No es ascenso, es una dimisión. Esa es la consideración política que debemos darle a la salida de Nadia Calviño del Gobierno porque se trata de la primera dimisión de un socialista en la era de Pedro Sánchez. Si tenemos en cuenta la personalidad política del presidente, tan cesarista como se encarga él mismo de demostrar en cada nombramiento, una dimisión como la de Nadia Calviño tiene el valor de una disidencia interna. No es que abra una grieta en el proyecto, ni en la fortaleza de Pedro Sánchez al frente del Gobierno y del Partido Socialista, pero sí denota la existencia de dudas y diferencias, incluso en el propio entorno del presidente. Y ese es el caso de Nadia Calviño. Lleva tiempo madurando su salida del Gobierno, quizá desde los primeros meses del año, cuando el presidente convocó elecciones anticipadas en mayo, tras la debacle del PSOE en las municipales y autonómicas.

En aquel momento, con la legislatura agotada, comenzaron a circular rumores sobre la incomodidad de Nadia Calviño en el Gobierno y su decisión de abandonar el Ejecutivo y no permanecer una nueva legislatura. Lo primero que hizo fue no aceptar que la incluyeran en las listas del PSOE. Nadie pone en duda la lealtad de Calviño con Pedro Sánchez, ni su implicación en el proyecto socialista, pero nada de eso le impedía estar preocupada con la deriva populista de la política española y la forma en la que afectaba a su prestigio profesional.

Esa era la incomodidad, por eso ha buscado irse, porque quiere alejarse de una legislatura como esta, dentro de un Gobierno sometido a mil vaivenes populistas, desde los más radicales de izquierda hasta los independentistas más obtusos. Un profesional de la política, como hay otros muchos en todo el arco parlamentario, tiene como objetivo la permanencia, pero, en el caso de una mujer como Nadia Calviño, su mayor preocupación era la de poder restablecer su vida profesional con la alta valoración técnica que se hacía de ella antes de llegar. En octubre pasado, cumplió 55 años y es una edad perfecta para cerrar esta etapa política, volver a la Unión Europea, donde ya desempeñó altas responsabilidades, y evitar el riesgo evidente de verse arrastrada por un Gobierno atado a un elenco de minorías corrosivas. De eso huye Nadia Calviño.

Hay un precedente en gobiernos socialistas que puede parecerse a la dimisión de Nadia Calviño, que fue la salida de Solbes del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. De hecho, Pedro Solbes, tristemente fallecido el pasado mes de marzo, jugó un papel en el Gobierno socialista muy parecido al de Nadia Calviño. A los dos se les veía, en medio de la refriega, como profesionales solventes, moderados, y voces autorizadas, no mediatizadas por la consigna política.

El paralelismo de Solbes con Calviño es evidente, tanto en la degeneración política de la nueva legislatura, como el error de permanecer en ella

Solbes cumplió ese papel hasta que se prestó, bochornosamente, a la estrategia política de Zapatero de negar la crisis económica y financiera de 2007. Como se recordará, esa obstinación ciega llevó a España casi a la quiebra y al PSOE al hundimiento electoral. Pedro Solbes tardó años en reconocerlo. Lo hizo cuando publicó un libro de memorias (Recuerdos, editorial Deusto) y asumió su doble equivocación, con la previsión de la crisis y con la permanencia en el Gobierno. Solbes, por ejemplo, diferenciaba entre la primera legislatura de Zapatero, en la que pudo alcanzar varios acuerdos de política económica con el Partido Popular, y la segunda legislatura, en la que el presidente socialista giró hacia una estrategia de confrontación con la derecha y de aliento al nacionalismo catalán, con la polémica reforma del Estatuto de Autonomía de Cataluña.

"Mi error mayor fue quedarme en el Gobierno de Zapatero en la segunda legislatura. Creo que mi tiempo se había agotado", dijo Solbes en las entrevistas que concedió tras publicar su libro. El paralelismo con Nadia Calviño es evidente, tanto en la degeneración política de la nueva legislatura de Pedro Sánchez, como en su percepción de que permanecer en el Gobierno, en este Gobierno, hubiera sido un gran error.

