Es comprensible el atractivo que Javier Milei tiene para la derecha española, como quedó de manifiesto con la acogida que tuvo su investidura y, más aún, con su discurso en Davos. La agitada retórica que utiliza, el señalamiento de los progresistas como mal endémico de las sociedades y el enfrentamiento indisimulado con los “zurdos de mierda” ejercen un efecto de seducción grande: es el dirigente atrevido que dice sin miedo las verdades tal y como son.

Milei atrae las miradas de la derecha porque puede ir a Davos, señalar que Occidente está en peligro a consecuencia del socialismo y poner un discurso ideológico sobre la mesa para apoyar esa afirmación. Hay que entender que, entre los motivos que le han llevado a la presidencia argentina, ese no fue menor. El apoyo de Macri tuvo peso, el enorme desgaste del Gobierno kirchnerista fue clave y la situación económica resultó determinante, pero, además de eso, Milei obtuvo alrededor de un 30% de voto propio en las PASO. Lo consiguió por el gran descrédito de la profesión política y su vínculo con la corrupción, pero también porque supo encontrar un enemigo.

No apuntó a la inmigración, como los populistas europeos, ni a Bruselas, como ocurrió con el Brexit, ni a las élites de Washington, como hizo Trump: el mal era el Estado en sí mismo, que impedía el desarrollo personal económico, y especialmente esos socialistas de toda índole (incluyó en el mismo saco en su discurso de Davos a nazis, socialdemócratas, comunistas y demócrata cristianos) que abogan por un Estado fuerte.

Este es un discurso enormemente potente en unas circunstancias como las actuales, pero en especial en las españolas, con un Gobierno encabezado por Sánchez. Por supuesto, la presencia del Estado en la economía dista mucho de ser socialismo y mucho más de ser comunismo, pero no resulta raro que a quienes ahora les parecen abominables las posiciones estatalistas de los partidos conservadores europeos de los años sesenta y setenta, el regreso parcial al Estado que estamos viviendo en la ruptura de la globalización les suene amenazador.

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El discurso mileista, además, encaja muy bien en el ideario de la derecha española: los empresarios como héroes, el capitalismo como motor de progreso, los colectivistas que quieren repartir la pobreza como enemigos. En especial, hay dos sectores que acogen con los brazos abiertos las posturas de Milei: una parte del PP, la más cercana a Aznar, al PP de Madrid y a Díaz Ayuso, con un componente neoliberal de nacimiento, y una parte de Vox, que está enraizada también en esa doctrina económica.

Milei, contra las derechas tradicionales

Sin embargo, la doctrina libertaria de Milei es muy extraña para la derecha, y su acogida demuestra las contradicciones teóricas e ideológicas en las que el conservadurismo está inmerso. No solo en España o Argentina, sino a nivel mundial.

Milei utilizó los poderes estatales de forma masiva y urgente para dictar a los argentinos el tipo de política económica que deben seguir

Milei se opone absolutamente a la intervención estatal en el mercado. El Estado nunca debe poner sus manos en las transacciones privadas. Esto es sistemáticamente objetado desde la izquierda, pero más allá de la perspectiva política que cada cual adopte, hay un hecho evidente que no puede ser pasado por alto: lo primero que hizo el nuevo presidente argentino al tomar posesión fue aprobar un megadecreto con 366 artículos, el Decreto de Necesidad y Urgencia. Es decir, puso en marcha una enorme intervención estatal para ordenar la economía, y por la vía más rápida y expeditiva. Milei no tomó medidas, sino que acometió una regulación masiva de la actividad económica del país, y lo hizo utilizando los poderes estatales. Se puede argumentar que el contenido de las medidas iba en la línea de favorecer determinadas posiciones políticas y no otras, pero eso no anula el hecho de fondo: Milei utilizó los poderes estatales para dictar a los argentinos el tipo de política económica que iban a seguir. Suena raro para un presidente que aboga por un Estado mínimo. Como lo es tener que repetir a estas alturas que esa aspiración es absurda: el Estado siempre interviene en la economía, en el sentido que se quiera, pero siempre está ahí.

Un perturbador nacionalismo

En segunda instancia, y más allá de esa contradicción tan querida por la derecha libertaria, la doctrina de Milei choca con muchos de los postulados conservadores.

El empresario es un héroe, salvo si es un pequeño o mediano empresario, que entonces se convierte en prescindible. Sus políticas son contrarias a la supervivencia de las pymes, que están ya asfixiadas y muchas de ellas se verán abocadas al cierre. La mayor parte de los trabajos argentinos, como en Occidente, los proporcionan las pymes, y en lugar de favorecerlas, Milei prefiere impulsar la concentración empresarial y financiera. Pero eso no es defender la libre empresa, sino favorecer desde el Estado a un tipo de empresarios sobre otros. Y no lo es por partida doble, ya que esas medidas acaban fomentando o asentando monopolios y oligopolios, lo que es definitivamente opuesto al liberalismo de mercado.

