado”. Recuerdo vagamente que el informante tenía alguna relación con la panadería de Jesús Carrión, a la que los chavales íbamos a jugar a las cartas y asustar a las gallinas y nuestras madres a meter en el horno, con la generosidad del maestro panadero, cosas de la comida: pimientos, croquetas, asados y en el caso de mi madre las empanadillas y la delicia resultante de la masa que sobraba, las resequillas.

La........

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