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Pedro Sánchez ha roto la cuarta pared: lo que hay detrás de la ONU y la Agencia EFE Ángel Villarino

Se decía al principio que no se cuestiona la lealtad personal de Nadia Calviño hacia Pedro Sánchez, pero que, desde luego, su renuncia a seguir formando parte de su Gobierno es un claro síntoma de la degeneración política del presidente. Solo tendríamos que comparar el primer Gobierno de Pedro Sánchez, aquel que se llamó de las estrellas, con esta etapa de absoluta confusión institucional.

Cuando Sánchez llegó al poder, tras la moción de censura a Mariano Rajoy, quiso transmitir un mensaje a la sociedad que es diametralmente opuesto al actual. La primera intención fue la de atraer hasta el Ejecutivo a socialistas con prestigio político más allá de las siglas y a simpatizantes con un alto perfil profesional. Lo de ahora es justo lo contrario, estamos ante una maniobra de atrincheramiento sin disimulos. Parece como si lo que persiguiera Pedro Sánchez en cada nombramiento es demostrarle a todo el mundo su inmenso poder, capaz de hacer todo aquello a lo que nadie antes, ni ahora, se atrevería. La prudencia es un sentimiento mojigato para el soberbio, por eso hay tantas biografías de grandes personajes de la historia con finales desastrosos.

Como ha apuntado, a mi juicio acertadamente, mi compañero Ángel Villarino, hay que tener mucho cuidado con las analogías apocalípticas porque estamos muy lejos de ser Turquía, Venezuela o Hungría. Pero tampoco estamos ciegos y, aunque se empeñen en desacreditar lo que ven nuestros ojos y oyen nuestros oídos, sabemos que otros presidentes democráticos en el mundo, "una vez probada la miel del cesarismo, una vez comprobado que realmente no sucede nada, tienden a coger carrerilla", como decía Villarino. La dimisión de Nadia Calviño tiene ese sentido político, alejarse del avispero, de esa deriva.

Antes que Nadia Calviño, José Borrell también dejó el Gobierno para marcharse a un alto cargo europeo, pero esa salida no tuvo el sentido de dimisión que tiene esta. Lo hubiera sido si Borrell hubiera permanecido en el Gobierno a partir de 2020, cuando Pedro Sánchez pactó con Podemos, el primero de sus famosos cambios de opinión para poder seguir en la presidencia. En esta última oleada de pragmatismo descarnado del presidente, cuando el agua ha llegado hasta la amnistía de los delincuentes independentistas, Nadia Calviño se ha largado a toda prisa. Con un leve giro de muñeca, así como saludan los reyes, la verán decirle adiós a Pedro Sánchez y, sonriente, le guiñará un ojo a Yolanda Díaz.

No es ascenso, es una dimisión. Esa es la consideración política que debemos darle a la salida de Nadia Calviño del Gobierno porque se trata de la primera dimisión de un socialista en la era de Pedro Sánchez. Si tenemos en cuenta la personalidad política del presidente, tan cesarista como se encarga él mismo de demostrar en cada nombramiento, una dimisión como la de Nadia Calviño tiene el valor de una disidencia interna. No es que abra una grieta en el proyecto, ni en la fortaleza de Pedro Sánchez al frente del Gobierno y del Partido Socialista, pero sí denota la existencia de dudas y diferencias, incluso en el propio entorno del presidente. Y ese es el caso de Nadia Calviño. Lleva tiempo madurando su salida del Gobierno, quizá desde los primeros meses del año, cuando el presidente convocó elecciones anticipadas en mayo, tras la debacle del PSOE en las municipales y autonómicas.

En aquel momento, con la legislatura agotada, comenzaron a circular rumores sobre la incomodidad de Nadia Calviño en el Gobierno y su decisión de abandonar el Ejecutivo y no permanecer una nueva legislatura. Lo primero que hizo fue no aceptar que la incluyeran en las listas del PSOE. Nadie pone en duda la lealtad de Calviño con Pedro Sánchez, ni su implicación en el proyecto socialista, pero nada de eso le impedía estar preocupada con la deriva populista de la política española y la forma en la que afectaba a su prestigio profesional.