Es cierto que algunos empresarios argentinos saldrán ganando, pero el resto se convertirán en sirvientes de conglomerados ajenos

Desde luego, su programa no lo puede defender una derecha nacionalista. Milei puede señalar, como hizo en Davos, que su propósito es hacer Argentina grande otra vez, aunque tenga que remontarse a hace 100 años. Ese es el momento en que, afirma, las políticas socialistas comenzaron a dañar su país y lo convirtieron en irrelevante. Pero es extraño que quiera recuperar la potencia del país vendiéndolo, como propone. Y no se trata solo de que coloque en manos extranjeras empresas públicas argentinas, sino que una parte relevante de sus empresarios serán sacados del mercado, y no por un mal desempeño de su tarea, sino por la mera fuerza del capital. Y todo ello sin deseo ninguno de mantener en manos argentinas, públicas o privadas, sectores estratégicos indispensables para que el país pueda contar con desarrollo, y más cuando está dejando Argentina en manos del sector primario y de los sectores extractivos. Buena parte de la desaparición de las empresas nacionales en Occidente tuvo que ver con adquisiciones no siempre deseadas, lo que tiene sentido desde un plan para que los inversores extranjeros se hagan con ellas, pero poco más. Es cierto que algunos (pocos) empresarios argentinos saldrán ganando, pero el resto se convertirán en sirvientes de conglomerados ajenos. Puede ser útil o no, positivo o negativo, pero no se puede aspirar a un renacimiento nacionalista y defender al mismo tiempo este programa.

Otra de las grandes contradicciones de Milei es su posicionamiento geopolítico, porque ha afirmado que Argentina tiene que separarse de China y vincularse únicamente a la esfera occidental. Eso es complicado de lograr, dados los grandes lazos comerciales que Pekín y Buenos Aires mantienen, pero, aunque fuera posible, ¿quién es el Estado para decirle a un empresario con qué países puede o no comerciar? ¿Por qué ese intervencionismo es bueno y hay otros que son malos? ¿En nombre de qué mercado puede Milei imponer a sus nacionales a quién deben vender sus productos?

Mejor evangélicos que católicos

Los conservadores religiosos son los que menos deberían apoyar la doctrina del presidente argentino. Puede que Milei argumente en contra del aborto (al mismo tiempo que defiende la venta de órganos o la gestación subrogada) y eso le granjee simpatías en esos sectores, pero es probable que católicos y protestantes no estén comprendiendo la época. La religión que está en auge en Occidente, la que ha penetrado profundamente en toda América y lo está haciendo en Europa, es la evangélica, cuyos valores son muy diferentes de los cristianos tradicionales. El sentido de la comunidad que promueven los evangélicos es un elemento importante, ya que atrae a poblaciones atomizadas, y les sirve para penetrar en las clases con menos recursos, por las que las religiones tradicionales han perdido interés. Lo peculiar es que ese aliento comunitario lo compatibilizan con un mensaje orientado hacia el éxito individual en el plano material que se compadece muy mal con la religión. Sus valores son muy distintos del catolicismo, y propuestas como "Dios quiere que seas rico" deberían sonar muy mal en los oídos de la jerarquía eclesiástica. Milei, como otras figuras políticas, es claramente favorable al desarrollo del evangelismo, que ha sido y es una fuerza social importante en muchos países americanos, y mucho menos al catolicismo. Que haya católicos españoles apoyando a Milei es sorprendente.

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Los conservadores religiosos, además (aunque explicar eso llevaría un rato largo), deberían tener en cuenta hasta qué punto la ideología de Milei es un sustituto laico de la religión, donde la figura de Dios se sustituye por el mercado y la salvación por el éxito.

Es extraña también la perspectiva filosófica en la que Milei apoya sentencias como “el mercado no se equivoca nunca”. Del mismo modo que, para Rousseau, el ser humano es bueno por naturaleza y la sociedad lo pervierte, para Milei, el mercado tiene un funcionamiento perfecto por sí mismo, pero los gobiernos lo pervierten.

