Un lobby de influencias políticas es la única posibilidad que existe en España de un gobierno de concentración. Es curioso. Como la política es un mundo de simulaciones y todo el año es carnaval, como nos enseñó Larra; como cada cual está detrás de su careta, el episodio del fichaje frustrado por una empresa privada del exministro Alberto Garzón se ha envuelto de una farsa lastimera sobre los políticos que no se corresponde con la verdadera cara de la clase política española.

Por ejemplo, esta que se señala, la llamativa paradoja de que políticos de todas las ideologías, las más centradas y las más extremas, solo sean capaces de afrontar proyectos comunes cuando se dedican al negocio de los lobbies de influencias, como la empresa Acento, a la que se iba a incorporar Garzón, que dirige el antiguo número dos de los socialistas y exministro, José Blanco. Junto a él, socio fundador, figura una decena más de ex altos cargos de todos los partidos políticos. Los hay del Partido Popular, como José María Lasalle y Elena Pisonero, de los tiempos de Aznar, y, por supuesto, el exalcalde de Vitoria y exministro, Alfonso Alonso, que es el presidente del lobby.

También de Esquerra Republicana, como Miquel Gamisans, que ocupa el cargo de director general adjunto de la consultora. Este hombre aparece en los perfiles de la prensa catalana como "uno de los hombres más influyentes" del independentismo, "parte del núcleo duro de Esquerra junto a Oriol Junqueras y Pere Aragonés". En Acento ha colaborado igualmente un exdiputado de Podemos en la Asamblea de Madrid, Marcos Candela, y, por supuesto, otros exministros socialistas conocidos, como Valeriano Gómez, ministro de Trabajo con Zapatero, y Elena Valenciano, una de las mujeres más relevantes del socialismo español de hace una década, candidata del PSOE al Parlamento europeo, además de vicesecretaria general del partido.

La empresa, Acento, se define en su web como una "consultoría supra especializada en asuntos públicos"; es decir, un gabinete de expertos en cómo hay que lidiar con las administraciones públicas para que los proyectos salgan adelante. Qué mejor que expolíticos de todos los partidos políticos, que saben cómo funcionan los procedimientos administrativos, cómo quieren los proyectos los gobiernos de uno y otro signo político y que, además, conocen a personas, a compañeros que siguen en activo en política.

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En los pocos años que lleva funcionando, porque la empresa empezó a operar en 2019, la consultora de Pepiño Blanco ya ha logrado algunos éxitos sonados, como haber logrado el último año un beneficio del 54 por ciento, por encima del ejercicio anterior, gracias a una facturación de más de seis millones de euros. Como lobby de influencias políticas funciona a la perfección. Una aclaración obligada: esta actividad es perfectamente legal y, si se resalta aquí, es exclusivamente para desmontar el falso victimismo de quienes se dedican a la política, como se ha querido trasladar a la opinión pública, tras de decisión del exdirigente de Izquierda Unida, Alberto Garzón, de renunciar a su fichaje, a las pocas horas de haber anunciado su incorporación a Acento.

Podemos tomar como referencia de esta farsa lastimera lo dicho por el ministro de Fomento, Óscar Puente, y por el propio Alberto Garzón. Sostiene el primero que lo ocurrido demuestra la enorme ingratitud de la política: "Hay que cobrar poco. Pedir perdón todo el día por ser político. Soportar insultos e intromisiones en la vida privada. Si eres de izquierdas, más a más, padecer todo tipo de bulos y calumnias. Y después buscar trabajo en algo que no tenga la menor relación con lo que has hecho".

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¿Tienen que pedir perdón por ser político y recibir insultos? La crispación social, que ciertamente existe y no afecta solo a los políticos, se origina por una forma de gobernar de la que, precisamente, Óscar Puente es uno de sus más destacados representantes. Aquí lo hemos llamado en algunas ocasiones el ministro jabalí, siguiendo la calificación orteguiana, y no hay semana en la que el ministro de Transportes no protagonice una sonada polémica por sus declaraciones agrias, agresivas, plagadas de descalificaciones y desprecio.

