No hace falta el talento cinematográfico de Juan Antonio Bayona para descubrir cómo funciona la televisada sociedad del fuego cuando el fuego devora un edificio en menos de una hora y se lleva por delante la vida de 10 personas.

¿Traicionadas por la norma protocolizada que aconseja quedarse en la vivienda como el sitio más seguro mientras los bomberos apagan el fuego? Es una de las preguntas cosidas al hecho de que los bomberos se enfrentasen al incendio de un edificio cuyas características desconocían.

Muerte y desolación como dramática travesura del destino sobre una tierra que, un año más, se dispone a ritualizar el poder hipnótico del fuego en su versión purificadora.

Fueron 10 vidas, pero pudieron ser más de 100 si las llamas hubieran sorprendido a sus moradores de madrugada, como ocurrió en la torre Grenfell de Londres (junio de 2017, 71 muertos), de características similares al de Valencia, aunque este ardió a las cinco y media de la tarde.

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Tan apresuradas como las llamas del Campanar (Valencia) fueron las cámaras de televisión, puntualmente surtidas por los teléfonos móviles. Así fuimos sabiendo del conserje valeroso, bomberos que se jugaron la vida y una ciudadanía solidaria que no se limitó a los consabidos minutos de silencio y los tres días de luto oficial. Nada nuevo en ese sentido. No esperábamos menos de la España real (la oficial es otra cosa), que encabeza el ranking mundial de trasplantes de órganos y respeta los derechos humanos al margen de los imperativos legales.

De repente, las prisas. Asociaciones de vecinos, los colegios de arquitectos, compañías de seguros y bancos desempolvan “libros del edificio” e informes técnicos a la luz de diferentes normativas autonómicas. La valenciana figura en el Código de Edificación de 2006, cuya revisión ahora se reclama para prohibir materiales inflamables en edificios construidos con anterioridad a ese año, como el del Campanar, constituido en 2005.

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A la espera del informe de la Policía Científica, que ayer seguía trabajando en el esqueleto de hormigón, parece que el poder devastador de las llamas se debió al uso de materiales eficaces para lograr un aislamiento térmico en nombre del ahorro energético, pero de muy fácil combustión.

¿Pero cuántos edificios similares están en situación de riesgo en toda España? Me abstengo de dar cifras porque son muy dispares las que se están manejando. Sí sabemos que en Valencia hay otros tres edificios similares del mismo constructor y al menos cinco más de “fachada ventilada con paneles de aluminio”.

Lo cierto es que en distintas comunidades autónomas se están formando grupos de trabajo con el fin de censar los edificios de características similares. Esta macroinvestigación técnica a escala nacional desembocará en una revisión del código de edificación, por aquello de que mejor prevenir que curar.

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Solo hasta cierto punto, si nos atenemos al precedente del incendio en la torre Grenfell de Londres (24 plantas ardiendo como una antorcha). Entonces se revisó la normativa europea para prohibir o restringir el uso de materiales inflamables. Pero no tuvo efectos retroactivos. O sea, que nadie resultó culpable del siniestro. Y me temo que nadie va a resultar penal o administrativamente culpable de lo ocurrido en Valencia.

No hace falta el talento cinematográfico de Juan Antonio Bayona para descubrir cómo funciona la televisada sociedad del fuego cuando el fuego devora un edificio en menos de una hora y se lleva por delante la vida de 10 personas.

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Fueron 10 vidas, pero pudieron ser más de 100 si las llamas hubieran sorprendido a sus moradores de madrugada, como ocurrió en la torre Grenfell de Londres (junio de 2017, 71 muertos), de características similares al de Valencia, aunque este ardió a las cinco y media de la tarde.

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De repente, las prisas. Asociaciones de vecinos, los colegios de arquitectos, compañías de seguros y bancos desempolvan “libros del edificio” e informes técnicos a la luz de diferentes normativas autonómicas. La valenciana figura en el Código de Edificación de 2006, cuya revisión ahora se reclama para prohibir materiales inflamables en edificios construidos con anterioridad a ese año, como el del Campanar, constituido en 2005.

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Lo cierto es que en distintas comunidades autónomas se están formando grupos de trabajo con el fin de censar los edificios de características similares. Esta macroinvestigación técnica a escala nacional desembocará en una revisión del código de edificación, por aquello de que mejor prevenir que curar.

Solo hasta cierto punto, si nos atenemos al precedente del incendio en la torre Grenfell de Londres (24 plantas ardiendo como una antorcha). Entonces se revisó la normativa europea para prohibir o restringir el uso de materiales inflamables. Pero no tuvo efectos retroactivos. O sea, que nadie resultó culpable del siniestro. Y me temo que nadie va a resultar penal o administrativamente culpable de lo ocurrido en Valencia.

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Valencia y la sociedad del fuego

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26.02.2024

No hace falta el talento cinematográfico de Juan Antonio Bayona para descubrir cómo funciona la televisada sociedad del fuego cuando el fuego devora un edificio en menos de una hora y se lleva por delante la vida de 10 personas.

¿Traicionadas por la norma protocolizada que aconseja quedarse en la vivienda como el sitio más seguro mientras los bomberos apagan el fuego? Es una de las preguntas cosidas al hecho de que los bomberos se enfrentasen al incendio de un edificio cuyas características desconocían.

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Fueron 10 vidas, pero pudieron ser más de 100 si las llamas hubieran sorprendido a sus moradores de madrugada, como ocurrió en la torre Grenfell de Londres (junio de 2017, 71 muertos), de características similares al de Valencia, aunque este ardió a las cinco y media de la tarde.

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