Por supuesto, y dado que estamos en democracia, cada cual puede defender las posturas que tenga por conveniente y argumentar sobre sus bondades. Pero lo que sí es exigible en el debate es cierta coherencia. Y, en este sentido, una derecha nacional, religiosa, conservadora o liberal en el sentido clásico choca de frente con el programa de Milei. Sin embargo, muchos de quienes dicen pertenecer a esos ámbitos, en España y fuera de España, lo defienden. Tiene sentido si se es un libertario de Silicon Valley como Elon Musk, pero fuera de eso...

Es comprensible el atractivo que Javier Milei tiene para la derecha española, como quedó de manifiesto con la acogida que tuvo su investidura y, más aún, con su discurso en Davos. La agitada retórica que utiliza, el señalamiento de los progresistas como mal endémico de las sociedades y el enfrentamiento indisimulado con los “zurdos de mierda” ejercen un efecto de seducción grande: es el dirigente atrevido que dice sin miedo las verdades tal y como son.

Milei atrae las miradas de la derecha porque puede ir a Davos, señalar que Occidente está en peligro a consecuencia del socialismo y poner un discurso ideológico sobre la mesa para apoyar esa afirmación. Hay que entender que, entre los motivos que le han llevado a la presidencia argentina, ese no fue menor. El apoyo de Macri tuvo peso, el enorme desgaste del Gobierno kirchnerista fue clave y la situación económica resultó determinante, pero, además de eso, Milei obtuvo alrededor de un 30% de voto propio en las PASO. Lo consiguió por el gran descrédito de la profesión política y su vínculo con la corrupción, pero también porque supo encontrar un enemigo.

No apuntó a la inmigración, como los populistas europeos, ni a Bruselas, como ocurrió con el Brexit, ni a las élites de Washington, como hizo Trump: el mal era el Estado en sí mismo, que impedía el desarrollo personal económico, y especialmente esos socialistas de toda índole (incluyó en el mismo saco en su discurso de Davos a nazis, socialdemócratas, comunistas y demócrata cristianos) que abogan por un Estado fuerte.

Este es un discurso enormemente potente en unas circunstancias como las actuales, pero en especial en las españolas, con un Gobierno encabezado por Sánchez. Por supuesto, la presencia del Estado en la economía dista mucho de ser socialismo y mucho más de ser comunismo, pero no resulta raro que a quienes ahora les parecen abominables las posiciones estatalistas de los partidos conservadores europeos de los años sesenta y setenta, el regreso parcial al Estado que estamos viviendo en la ruptura de la globalización les suene amenazador.

El discurso mileista, además, encaja muy bien en el ideario de la derecha española: los empresarios como héroes, el capitalismo como motor de progreso, los colectivistas que quieren repartir la pobreza como enemigos. En especial, hay dos sectores que acogen con los brazos abiertos las posturas de Milei: una parte del PP, la más cercana a Aznar, al PP de Madrid y a Díaz Ayuso, con un componente neoliberal de nacimiento, y una parte de Vox, que está enraizada también en esa doctrina económica.

Sin embargo, la doctrina libertaria de Milei es muy extraña para la derecha, y su acogida demuestra las contradicciones teóricas e ideológicas en las que el conservadurismo está inmerso. No solo en España o Argentina, sino a nivel mundial.

Milei utilizó los poderes estatales de forma masiva y urgente para dictar a los argentinos el tipo de política económica que deben seguir

Milei se opone absolutamente a la intervención estatal en el mercado. El Estado nunca debe poner sus manos en las transacciones privadas. Esto es sistemáticamente objetado desde la izquierda, pero más allá de la perspectiva política que cada cual adopte, hay un hecho evidente que no puede ser pasado por alto: lo primero que hizo el nuevo presidente argentino al tomar posesión fue aprobar un megadecreto con 366 artículos, el Decreto de Necesidad y Urgencia. Es decir, puso en marcha una enorme intervención estatal para ordenar la economía, y por la vía más rápida y expeditiva. Milei no tomó medidas, sino que acometió una regulación masiva de la actividad económica del país, y lo hizo utilizando los poderes estatales. Se puede argumentar que el contenido de las medidas iba en la línea de favorecer determinadas posiciones políticas y no otras, pero eso no anula el hecho de fondo: Milei utilizó los poderes estatales para dictar a los argentinos el tipo de política económica que iban a seguir. Suena raro para un presidente que aboga por un Estado mínimo. Como lo es tener que repetir a estas alturas que esa aspiración es absurda: el Estado siempre interviene en la economía, en el sentido que se quiera, pero siempre está ahí.

En segunda instancia, y más allá de esa contradicción tan querida por la derecha libertaria, la doctrina de Milei choca con muchos de los postulados conservadores.

