Ahora que Auster vivirá para siempre en nuestros libros (los libros que ya son de los lectores que los habiten) nos quedan los vaqueros de Antonio Maíllo. Me explico: mi adorado –él debe odiar tanto el verbo como el concepto– Rafael Reig, en su brutal y maravilloso Manual de literatura para caníbales dice de Auster que es el escritor al que mejor le quedaban los vaqueros. Y era verdad. Además de algunos libros inolvidables al escritor norteamericano le acompañaba la apostura, de esos que más que guapos son muy interesantes y mejoran con el tiempo, los muy canallas. La belleza de lo púber no tiene ningún mérito: hay que ser muy inteligente para resultar hermoso a medida que pasen los años. Auster lo era. Maíllo lo es.

Estamos tan acostumbrados al individualismo, tan perdidos ante este capitalismo cruel (así me lo definió otro al que considero netamente guapo, Pepe Griñán) que nos cierra salidas y certezas, que los gestos filantrópicos y generosos nos resultan tan raros como sospechosos. Algo querrá, decimos cuando alguien da un paso al frente. No tiene dónde ir, sentenciamos cuando otros persisten en su vocación política y pública. El sistema democrático se desmorona cuando creemos que la ética no forma parte de su osamenta. Cuando metemos en el mismo saco a todo el que nos parezca vive no para él, sino de él. Pero no nos engañamos, aunque a veces haya impresentables que nos hagan acertar. Nos pegamos un tiro en el pie de los que solo tienen la política para defender derechos, de los que no vienen privilegiados de cuna, de los que no son libres si no son iguales. De la mayoría del personal, o sea, incluidos –siento dar la mala noticia: tampoco somos el pueblo elegido– los periodistas.

Hay tipos que tienen garantizada (aproximadamente) una vida feliz o al menos una nómina, con lo que alivia eso. Incluso un trabajo vocacional, vaya fortuna. Hasta una vida personal apaciguada, con enfermedades puestas a raya y corazones rehechos. Y sin embargo se mojan. Como Maíllo (como su amigo y sin embargo ahora oponente, Antonio Torrijos, que es capaz de no caer en la desilusión a pesar de las muchas heridas injustas ) pero yo quiero hablar de este Paul Auster de Lucena que vino a la educación y a la política para hacerlas habitables. Ni siempre le he dado la razón ni tampoco he sentido que él me la daba. Da igual. Su barco es mi barco. La chalupa de los que creen que la indiferencia es una enfermedad letal que además deja el cutis hecho unos zorros. De los que prefieren mancharse a quedar bien. Con los años he aprendido que nada se paga más caro que el miedo. Que nada pesa más que la cobardía por explicable que sea. “Pesimista por la razón, optimista por la voluntad” se definía José Saramago, citando a Gramsci. Gracias Maíllo –pase lo que pase– por tu ensayo personal por la lucidez. Que te cunda. Y que cunda el ejemplo.

QOSHE - Por ejemplo, Maíllo - Mercedes De Pablos
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Por ejemplo, Maíllo

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06.05.2024

Ahora que Auster vivirá para siempre en nuestros libros (los libros que ya son de los lectores que los habiten) nos quedan los vaqueros de Antonio Maíllo. Me explico: mi adorado –él debe odiar tanto el verbo como el concepto– Rafael Reig, en su brutal y maravilloso Manual de literatura para caníbales dice de Auster que es el escritor al que mejor le quedaban los vaqueros. Y era verdad. Además de algunos libros inolvidables al escritor norteamericano le acompañaba la apostura, de esos que más que guapos son muy interesantes y mejoran con el tiempo, los muy canallas. La belleza de lo púber no tiene ningún mérito: hay que ser muy inteligente para resultar hermoso a medida que pasen los años. Auster lo........

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