Veinte años de una mentira sostenida. Al cabo de tanto tiempo, hay quienes guardan silencio, quienes se atreven a hablar por primera vez y quienes, como José María Aznar, el presidente del Gobierno de entonces, mantiene una mentira sostenida que fue la que lo pudrió todo tras los horribles atentados del 11 de marzo en Atocha, hace ahora veinte años. Solo unos pocos elevan la mirada, que trasciende de toda polémica, y se quedan mirando la herida que continúa abierta en la sociedad española y en la política. Como si desde entonces, todo estuviera maldito, contaminado, desgraciado para siempre.

Aunque quizá en España solo cambie el nombre, y lo que hoy llamamos polarización sea el guerracivilismo de hace decenios. Es el cainismo, que convierte en enemigos a los adversarios y en cobardes a todo aquel que se niegue a participar de las banderías. Ese pus social, que parecía curado en las dos primeras décadas de la Transición, tras la muerte del dictador, estalló entonces, como si las bombas de Atocha, además de asesinar a 192 personas y dejar heridas a casi dos mil más, hubieran provocado el estallido de una bomba más, que esparció por toda España un virus de rencor social y de venganza. España es diferente, sí, pero es porque no debe existir otro lugar en el mundo que genere polémicas más miserables que la que se suscitó tras los atentados del 11-M, y todo comenzó con la mentira de un presidente, José María Aznar, a la que el Partido Socialista replicó con aquel "pásalo" que trasladaba al Gobierno del PP la responsabilidad de los asesinatos.

Esa secuencia de intereses miserables ha quedado plenamente acreditada con el paso del tiempo y ni siquiera haría falta insistir en ella, salvo porque los principales protagonistas de aquella miseria son incapaces de reconocerlo. José María Aznar, por ejemplo, sigue diciendo, con un tono de soberbia que se parece a la bilis, que jamás pretendió alargar la supuesta autoría de ETA hasta las elecciones generales, que se celebrarían tres días más tarde. Sencillamente, es falso, aunque siga repitiéndolo. En las tres series documentales (Amazon, Netflix y La Sexta) que se han dedicado al 11-M, desfilan una gran cantidad de personas, investigadores, periodistas y políticos, que han relatado, cada uno en su terreno, las presiones que recibieron del Gobierno de Aznar para que mantuviesen que era la banda criminal ETA la que había colocado las bombas, cuando ya sabían todos ellos que la hipótesis más probable era la autoría del terrorismo islámico.

El cálculo era meramente electoral: si los españoles acudían a votar pensando en un atentado de ETA, el PP podía repetir la mayoría absoluta que consiguió en 2000, pero si trascendía que los asesinos pertenecían a la Al Qaeda de Bin Laden, la victoria sería para el Partido Socialista, que presentaba a un nuevo candidato, Rodríguez Zapatero, el apocopado Zetapé que un año antes despreció púbicamente la bandera de Estados Unidos en desfile militar. La cuestión es que estallaron las bombas, Atocha se llenó de cadáveres y Aznar, sin pudor alguno, trazó la estrategia del engaño. Son tantos los testimonios que destapan esa vergüenza, incluyendo la entrevista censurada de George Bush, presidente americano, que el empeño de Aznar en seguir mintiendo es cada vez más insoportable. Mejor guardar silencio.

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Pódcast | 11-M: La herida abierta: episodio 1, ¿Quién ha sido? Alejandro Requeijo Antonio Rubio

Nada podría justificar, en todo caso, la reacción siguiente del Partido Socialista, donde tampoco son capaces de reconocer que, también ellos, trazaron, con la sangre de cientos de personas, el plan perfecto para ganar las elecciones. Siempre habré de recordar lo que, esos días, escribió Antonio Muñoz Molina, asustado, como tantos otros progresistas, al ver las manifestaciones ante la sede del Partido Popular en la que cientos de personas gritaban "asesinos, asesinos", como si hubieran sido ellos los autores del atentado. "Leyendo los periódicos, escuchando a algunos locutores de radio, a algunos artistas o literatos (…) se ha dicho y se ha escrito que el partido que ahora gobierna [el PP] es idéntico a los terroristas", eso lo escribió Muñoz Molina el 12 de marzo, es decir, un día después del atentado… De forma que ya podemos hacernos una idea de cuánto tiempo les duró a todos esos el luto y el dolor por las muertes de 192 ciudadanos y por las heridas de casi dos mil, que estaban repartidos por todos los hospitales de Madrid.