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En eso, no existe ninguna incompatibilidad; el problema está en aquellos, que son la mayoría, que, o bien no quieren volver a su estatus laboral anterior, o bien no ha ejercido nunca en el sector privado. Eso, por no mencionar que la existencia de un lobby como al que aspiraba Alberto Garzón demuestra que es posible ser político y, luego, seguir explotando como asesores la experiencia vivida en la política y los contactos conseguidos. Resulta, además, que las incompatibilidades que existen son las que los propios políticos han aprobado en la legislación, leyes cada vez más restrictivas, más endogámicas, de forma que, por sí solas, ahuyentan a quienes podrían dedicarse al servicio público durante unos años y proceden de la vida privada. Dirigentes de todos los partidos han pretendido identificar las incompatibilidades de la política, cada vez mayores, con la corrupción y el resultado es que ni se ha acabado con la corrupción ni se ha conseguido oxigenar el cuerpo político porque se ha hecho cada vez más endogámico, más cerrado.

Queda solo por analizar el lamento final del afectado, Alberto Garzón, cuando denuncia que "la política es una trituradora de personas". Pero no, no es la política, en sí misma, sino la demagogia y el sectarismo feroz con que algunos ejercen la política. Particularmente en la extrema izquierda, a la que pertenece Alberto Garzón. Tampoco esto tiene nada que ver con la sociedad porque han sido los suyos, los de las fuerzas políticas a las que pertenece o ha pertenecido, quienes lo ha forzado a renunciar al fichaje por Acento.

Demagogia y sectarismo, esa es la trituradora de la política. Todo lo demás, como se decía al principio, es simulación, una farsa lastimera ante algo que solo pueden solventar quienes se dedican a la política y no entienden otra estrategia que la agitación social, la confrontación y la generación constante de nuevos problemas. Por eso es tan llamativo que solo sean capaces de afrontar proyectos conjuntos cuando dejan la política. Que ya es llamativo que el antiguo cerebro de Esquerra Republicana incluya como principios de su etapa privada lo que jamás defendería en la vida pública. Como esta declaración: "Creemos en la cooperación positiva y honesta entre las instituciones y la empresa. Porque es la única vía para afrontar con éxito los grandes retos y la profunda transformación de nuestra sociedad". En fin… Que por el sacrificio laboral, los bajos sueldos, la tensión constante o los insultos que reciben los políticos; por todo eso, sencillamente, no hay que preocuparse.

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¿Tienen que pedir perdón por ser político y recibir insultos? La crispación social, que ciertamente existe y no afecta solo a los políticos, se origina por una forma de gobernar de la que, precisamente, Óscar Puente es uno de sus más destacados representantes. Aquí lo hemos llamado en algunas ocasiones el ministro jabalí, siguiendo la calificación orteguiana, y no hay semana en la que el ministro de Transportes no protagonice una sonada polémica por sus declaraciones agrias, agresivas, plagadas de descalificaciones y desprecio.

Son los políticos como Óscar Puente los responsables primeros de la polarización de la sociedad y, evidentemente, el pirómano no es el más indicado para quejarse de un incendio. ¿Y es verdad que, después de la política, tienen que buscar trabajo en algo que no tenga la más mínima relación con lo que has hecho? A ver, lo normal, sería pensar que todo aquel que se dedica unos años a la política, cuando acaba su etapa, regresa a su profesión anterior, ya sean médicos, abogados, profesores o economistas.

En eso, no existe ninguna incompatibilidad; el problema está en aquellos, que son la mayoría, que, o bien no quieren volver a su estatus laboral anterior, o bien no ha ejercido nunca en el sector privado. Eso, por no mencionar que la existencia de un lobby como al que aspiraba Alberto Garzón demuestra que es posible ser político y, luego, seguir explotando como asesores la experiencia vivida en la política y los contactos conseguidos. Resulta, además, que las incompatibilidades que existen son las que los propios políticos han aprobado en la legislación, leyes cada vez más restrictivas, más endogámicas, de forma que, por sí solas, ahuyentan a quienes podrían dedicarse al servicio público durante unos años y proceden de la vida privada. Dirigentes de todos los partidos han pretendido identificar las incompatibilidades de la política, cada vez mayores, con la corrupción y el resultado es que ni se ha acabado con la corrupción ni se ha conseguido oxigenar el cuerpo político porque se ha hecho cada vez más endogámico, más cerrado.

