A los comportamientos mafiosos de un Gobierno democrático, como el independentista que gobierna la Generalitat de Cataluña desde hace más de una década, se les llama inseguridad jurídica en el lenguaje de los negocios. La inseguridad jurídica que provoca quien está dispuesto a cambiar las leyes para atosigar y acorralar a las empresas que no se sumen a sus propósitos y para premiar a aquellas que se presten. La inseguridad jurídica de quien utiliza las normas para multar, señalar y acorralar a los comercios y pequeños empresarios que se resisten a que les impongan la exclusividad de una lengua.

La inseguridad jurídica del limbo internacional al que se les quiere conducir, sin reconocimiento diplomático de ni un solo país del mundo. El dinero es precavido, siempre busca refugio y lugares seguros, no tiene patria, como bien se sabe, y, además de todo eso, es un chulo que hace lo que le place, porque para eso tiene la clave de su caja fuerte. De modo que las empresas, la mayoría de las empresas, huyen escaldadas cuando un Gobierno democrático de comportamiento autoritario empieza a hacer locuras y sus dirigentes se muestran dispuestos a hundir el país que gobiernan. La independencia de Cataluña, declarada por el Parlamento en el otoño de 2017, es una operación política tan desquiciada, por absurda y lesiva para la propia Cataluña, que las empresas, por miles, grandes, pequeñas y medianas, todo el que pudo, cerraron sus oficinas, plegaron las persianas de sus negocios y se largaron a otra parte. A un lugar en el que los gobiernos se ofrecieran a solucionar sus problemas, en vez de permanecer en un lugar en el que cada mañana se asomaban a las noticias a ver qué nuevo disparate se les había ocurrido. No es posible que haya muchos más precedentes de un desastre así en una democracia europea, en tiempos de normalidad y de estabilidad.

Los empresarios son los únicos que fueron más rápidos en irse de Cataluña que Carles Puigdemont, el fatídico presidente catalán de aquel momento. Salvando las distancias, por supuesto, porque el muy lamentable president se fugó oculto en el maletero de un coche, huyendo de la Justicia, y los empresarios se marcharon buscando justicia, a plena luz del día, después de convocar sus consejos de administración y de que se hubieran ignorado todas sus advertencias.

En un solo día, aquel día de la declaración de independencia, se marcharon de Cataluña más de 200 empresas. Todas las compañías catalanas del Ibex 35, menos una, trasladaron su sede social fuera de aquella locura: Banco Sabadell, CaixaBank, Naturgy, Abertis, Cellnex y Colonial se fueron, y se quedó una farmacéutica, Grifols, que allí sigue aún, en Barcelona. Además de esas, otras muchas, de todos los sectores, desde Bimbo a Cervezas San Miguel, pasando por todas las grandes compañías de seguros. Hasta Radiotaxi Barcelona decidió trasladar su sede social a Madrid, lo cual ya es simbólico del hartazgo de todos ellos, además de la insoportable inseguridad de no saber qué puede pasar al finalizar cada día, qué otra locura legislativa o represión normativa se les podía ocurrir a los independentistas.

TE PUEDE INTERESAR

El Gobierno se opone a multar a las empresas que no vuelvan a Cataluña, pero negocia con Junts Marisol Hernández

La gran fuga de empresas se produjo, como decimos, en aquel octubre de 2017, pero desde varios años antes ya se estaba detectando ese exilio empresarial. Es fácilmente comprobable si repasamos, a sensu contrario, los desmentidos de los dirigentes independentistas en todo este tiempo. Lo haremos con algunas fechas concretas, para que no haya dudas. 22 de agosto de 2013: el Gobierno catalán niega que exista una "fuga de empresas" desde Cataluña hacia Madrid por el debate soberanista.

16 de junio de 2016: el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, ha salido en tromba contra las advertencias de una fuga de empresas y de inversiones extranjeras por el proceso independentista. “Es falso”, dijo. 1 de junio de 2023: la consellera de Economía de la Generalitat, Natàlia Mas, ha pedido a los empresarios que dejen de lado los discursos "apocalípticos" y ha negado que Cataluña haya sufrido una "fuga de empresas". Es decir, desde hace 10 años, están negando lo que ahora han acabado reconociendo, al exigir al Gobierno de Pedro Sánchez, al que saben prisionero de sus votos, que apruebe sanciones para las empresas que se fueron y que no quieran volver, y ayudas e incentivos para aquellas otras que reconsideren su decisión y se vuelvan a instalar en Cataluña. No se dan cuenta de que, además de la constatación tardía de que llevan más de 10 años engañando a la sociedad catalana, siguen utilizando el mismo lenguaje amenazante, patibulario, que provoca el hartazgo y las ganas de salir pitando de allí. Eso son comportamientos mafiosos, y el último que le ha puesto nombre al insufrible acoso independentista ha sido uno de ellos, el actor Juanjo Puigcorbé. Es muy interesante, y desalentador al mismo tiempo, el repaso político y vital de este hombre.

