Dos preguntas esenciales, significativas, casi existenciales. La primera, para evitar caer en el consumismo al que nos lleva el bombardeo que experimentamos a través de las redes; y la segunda, indispensable para una sana convivencia.
La primera interrogante deberíamos planteárnosla cuando nos sentimos tentados a adquirir algo. Consiste simplemente en cuestionarnos si realmente necesitamos la cosa o servicio que estamos a punto de adquirir. Gracias a esta pregunta, evité comprar un lujoso paraguas para mi perro y un par de zapatos de marca con luces intermitentes. Vale la pena reflexionar sobre ella cuando nos sentimos inclinados a hacer clic para comprar.
La segunda pregunta se relaciona con las acciones de los demás, siempre y cuando estas estén dentro del marco legal y no afecten nuestros derechos. Consiste en preguntarnos con qué recursos financia el individuo que estamos observando su comportamiento. Si lo que hace lo financia con sus propios recursos, es asunto suyo y le deseamos toda la felicidad. Pero si, por el contrario, utiliza mis impuestos para financiar sus acciones, entonces tengo derecho a criticar, opinar e incluso oponerme.
Esta segunda pregunta es especialmente pertinente ante la conducta de muchos funcionarios públicos, quienes emplean recursos del erario para sufragar burocracia, derroche e incluso lujos, lo cual constituye una afrenta a la moralidad y la ética. Formular esta pregunta nos permite comprender por qué el derroche estatal es una práctica inaceptable que socava los principios de equidad, responsabilidad y eficiencia de cualquier gestión gubernamental.
Hoy día con las redes seamos vigilantes; y sintámonos con el derecho y la responsabilidad de exigir un uso responsable y ético de nuestros recursos públicos.