Queda solo por analizar el lamento final del afectado, Alberto Garzón, cuando denuncia que "la política es una trituradora de personas". Pero no, no es la política, en sí misma, sino la demagogia y el sectarismo feroz con que algunos ejercen la política. Particularmente en la extrema izquierda, a la que pertenece Alberto Garzón. Tampoco esto tiene nada que ver con la sociedad porque han sido los suyos, los de las fuerzas políticas a las que pertenece o ha pertenecido, quienes lo ha forzado a renunciar al fichaje por Acento.

Demagogia y sectarismo, esa es la trituradora de la política. Todo lo demás, como se decía al principio, es simulación, una farsa lastimera ante algo que solo pueden solventar quienes se dedican a la política y no entienden otra estrategia que la agitación social, la confrontación y la generación constante de nuevos problemas. Por eso es tan llamativo que solo sean capaces de afrontar proyectos conjuntos cuando dejan la política. Que ya es llamativo que el antiguo cerebro de Esquerra Republicana incluya como principios de su etapa privada lo que jamás defendería en la vida pública. Como esta declaración: "Creemos en la cooperación positiva y honesta entre las instituciones y la empresa. Porque es la única vía para afrontar con éxito los grandes retos y la profunda transformación de nuestra sociedad". En fin… Que por el sacrificio laboral, los bajos sueldos, la tensión constante o los insultos que reciben los políticos; por todo eso, sencillamente, no hay que preocuparse.

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¿Políticos sacrificados? No hay que preocuparse

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18.02.2024

Un lobby de influencias políticas es la única posibilidad que existe en España de un gobierno de concentración. Es curioso. Como la política es un mundo de simulaciones y todo el año es carnaval, como nos enseñó Larra; como cada cual está detrás de su careta, el episodio del fichaje frustrado por una empresa privada del exministro Alberto Garzón se ha envuelto de una farsa lastimera sobre los políticos que no se corresponde con la verdadera cara de la clase política española.

Por ejemplo, esta que se señala, la llamativa paradoja de que políticos de todas las ideologías, las más centradas y las más extremas, solo sean capaces de afrontar proyectos comunes cuando se dedican al negocio de los lobbies de influencias, como la empresa Acento, a la que se iba a incorporar Garzón, que dirige el antiguo número dos de los socialistas y exministro, José Blanco. Junto a él, socio fundador, figura una decena más de ex altos cargos de todos los partidos políticos. Los hay del Partido Popular, como José María Lasalle y Elena Pisonero, de los tiempos de Aznar, y, por supuesto, el exalcalde de Vitoria y exministro, Alfonso Alonso, que es el presidente del lobby.

También de Esquerra Republicana, como Miquel Gamisans, que ocupa el cargo de director general adjunto de la consultora. Este hombre aparece en los perfiles de la prensa catalana como "uno de los hombres más influyentes" del independentismo, "parte del núcleo duro de Esquerra junto a Oriol Junqueras y Pere Aragonés". En Acento ha colaborado igualmente un exdiputado de Podemos en la Asamblea de Madrid, Marcos Candela, y, por supuesto, otros exministros socialistas conocidos, como Valeriano Gómez, ministro de Trabajo con Zapatero, y Elena Valenciano, una de las mujeres más relevantes del socialismo español de hace una década, candidata del PSOE al Parlamento europeo, además de vicesecretaria general del partido.

La empresa, Acento, se define en su web como una "consultoría supra especializada en asuntos públicos"; es decir, un gabinete de expertos en cómo hay que lidiar con las administraciones públicas para que los proyectos salgan adelante. Qué mejor que expolíticos de todos los partidos políticos, que saben cómo funcionan los procedimientos administrativos, cómo quieren los proyectos los gobiernos de uno y otro signo político y que, además, conocen a personas, a compañeros que siguen en activo en política.

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Podemos tomar como referencia de esta farsa lastimera lo dicho por el ministro de Fomento, Óscar Puente, y por el propio Alberto Garzón. Sostiene el primero que lo ocurrido demuestra la enorme ingratitud de la política: "Hay que cobrar poco. Pedir perdón todo el día por ser político. Soportar insultos e intromisiones en la vida privada. Si eres de izquierdas, más a más, padecer todo tipo de bulos y calumnias. Y después buscar trabajo en algo que no tenga la menor relación con lo que has hecho".

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