Entonces, ¿cómo debió gestionarse la crisis, si estábamos en campaña electoral? ¿O es que, acaso, lo que debió pasar es que no se celebrasen las elecciones generales? Esas son, quizá, las únicas preguntas interesantes que merece la pena formularse hoy, veinte años después, si queremos trascender definitivamente de la podredumbre de entonces. Las dudas que, razonablemente, pueden quedar son sobre las que deberíamos reflexionar. De hecho, seguro que muchos compartimos que, hoy mismo, se repetirían las mismas atrocidades políticas de entonces, o que, incluso, se agravarían. Como no se reconoce la miseria de aquellos días, ni siquiera se ha intentado elaborar, por ejemplo, una especie de protocolo de crisis que obligue a todos los partidos, cuando España se enfrente a una crisis de Estado como aquella.

Hay quien piensa que, por encima de todo, lo que ha quedado claro es que las elecciones no tendrían que haberse celebrado, pero justo en sentido contrario hay quien defiende que, de ninguna forma, se le puede conceder al terrorismo la capacidad de decidir sobre la democracia. En lo que unos y otros seguro que coinciden es en que todo hubiera sido distinto si el presidente Aznar, en vez de convocar un gabinete electoral para gestionar el atentado, organiza y convoca un gabinete real de crisis en el que estuvieran presentes otros líderes políticos, empezando por el PSOE, y, por supuesto, los responsables policiales y de inteligencia, que fueron expresamente marginados como ha confesado el director del CNI, Jorge Dezcallar. Pero como el objetivo no era informar, sino manipular; como lo que se pretendía no era avanzar en la investigación, sino retrasarla, lo que Aznar necesitaba es que a su lado estuvieran solo los dirigentes del Partido Popular, nadie más. Por eso se dice que la suya fue la mentira original, que lo pudrió todo. La que explica esta España.

Veinte años de una mentira sostenida. Al cabo de tanto tiempo, hay quienes guardan silencio, quienes se atreven a hablar por primera vez y quienes, como José María Aznar, el presidente del Gobierno de entonces, mantiene una mentira sostenida que fue la que lo pudrió todo tras los horribles atentados del 11 de marzo en Atocha, hace ahora veinte años. Solo unos pocos elevan la mirada, que trasciende de toda polémica, y se quedan mirando la herida que continúa abierta en la sociedad española y en la política. Como si desde entonces, todo estuviera maldito, contaminado, desgraciado para siempre.

Aunque quizá en España solo cambie el nombre, y lo que hoy llamamos polarización sea el guerracivilismo de hace decenios. Es el cainismo, que convierte en enemigos a los adversarios y en cobardes a todo aquel que se niegue a participar de las banderías. Ese pus social, que parecía curado en las dos primeras décadas de la Transición, tras la muerte del dictador, estalló entonces, como si las bombas de Atocha, además de asesinar a 192 personas y dejar heridas a casi dos mil más, hubieran provocado el estallido de una bomba más, que esparció por toda España un virus de rencor social y de venganza. España es diferente, sí, pero es porque no debe existir otro lugar en el mundo que genere polémicas más miserables que la que se suscitó tras los atentados del 11-M, y todo comenzó con la mentira de un presidente, José María Aznar, a la que el Partido Socialista replicó con aquel "pásalo" que trasladaba al Gobierno del PP la responsabilidad de los asesinatos.