Esa era la incomodidad, por eso ha buscado irse, porque quiere alejarse de una legislatura como esta, dentro de un Gobierno sometido a mil vaivenes populistas, desde los más radicales de izquierda hasta los independentistas más obtusos. Un profesional de la política, como hay otros muchos en todo el arco parlamentario, tiene como objetivo la permanencia, pero, en el caso de una mujer como Nadia Calviño, su mayor preocupación era la de poder restablecer su vida profesional con la alta valoración técnica que se hacía de ella antes de llegar. En octubre pasado, cumplió 55 años y es una edad perfecta para cerrar esta etapa política, volver a la Unión Europea, donde ya desempeñó altas responsabilidades, y evitar el riesgo evidente de verse arrastrada por un Gobierno atado a un elenco de minorías corrosivas. De eso huye Nadia Calviño.

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El paralelismo de Solbes con Calviño es evidente, tanto en la degeneración política de la nueva legislatura, como el error de permanecer en ella

Solbes cumplió ese papel hasta que se prestó, bochornosamente, a la estrategia política de Zapatero de negar la crisis económica y financiera de 2007. Como se recordará, esa obstinación ciega llevó a España casi a la quiebra y al PSOE al hundimiento electoral. Pedro Solbes tardó años en reconocerlo. Lo hizo cuando publicó un libro de memorias (Recuerdos, editorial Deusto) y asumió su doble equivocación, con la previsión de la crisis y con la permanencia en el Gobierno. Solbes, por ejemplo, diferenciaba entre la primera legislatura de Zapatero, en la que pudo alcanzar varios acuerdos de política económica con el Partido Popular, y la segunda legislatura, en la que el presidente socialista giró hacia una estrategia de confrontación con la derecha y de aliento al nacionalismo catalán, con la polémica reforma del Estatuto de Autonomía de Cataluña.

"Mi error mayor fue quedarme en el Gobierno de Zapatero en la segunda legislatura. Creo que mi tiempo se había agotado", dijo Solbes en las entrevistas que concedió tras publicar su libro. El paralelismo con Nadia Calviño es evidente, tanto en la degeneración política de la nueva legislatura de Pedro Sánchez, como en su percepción de que permanecer en el Gobierno, en este Gobierno, hubiera sido un gran error.

Se decía al principio que no se cuestiona la lealtad personal de Nadia Calviño hacia Pedro Sánchez, pero que, desde luego, su renuncia a seguir formando parte de su Gobierno es un claro síntoma de la degeneración política del presidente. Solo tendríamos que comparar el primer Gobierno de Pedro Sánchez, aquel que se llamó de las estrellas, con esta etapa de absoluta confusión institucional.

Cuando Sánchez llegó al poder, tras la moción de censura a Mariano Rajoy, quiso transmitir un mensaje a la sociedad que es diametralmente opuesto al actual. La primera intención fue la de atraer hasta el Ejecutivo a socialistas con prestigio político más allá de las siglas y a simpatizantes con un alto perfil profesional. Lo de ahora es justo lo contrario, estamos ante una maniobra de atrincheramiento sin disimulos. Parece como si lo que persiguiera Pedro Sánchez en cada nombramiento es demostrarle a todo el mundo su inmenso poder, capaz de hacer todo aquello a lo que nadie antes, ni ahora, se atrevería. La prudencia es un sentimiento mojigato para el soberbio, por eso hay tantas biografías de grandes personajes de la historia con finales desastrosos.

Como ha apuntado, a mi juicio acertadamente, mi compañero Ángel Villarino, hay que tener mucho cuidado con las analogías apocalípticas porque estamos muy lejos de ser Turquía, Venezuela o Hungría. Pero tampoco estamos ciegos y, aunque se empeñen en desacreditar lo que ven nuestros ojos y oyen nuestros oídos, sabemos que otros presidentes democráticos en el mundo, "una vez probada la miel del cesarismo, una vez comprobado que realmente no sucede nada, tienden a coger carrerilla", como decía Villarino. La dimisión de Nadia Calviño tiene ese sentido político, alejarse del avispero, de esa deriva.

