Tengo que ponerme gafas violetas. De las de pasta aunque no me sobren las metafóricas. Porque sea mujer no olvido que “la ideología dominante es la ideología de la clase dominante” –mi jaculatoria marxista favorita– y soy pertinaz hija del patriarcado como todo quisque. La igualdad es como la felicidad o la independencia, aspiraciones que nos animan a estar expectantes y actuantes, pero tanto desde dentro –ese ego codicioso– como desde fuera, las tentaciones para decir una cosa y hacer otra son monumentales. De estar alerta sobre el machismo que llevamos dentro y que nos funciona como “lo normal”, hablo otro día, permitan que hoy les dé la brasa con las gafas y el tiempo que me –nos – ocupan. Andamos alarmándonos con el tiempo que le dedican jóvenes y mayores a trajinar con el móvil: todo empezó con los chavales y su regulación en las aulas y ha terminado –estadísticas en mano– con la confesión general de que el que no está enganchado al aparato es un bicho raro merecedor de una entrevista de Évole como mínimo. Tampoco quiero hablar, al menos hoy, de las muchas ventajas de la interconexión y las personas interesantes que, a poco que afines, se pueden descubrir. Como la cosa va de pasar tiempo en blanco –o perderlo, seamos sinceros– no me digan que no se han descubierto una hora mirando en Internet a un pavo que cuenta chistes viejos o a una señora que recomienda los pantalones campana, que ellas (las del ramo tuitero) llaman, asómbrese, slouchy o wide leg. Más trabajo para Lola Pons. Con el consumo alborozado de chorradas a granel –sigo siendo sincera– hay también una cierta vergüenza, un mea culpa contrito si se ha pasado la fase de la negación (yo el móvil lo uso lo sucinto) descargando en el maléfico trasto la culpa de no aprovechar las horas y los días. Fustiguémonos. Vale. Pero ¿no resulta curioso que a nadie alarme, ni se convierta en otra lacra más, el tiempo que perdemos buscando las gafas? La suma de los minutos que paso buscando las mías –tan monas como capaces de hacer de lagarto en el sofá y fundirse en el paisaje– merece un estudio de esas universidades norteamericanas que a veces nos sorprenden contando cuánta gente usa las zapatillas de casa como chanclas. No quiero ponerme tremenda , ambiciosa demoscópicamente hablando, pero si a la búsqueda de gafas le añado el tiempo que dedico a encontrar las llaves, el libro que me llevé a la cama, el calcetín prófugo o el movimiento asambleario que mis amigas y yo montamos por chat para dar con un nombre… el resultado dejaría a los yonquis del móvil como personas centradas que no pierden el tiempo. Será por estrés, carácter disperso o la provecta edad. Me da igual. He decidido tomar cartas en el asunto. Me voy a comprar unas gafas reflectantes moradas. Así recupero el tiempo perdido, que me andan tentando para abrirme una cuenta en Instagram.

QOSHE - Las gafas - Mercedes De Pablos
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Las gafas

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12.02.2024

Tengo que ponerme gafas violetas. De las de pasta aunque no me sobren las metafóricas. Porque sea mujer no olvido que “la ideología dominante es la ideología de la clase dominante” –mi jaculatoria marxista favorita– y soy pertinaz hija del patriarcado como todo quisque. La igualdad es como la felicidad o la independencia, aspiraciones que nos animan a estar expectantes y actuantes, pero tanto desde dentro –ese ego codicioso– como desde fuera, las tentaciones para decir una cosa y hacer otra son monumentales. De estar alerta sobre el machismo que llevamos dentro y que nos funciona como “lo normal”, hablo otro día, permitan que hoy les dé la brasa con las gafas y el tiempo que me –nos – ocupan. Andamos........

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