Esa secuencia de intereses miserables ha quedado plenamente acreditada con el paso del tiempo y ni siquiera haría falta insistir en ella, salvo porque los principales protagonistas de aquella miseria son incapaces de reconocerlo. José María Aznar, por ejemplo, sigue diciendo, con un tono de soberbia que se parece a la bilis, que jamás pretendió alargar la supuesta autoría de ETA hasta las elecciones generales, que se celebrarían tres días más tarde. Sencillamente, es falso, aunque siga repitiéndolo. En las tres series documentales (Amazon, Netflix y La Sexta) que se han dedicado al 11-M, desfilan una gran cantidad de personas, investigadores, periodistas y políticos, que han relatado, cada uno en su terreno, las presiones que recibieron del Gobierno de Aznar para que mantuviesen que era la banda criminal ETA la que había colocado las bombas, cuando ya sabían todos ellos que la hipótesis más probable era la autoría del terrorismo islámico.

El cálculo era meramente electoral: si los españoles acudían a votar pensando en un atentado de ETA, el PP podía repetir la mayoría absoluta que consiguió en 2000, pero si trascendía que los asesinos pertenecían a la Al Qaeda de Bin Laden, la victoria sería para el Partido Socialista, que presentaba a un nuevo candidato, Rodríguez Zapatero, el apocopado Zetapé que un año antes despreció púbicamente la bandera de Estados Unidos en desfile militar. La cuestión es que estallaron las bombas, Atocha se llenó de cadáveres y Aznar, sin pudor alguno, trazó la estrategia del engaño. Son tantos los testimonios que destapan esa vergüenza, incluyendo la entrevista censurada de George Bush, presidente americano, que el empeño de Aznar en seguir mintiendo es cada vez más insoportable. Mejor guardar silencio.

Nada podría justificar, en todo caso, la reacción siguiente del Partido Socialista, donde tampoco son capaces de reconocer que, también ellos, trazaron, con la sangre de cientos de personas, el plan perfecto para ganar las elecciones. Siempre habré de recordar lo que, esos días, escribió Antonio Muñoz Molina, asustado, como tantos otros progresistas, al ver las manifestaciones ante la sede del Partido Popular en la que cientos de personas gritaban "asesinos, asesinos", como si hubieran sido ellos los autores del atentado. "Leyendo los periódicos, escuchando a algunos locutores de radio, a algunos artistas o literatos (…) se ha dicho y se ha escrito que el partido que ahora gobierna [el PP] es idéntico a los terroristas", eso lo escribió Muñoz Molina el 12 de marzo, es decir, un día después del atentado… De forma que ya podemos hacernos una idea de cuánto tiempo les duró a todos esos el luto y el dolor por las muertes de 192 ciudadanos y por las heridas de casi dos mil, que estaban repartidos por todos los hospitales de Madrid.

Entonces, ¿cómo debió gestionarse la crisis, si estábamos en campaña electoral? ¿O es que, acaso, lo que debió pasar es que no se celebrasen las elecciones generales? Esas son, quizá, las únicas preguntas interesantes que merece la pena formularse hoy, veinte años después, si queremos trascender definitivamente de la podredumbre de entonces. Las dudas que, razonablemente, pueden quedar son sobre las que deberíamos reflexionar. De hecho, seguro que muchos compartimos que, hoy mismo, se repetirían las mismas atrocidades políticas de entonces, o que, incluso, se agravarían. Como no se reconoce la miseria de aquellos días, ni siquiera se ha intentado elaborar, por ejemplo, una especie de protocolo de crisis que obligue a todos los partidos, cuando España se enfrente a una crisis de Estado como aquella.

