El miércoles anterior —6 de marzo— se llevó a cabo la gran marcha, otra más, contra un gobierno nacional equivocado, un gobierno que aplica recetas con más purgante que antibióticos, con fórmulas caducas y con fechas de vencimiento desde que Gorbachov aplicó como primer ministro ruso la perestroika y el glasnost, desapareciendo, de tajo, aquella “cortina de hierro” que montó Joseph Stalin terminada la segunda guerra mundial, devolviendo libertades y derechos cruelmente coartados.

Ciertamente, no se entiende como la izquierda, cuando logra el poder, en cualquier país, solo busca decrecerlo, miserabilizarlo, caotizarlo.

Tal parece que Colombia, el único país suramericano que no había sido contaminado, mal gobernado en distintas épocas pero estable de alguna manera, cayó en desgracia, lamentablemente.

Pretenden imponernos reformas decrecientes que afectan gravemente la economía, el bienestar social y el desarrollo. Ya estamos padeciendo sus efectos devastadores sin ser aprobadas.

Sin embargo, debe decirse que esas marchas le resbalan a un presidente y a un gobierno totalmente convencidos de que tienen la razón cuando, desde jóvenes impregnaron sus mentes con ese adoctrinamiento leninista-maoísta-marxista, que pregonan que la riqueza y el libre mercado no deben existir y que la igualdad por lo bajo es la consigna para la sociedades en donde la elementalidad predomine por encima de cualquier otro argumento moderno, edificante y progresista.

Ya sabemos que Petro desconoce las marchas contra su gobierno acusándolas de ser organizadas por la derecha, lo que no es cierto.

Esta vez participaron distintas fuerzas sociales y políticas del país, inclusive muchos de los que votaron por él, arrepentidos, salvo empresarios (Andi), comerciantes (Fenalco), transportadores, políticos supuestamente opositores (enmermelados), quienes esperan que sean otros los que pongan el pecho, además de mucha gente a la que le produce miedo sumarse a estas protestas por causa de las bombas molotov o de los infiltrados de las guerrillas como ocurrió en el “estallido social”, que saben sabotear, enviados o pagados, el derecho de la gente que no acepta las malas decisiones gubernamentales.