El empresario es un héroe, salvo si es un pequeño o mediano empresario, que entonces se convierte en prescindible. Sus políticas son contrarias a la supervivencia de las pymes, que están ya asfixiadas y muchas de ellas se verán abocadas al cierre. La mayor parte de los trabajos argentinos, como en Occidente, los proporcionan las pymes, y en lugar de favorecerlas, Milei prefiere impulsar la concentración empresarial y financiera. Pero eso no es defender la libre empresa, sino favorecer desde el Estado a un tipo de empresarios sobre otros. Y no lo es por partida doble, ya que esas medidas acaban fomentando o asentando monopolios y oligopolios, lo que es definitivamente opuesto al liberalismo de mercado.

Es cierto que algunos empresarios argentinos saldrán ganando, pero el resto se convertirán en sirvientes de conglomerados ajenos

Desde luego, su programa no lo puede defender una derecha nacionalista. Milei puede señalar, como hizo en Davos, que su propósito es hacer Argentina grande otra vez, aunque tenga que remontarse a hace 100 años. Ese es el momento en que, afirma, las políticas socialistas comenzaron a dañar su país y lo convirtieron en irrelevante. Pero es extraño que quiera recuperar la potencia del país vendiéndolo, como propone. Y no se trata solo de que coloque en manos extranjeras empresas públicas argentinas, sino que una parte relevante de sus empresarios serán sacados del mercado, y no por un mal desempeño de su tarea, sino por la mera fuerza del capital. Y todo ello sin deseo ninguno de mantener en manos argentinas, públicas o privadas, sectores estratégicos indispensables para que el país pueda contar con desarrollo, y más cuando está dejando Argentina en manos del sector primario y de los sectores extractivos. Buena parte de la desaparición de las empresas nacionales en Occidente tuvo que ver con adquisiciones no siempre deseadas, lo que tiene sentido desde un plan para que los inversores extranjeros se hagan con ellas, pero poco más. Es cierto que algunos (pocos) empresarios argentinos saldrán ganando, pero el resto se convertirán en sirvientes de conglomerados ajenos. Puede ser útil o no, positivo o negativo, pero no se puede aspirar a un renacimiento nacionalista y defender al mismo tiempo este programa.

Otra de las grandes contradicciones de Milei es su posicionamiento geopolítico, porque ha afirmado que Argentina tiene que separarse de China y vincularse únicamente a la esfera occidental. Eso es complicado de lograr, dados los grandes lazos comerciales que Pekín y Buenos Aires mantienen, pero, aunque fuera posible, ¿quién es el Estado para decirle a un empresario con qué países puede o no comerciar? ¿Por qué ese intervencionismo es bueno y hay otros que son malos? ¿En nombre de qué mercado puede Milei imponer a sus nacionales a quién deben vender sus productos?

Los conservadores religiosos son los que menos deberían apoyar la doctrina del presidente argentino. Puede que Milei argumente en contra del aborto (al mismo tiempo que defiende la venta de órganos o la gestación subrogada) y eso le granjee simpatías en esos sectores, pero es probable que católicos y protestantes no estén comprendiendo la época. La religión que está en auge en Occidente, la que ha penetrado profundamente en toda América y lo está haciendo en Europa, es la evangélica, cuyos valores son muy diferentes de los cristianos tradicionales. El sentido de la comunidad que promueven los evangélicos es un elemento importante, ya que atrae a poblaciones atomizadas, y les sirve para penetrar en las clases con menos recursos, por las que las religiones tradicionales han perdido interés. Lo peculiar es que ese aliento comunitario lo compatibilizan con un mensaje orientado hacia el éxito individual en el plano material que se compadece muy mal con la religión. Sus valores son muy distintos del catolicismo, y propuestas como "Dios quiere que seas rico" deberían sonar muy mal en los oídos de la jerarquía eclesiástica. Milei, como otras figuras políticas, es claramente favorable al desarrollo del evangelismo, que ha sido y es una fuerza social importante en muchos países americanos, y mucho menos al catolicismo. Que haya católicos españoles apoyando a Milei es sorprendente.

Los conservadores religiosos, además (aunque explicar eso llevaría un rato largo), deberían tener en cuenta hasta qué punto la ideología de Milei es un sustituto laico de la religión, donde la figura de Dios se sustituye por el mercado y la salvación por el éxito.

Es extraña también la perspectiva filosófica en la que Milei apoya sentencias como “el mercado no se equivoca nunca”. Del mismo modo que, para Rousseau, el ser humano es bueno por naturaleza y la sociedad lo pervierte, para Milei, el mercado tiene un funcionamiento perfecto por sí mismo, pero los gobiernos lo pervierten.