Hay quien piensa que, por encima de todo, lo que ha quedado claro es que las elecciones no tendrían que haberse celebrado, pero justo en sentido contrario hay quien defiende que, de ninguna forma, se le puede conceder al terrorismo la capacidad de decidir sobre la democracia. En lo que unos y otros seguro que coinciden es en que todo hubiera sido distinto si el presidente Aznar, en vez de convocar un gabinete electoral para gestionar el atentado, organiza y convoca un gabinete real de crisis en el que estuvieran presentes otros líderes políticos, empezando por el PSOE, y, por supuesto, los responsables policiales y de inteligencia, que fueron expresamente marginados como ha confesado el director del CNI, Jorge Dezcallar. Pero como el objetivo no era informar, sino manipular; como lo que se pretendía no era avanzar en la investigación, sino retrasarla, lo que Aznar necesitaba es que a su lado estuvieran solo los dirigentes del Partido Popular, nadie más. Por eso se dice que la suya fue la mentira original, que lo pudrió todo. La que explica esta España.

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11-M, la mentira de Aznar que lo pudrió todo

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10.03.2024

Veinte años de una mentira sostenida. Al cabo de tanto tiempo, hay quienes guardan silencio, quienes se atreven a hablar por primera vez y quienes, como José María Aznar, el presidente del Gobierno de entonces, mantiene una mentira sostenida que fue la que lo pudrió todo tras los horribles atentados del 11 de marzo en Atocha, hace ahora veinte años. Solo unos pocos elevan la mirada, que trasciende de toda polémica, y se quedan mirando la herida que continúa abierta en la sociedad española y en la política. Como si desde entonces, todo estuviera maldito, contaminado, desgraciado para siempre.

Aunque quizá en España solo cambie el nombre, y lo que hoy llamamos polarización sea el guerracivilismo de hace decenios. Es el cainismo, que convierte en enemigos a los adversarios y en cobardes a todo aquel que se niegue a participar de las banderías. Ese pus social, que parecía curado en las dos primeras décadas de la Transición, tras la muerte del dictador, estalló entonces, como si las bombas de Atocha, además de asesinar a 192 personas y dejar heridas a casi dos mil más, hubieran provocado el estallido de una bomba más, que esparció por toda España un virus de rencor social y de venganza. España es diferente, sí, pero es porque no debe existir otro lugar en el mundo que genere polémicas más miserables que la que se suscitó tras los atentados del 11-M, y todo comenzó con la mentira de un presidente, José María Aznar, a la que el Partido Socialista replicó con aquel "pásalo" que trasladaba al Gobierno del PP la responsabilidad de los asesinatos.

Esa secuencia de intereses miserables ha quedado plenamente acreditada con el paso del tiempo y ni siquiera haría falta insistir en ella, salvo porque los principales protagonistas de aquella miseria son incapaces de reconocerlo. José María Aznar, por ejemplo, sigue diciendo, con un tono de soberbia que se parece a la bilis, que jamás pretendió alargar la supuesta autoría de ETA hasta las elecciones generales, que se celebrarían tres días más tarde. Sencillamente, es falso, aunque siga repitiéndolo. En las tres series documentales (Amazon, Netflix y La Sexta) que se han dedicado al 11-M, desfilan una gran cantidad de personas, investigadores, periodistas y políticos, que han relatado, cada uno en su terreno, las presiones que recibieron del Gobierno de Aznar para que mantuviesen que era la banda criminal ETA la que había colocado las bombas, cuando ya sabían todos ellos que la hipótesis más probable era la autoría del terrorismo islámico.

El cálculo era meramente electoral: si los españoles acudían a votar pensando en un atentado de ETA, el PP podía repetir la mayoría absoluta que consiguió en 2000, pero si trascendía que los asesinos pertenecían a la Al Qaeda de Bin Laden, la victoria sería para el Partido Socialista, que presentaba a un nuevo candidato, Rodríguez Zapatero, el apocopado Zetapé que un año antes despreció púbicamente la bandera de Estados Unidos en desfile militar. La cuestión es que estallaron las bombas, Atocha se llenó de cadáveres y Aznar, sin pudor alguno, trazó la estrategia del engaño. Son tantos los testimonios que destapan........

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