Antes que Nadia Calviño, José Borrell también dejó el Gobierno para marcharse a un alto cargo europeo, pero esa salida no tuvo el sentido de dimisión que tiene esta. Lo hubiera sido si Borrell hubiera permanecido en el Gobierno a partir de 2020, cuando Pedro Sánchez pactó con Podemos, el primero de sus famosos cambios de opinión para poder seguir en la presidencia. En esta última oleada de pragmatismo descarnado del presidente, cuando el agua ha llegado hasta la amnistía de los delincuentes independentistas, Nadia Calviño se ha largado a toda prisa. Con un leve giro de muñeca, así como saludan los reyes, la verán decirle adiós a Pedro Sánchez y, sonriente, le guiñará un ojo a Yolanda Díaz.

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La primera dimisión de la era Sánchez

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10.12.2023

No es ascenso, es una dimisión. Esa es la consideración política que debemos darle a la salida de Nadia Calviño del Gobierno porque se trata de la primera dimisión de un socialista en la era de Pedro Sánchez. Si tenemos en cuenta la personalidad política del presidente, tan cesarista como se encarga él mismo de demostrar en cada nombramiento, una dimisión como la de Nadia Calviño tiene el valor de una disidencia interna. No es que abra una grieta en el proyecto, ni en la fortaleza de Pedro Sánchez al frente del Gobierno y del Partido Socialista, pero sí denota la existencia de dudas y diferencias, incluso en el propio entorno del presidente. Y ese es el caso de Nadia Calviño. Lleva tiempo madurando su salida del Gobierno, quizá desde los primeros meses del año, cuando el presidente convocó elecciones anticipadas en mayo, tras la debacle del PSOE en las municipales y autonómicas.

En aquel momento, con la legislatura agotada, comenzaron a circular rumores sobre la incomodidad de Nadia Calviño en el Gobierno y su decisión de abandonar el Ejecutivo y no permanecer una nueva legislatura. Lo primero que hizo fue no aceptar que la incluyeran en las listas del PSOE. Nadie pone en duda la lealtad de Calviño con Pedro Sánchez, ni su implicación en el proyecto socialista, pero nada de eso le impedía estar preocupada con la deriva populista de la política española y la forma en la que afectaba a su prestigio profesional.

Esa era la incomodidad, por eso ha buscado irse, porque quiere alejarse de una legislatura como esta, dentro de un Gobierno sometido a mil vaivenes populistas, desde los más radicales de izquierda hasta los independentistas más obtusos. Un profesional de la política, como hay otros muchos en todo el arco parlamentario, tiene como objetivo la permanencia, pero, en el caso de una mujer como Nadia Calviño, su mayor preocupación era la de poder restablecer su vida profesional con la alta valoración técnica que se hacía de ella antes de llegar. En octubre pasado, cumplió 55 años y es una edad perfecta para cerrar esta etapa política, volver a la Unión Europea, donde ya desempeñó altas responsabilidades, y evitar el riesgo evidente de verse arrastrada por un Gobierno atado a un elenco de minorías corrosivas. De eso huye Nadia Calviño.

Hay un precedente en gobiernos socialistas que puede parecerse a la dimisión de Nadia Calviño, que fue la salida de Solbes del Gobierno de José Luis Rodríguez Zapatero. De hecho, Pedro Solbes, tristemente fallecido el pasado mes de marzo, jugó un papel en el Gobierno socialista muy parecido al de Nadia Calviño. A los dos se les veía, en medio de la refriega, como profesionales solventes, moderados, y voces autorizadas, no mediatizadas por la consigna política.

El paralelismo de Solbes con Calviño es evidente, tanto en la degeneración política de la nueva legislatura, como el error de permanecer en ella

Solbes cumplió ese papel hasta que se prestó, bochornosamente, a la estrategia política de Zapatero de negar la crisis económica y financiera de 2007. Como se recordará, esa obstinación ciega llevó a España casi a la quiebra y al PSOE al hundimiento electoral. Pedro Solbes tardó años en reconocerlo. Lo hizo cuando publicó un libro de memorias (Recuerdos, editorial Deusto) y asumió su doble equivocación, con la previsión de la crisis y........

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