No es inocente decir marica el último. De la misma manera que la deslenguada actriz Candela Peña no ofende con ese” oye, marica” que no se le quita de la boca. El contexto importa. Y las palabras también. No nos molesta que nos llamen “miarmas” amigos gaditanos en plena y bulliciosa conversación, pero cuando Ana Mato (la del jaguar invisible en su garaje) dijo en 2008 que los niños andaluces eran analfabetos y que no parecía importarnos o Durán Lleida se quejaba ,en 2011, de que en Andalucía cobrábamos el PER para poder pasarnos el día en el bar, nos ofendimos. Todos. No es para menos. Que no nos cuenten milongas sobre la presunta dictadura de la corrección política, porque no hay más que ser el objeto de una pulla para saber si viene o no con mala baba. Y ser el último no le gusta a nadie, por mucho que aparezca en las bienaventuranzas de Jesús de Nazaret, al que el dictador Franco podría haber incluido en sus machaconas andanadas sobre la vileza de los judeomasones porque masón no era (la masonería nació en el Reino Unido en el siglo XIX) pero judío sí. Prueben a cambiar ese marica de la frase archiconocida por sevillano. Verán qué gracia: sevillano el último. Me parto y me mondo, que diría otro enorme deslenguado, el actor y director Paco León.

Hace lo que nos parece siglos –pero no llega a medio– muchas de nuestras valientes predecesoras en la conquista de derechos (humanos) lucieron en sus solapas pegatinas con esos “yo tambien soy adúltera” o, de mayor riesgo, “yo tambien he abortado”. Amparo Rubiales, en el libro escrito en conversación con Octavio Salazar, cuenta cómo un amigo de la familia interpeló a su padre sobre la salud de su ya notable hija, porque había leído en la prensa que, la pobre, había sufrido un aborto. Los derechos no se regalan, se conquistan y hay que defenderlos cada día, dijo José Saramago hace 25 años, cuando recibió el primer Nobel de literatura de las letras portuguesas. Conviene no olvidarlo porque cuando hemos ido ya a infinidad de casorios entre personas del mismo sexo, cuando nuestros hijos o nietos hablan con naturalidad del sexo fluido o de su amiga trans, habrá que volver a ponerse en las solapas algo como “yo tambien soy marica”. O lesbiana, me dirán ustedes con razón, pero ya ven, la invisibilidad de las mujeres afecta también a las bolleras, aunque no falten insultos al respecto. O a las bisexuales. O a cualquiera que ejerza su vida en libertad contra lo heteronormativo (¡lo dije!). Las sensibilidades cambian para bien. O eso espero. Nunca me imaginé buscando en los huevos –de gallina– si sus paridoras triscaban alegres por el campo. Mis hijos me han enseñado a no mirar a otro lado con el maltrato animal. No es tan difícil. Si no… bajita la última, lo digo yo, que no llego al metro sesenta ni con esos tacones que nunca me pondré.

de gallina- si sus paridoras triscaban alegres por el campo. Mis hijos me han enseñado a no mirar a otro lado con el maltrato animal. No es tan difícil. Si no… bajita la última, lo digo yo, que no llego al metro sesenta ni con esos tacones que nunca me pondré.

QOSHE - Yo también soy marica - Mercedes De Pablos
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Yo también soy marica

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11.12.2023

No es inocente decir marica el último. De la misma manera que la deslenguada actriz Candela Peña no ofende con ese” oye, marica” que no se le quita de la boca. El contexto importa. Y las palabras también. No nos molesta que nos llamen “miarmas” amigos gaditanos en plena y bulliciosa conversación, pero cuando Ana Mato (la del jaguar invisible en su garaje) dijo en 2008 que los niños andaluces eran analfabetos y que no parecía importarnos o Durán Lleida se quejaba ,en 2011, de que en Andalucía cobrábamos el PER para poder pasarnos el día en el bar, nos ofendimos. Todos. No es para menos. Que no nos cuenten milongas sobre la presunta dictadura de la corrección política, porque no hay más que ser el objeto de una pulla para saber si viene o no con mala baba. Y ser........

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