Por supuesto, y dado que estamos en democracia, cada cual puede defender las posturas que tenga por conveniente y argumentar sobre sus bondades. Pero lo que sí es exigible en el debate es cierta coherencia. Y, en este sentido, una derecha nacional, religiosa, conservadora o liberal en el sentido clásico choca de frente con el programa de Milei. Sin embargo, muchos de quienes dicen pertenecer a esos ámbitos, en España y fuera de España, lo defienden. Tiene sentido si se es un libertario de Silicon Valley como Elon Musk, pero fuera de eso...

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El sorprendente y contradictorio efecto de Milei en la derecha española

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19.01.2024

Es comprensible el atractivo que Javier Milei tiene para la derecha española, como quedó de manifiesto con la acogida que tuvo su investidura y, más aún, con su discurso en Davos. La agitada retórica que utiliza, el señalamiento de los progresistas como mal endémico de las sociedades y el enfrentamiento indisimulado con los “zurdos de mierda” ejercen un efecto de seducción grande: es el dirigente atrevido que dice sin miedo las verdades tal y como son.

Milei atrae las miradas de la derecha porque puede ir a Davos, señalar que Occidente está en peligro a consecuencia del socialismo y poner un discurso ideológico sobre la mesa para apoyar esa afirmación. Hay que entender que, entre los motivos que le han llevado a la presidencia argentina, ese no fue menor. El apoyo de Macri tuvo peso, el enorme desgaste del Gobierno kirchnerista fue clave y la situación económica resultó determinante, pero, además de eso, Milei obtuvo alrededor de un 30% de voto propio en las PASO. Lo consiguió por el gran descrédito de la profesión política y su vínculo con la corrupción, pero también porque supo encontrar un enemigo.

No apuntó a la inmigración, como los populistas europeos, ni a Bruselas, como ocurrió con el Brexit, ni a las élites de Washington, como hizo Trump: el mal era el Estado en sí mismo, que impedía el desarrollo personal económico, y especialmente esos socialistas de toda índole (incluyó en el mismo saco en su discurso de Davos a nazis, socialdemócratas, comunistas y demócrata cristianos) que abogan por un Estado fuerte.

Este es un discurso enormemente potente en unas circunstancias como las actuales, pero en especial en las españolas, con un Gobierno encabezado por Sánchez. Por supuesto, la presencia del Estado en la economía dista mucho de ser socialismo y mucho más de ser comunismo, pero no resulta raro que a quienes ahora les parecen abominables las posiciones estatalistas de los partidos conservadores europeos de los años sesenta y setenta, el regreso parcial al Estado que estamos viviendo en la ruptura de la globalización les suene amenazador.

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Milei, contra las derechas tradicionales

Sin embargo, la doctrina libertaria de Milei es muy extraña para la derecha, y su acogida demuestra las contradicciones teóricas e ideológicas en las que el conservadurismo está inmerso. No solo en España o Argentina, sino a nivel mundial.

Milei utilizó los poderes estatales de forma masiva y urgente para dictar a los argentinos el tipo de política económica que deben seguir

Milei se opone absolutamente a la intervención estatal en el mercado. El Estado nunca debe poner sus manos en las transacciones privadas. Esto es sistemáticamente objetado desde la izquierda, pero más allá de la perspectiva política que cada cual adopte, hay un hecho evidente que no puede ser pasado por alto: lo primero que hizo el nuevo presidente argentino al tomar posesión fue aprobar un megadecreto con 366 artículos, el Decreto de Necesidad y Urgencia. Es decir, puso en marcha una enorme intervención estatal para ordenar la economía, y por la vía más rápida y expeditiva. Milei no tomó medidas, sino que acometió una regulación masiva de la actividad económica del país, y lo hizo utilizando los poderes estatales. Se puede argumentar que el contenido de las medidas iba en la línea de favorecer determinadas posiciones políticas y no otras, pero eso no anula el hecho de fondo: Milei utilizó los poderes estatales para dictar a los argentinos el tipo de política económica que iban a seguir. Suena raro para un presidente que aboga por un Estado mínimo. Como lo es tener que repetir a estas alturas que esa aspiración es absurda: el Estado siempre interviene en la economía, en el sentido que se quiera, pero siempre está ahí.

Un perturbador nacionalismo

En segunda instancia, y más allá de esa contradicción tan querida por la derecha libertaria, la doctrina de Milei choca con muchos de los postulados conservadores.

El empresario es un héroe, salvo si es un pequeño o mediano empresario, que entonces se convierte en prescindible. Sus políticas son contrarias a la supervivencia de las pymes, que están ya asfixiadas y muchas de ellas se verán abocadas al cierre. La mayor parte de los trabajos argentinos, como en........

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