El leviatán de Hobbes recula en Cataluña y el País Vasco. Y ahora se arrastra herido y acobardado por las playas del sur, donde el viernes por la noche los malos asesinaron a dos guardias civiles y dejaron malheridos a otros dos.

Eso va mucho más allá de una eventual dimisión del ministro Marlaska (no es el caso) por haber desmantelado un operativo (OCON) que había conseguido notables avances en la lucha contra el narcotráfico.

Honor y gloria para David Pérez y Miguel Ángel González, muertos a bordo de una zódiac de menos de cinco metros por la embestida televisada de una narcolancha tres veces más grande y 10 veces más pesada. Pero nada tan humillante para el Estado como el público reconocimiento de la superioridad de las bandas criminales en recursos materiales y humanos.

Mal vamos si la opinión pública va tramitando poco a poco la idea de que los malos son más listos que los buenos. Incluso más simpáticos, como denotaban los estremecedores vídeos de lo ocurrido en el puerto de Barbate (Cádiz). Malestar físico me produce recordar que parte del público presente no dejó de jalear a los tripulantes de la narcolancha.

Tan grave como claudicar ante Puigdemont es hacerlo ante los narcotraficantes del sur

Creo que aún no hemos calibrado los efectos en la conciencia colectiva. Ni más ni menos que la rendición pública del Estado ante las bandas del narcotráfico en las lindes marítimas con Marruecos. Tan grave como claudicar ante Puigdemont es hacerlo ante los narcotraficantes del sur. Sobre todo, si tomamos nota de las insinuaciones de Agustín Leal, portavoz de Juncil (Justicia para la Guardia Civil), cuando insinúa que la retirada del grupo especial que arrinconó a los narcotraficantes hasta septiembre de 2022 pudo ser una exigencia de Marruecos.

Las pruebas de la indolencia del Estado ante la salvajada de Barbate se acumularon a partir de la festiva noche del Gobierno en la gala de los Goya. En la gran cumbre vallisoletana del cine español, hubo ruidosos minutos de exaltación feminista y exhibicionismo moral por cuenta de la guerra en Gaza. No me parece mal. Pero ni un solo minuto de silencio compasivo en memoria de dos servidores del Estado muertos solo 24 horas antes.

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La cadena de malas decisiones que propició el doble crimen del puerto de Barbate Carlos Rocha. Barbate P. D. Almoguera Infografía: Laura Martín

A nadie se le ocurrió. Y si se le ocurrió a alguien, fue una idea fallida, aunque había pasado tiempo suficiente para haber rendido testimonio de pública solidaridad con las familias de los guardias. No pareció que el presidente del Gobierno, una vicepresidenta y los ministros asistentes al evento echaran de menos ni siquiera ese minuto solidario con las familias de los caídos en desigual batalla con los traficantes de droga.

Después vino la nota de la Dirección General de la Guardia Civil que prohibía la asistencia de representantes del cuerpo a los minutos de silencio convocados el lunes a mediodía en muchos ayuntamientos españoles. Nota rectificada 40 minutos después, lo cual también nos ilustra sobre la falta de sensibilidad con que se ha gestionado el caso a nivel oficial.

Tampoco los medios han estado a la altura. Todo se contagia. El pasteleo cancela la confianza en la política, y en la comunicación los argumentarios desplazan a los argumentos. Tal vez eso explique que los espacios mediáticos dedicados a un desliz expresivo de Feijóo en la campaña gallega hayan tapado el luto de la Guardia Civil y la indolencia del Gobierno ante el dolor de los compañeros y las familias de las víctimas.

El leviatán de Hobbes recula en Cataluña y el País Vasco. Y ahora se arrastra herido y acobardado por las playas del sur, donde el viernes por la noche los malos asesinaron a dos guardias civiles y dejaron malheridos a otros dos.

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Creo que aún no hemos calibrado los efectos en la conciencia colectiva. Ni más ni menos que la rendición pública del Estado ante las bandas del narcotráfico en las lindes marítimas con Marruecos. Tan grave como claudicar ante Puigdemont es hacerlo ante los narcotraficantes del sur. Sobre todo, si tomamos nota de las insinuaciones de Agustín Leal, portavoz de Juncil (Justicia para la Guardia Civil), cuando insinúa que la retirada del grupo especial que arrinconó a los narcotraficantes hasta septiembre de 2022 pudo ser una exigencia de Marruecos.

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A nadie se le ocurrió. Y si se le ocurrió a alguien, fue una idea fallida, aunque había pasado tiempo suficiente para haber rendido testimonio de pública solidaridad con las familias de los guardias. No pareció que el presidente del Gobierno, una vicepresidenta y los ministros asistentes al evento echaran de menos ni siquiera ese minuto solidario con las familias de los caídos en desigual batalla con los traficantes de droga.

Después vino la nota de la Dirección General de la Guardia Civil que prohibía la asistencia de representantes del cuerpo a los minutos de silencio convocados el lunes a mediodía en muchos ayuntamientos españoles. Nota rectificada 40 minutos después, lo cual también nos ilustra sobre la falta de sensibilidad con que se ha gestionado el caso a nivel oficial.

Tampoco los medios han estado a la altura. Todo se contagia. El pasteleo cancela la confianza en la política, y en la comunicación los argumentarios desplazan a los argumentos. Tal vez eso explique que los espacios mediáticos dedicados a un desliz expresivo de Feijóo en la campaña gallega hayan tapado el luto de la Guardia Civil y la indolencia del Gobierno ante el dolor de los compañeros y las familias de las víctimas.

QOSHE - Barbate: la derrota televisada del Estado - Antonio Casado
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Barbate: la derrota televisada del Estado

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14.02.2024

El leviatán de Hobbes recula en Cataluña y el País Vasco. Y ahora se arrastra herido y acobardado por las playas del sur, donde el viernes por la noche los malos asesinaron a dos guardias civiles y dejaron malheridos a otros dos.

Eso va mucho más allá de una eventual dimisión del ministro Marlaska (no es el caso) por haber desmantelado un operativo (OCON) que había conseguido notables avances en la lucha contra el narcotráfico.

Honor y gloria para David Pérez y Miguel Ángel González, muertos a bordo de una zódiac de menos de cinco metros por la embestida televisada de una narcolancha tres veces más grande y 10 veces más pesada. Pero nada tan humillante para el Estado como el público reconocimiento de la superioridad de las bandas criminales en recursos materiales y humanos.

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