En los años decisivos del procés independentista, necesitados como estaban de adhesiones relevantes, Juanjo Puigcorbé se decidió por Esquerra Republicana y acabó presentándose en unas listas municipales, para concejal del Ayuntamiento de Barcelona. En aquel otoño de 2017, recuerdo haber hablado con él por teléfono para que le concediera una entrevista a El Confidencial y que me explicara el porqué de su radicalización. Lo rechazó con un argumento recurrente del independentismo, que se sigue repitiendo en la actualidad: “Si vivieras aquí, lo entenderías”. En la etapa del “España nos roba”, se añadía también la retahíla del “España no nos escucha, no nos atiende, no nos entiende”. Han pasado seis años y lo último que hemos sabido de Juanjo Puigcorbé es que ha abandonado Cataluña y que se ha instalado en Madrid para poder seguir viviendo. “En Madrid dice ahora siempre me han tratado bien y en Barcelona no es que me traten mal, es que no me tratan”.

Opinión TE PUEDE INTERESAR

Los catalanes que no sabían escuchar Javier Caraballo

Su idilio político con Esquerra Republicana se acabó pronto. Siendo responsable de Cultura de la Diputación de Barcelona, lo forzaron a la dimisión con un informe de denuncias anónimas de acoso laboral, según dijo. No pudo ni siquiera defenderse y, desde entonces, sencillamente ha dejado de existir para la oficialidad catalana. Muerte civil. Ahora, en su explicación de lo sucedido, como en una reciente entrevista en La Vanguardia, utiliza palabras y expresiones inequívocas: “terrorífico”, “jamás tuve oportunidad de defenderme”, “comportamiento mafioso”, “me buscaron la ruina”, “hubo una voluntad de destrucción de una persona; hubo voluntad de que lo pasara mal”. En fin… Que han pasado los años y dan ganas de recordarle aquello del "si vivieras aquí, lo entenderías", pero basta con esa constatación de que hasta Juanjo Puigcorbé ha tenido que marcharse de Cataluña asfixiado por el independentismo, para entender que los empresarios que se fueron no encuentren ningún aliciente para volver. Aunque los amenacen.

A los comportamientos mafiosos de un Gobierno democrático, como el independentista que gobierna la Generalitat de Cataluña desde hace más de una década, se les llama inseguridad jurídica en el lenguaje de los negocios. La inseguridad jurídica que provoca quien está dispuesto a cambiar las leyes para atosigar y acorralar a las empresas que no se sumen a sus propósitos y para premiar a aquellas que se presten. La inseguridad jurídica de quien utiliza las normas para multar, señalar y acorralar a los comercios y pequeños empresarios que se resisten a que les impongan la exclusividad de una lengua.

La inseguridad jurídica del limbo internacional al que se les quiere conducir, sin reconocimiento diplomático de ni un solo país del mundo. El dinero es precavido, siempre busca refugio y lugares seguros, no tiene patria, como bien se sabe, y, además de todo eso, es un chulo que hace lo que le place, porque para eso tiene la clave de su caja fuerte. De modo que las empresas, la mayoría de las empresas, huyen escaldadas cuando un Gobierno democrático de comportamiento autoritario empieza a hacer locuras y sus dirigentes se muestran dispuestos a hundir el país que gobiernan. La independencia de Cataluña, declarada por el Parlamento en el otoño de 2017, es una operación política tan desquiciada, por absurda y lesiva para la propia Cataluña, que las empresas, por miles, grandes, pequeñas y medianas, todo el que pudo, cerraron sus oficinas, plegaron las persianas de sus negocios y se largaron a otra parte. A un lugar en el que los gobiernos se ofrecieran a solucionar sus problemas, en vez de permanecer en un lugar en el que cada mañana se asomaban a las noticias a ver qué nuevo disparate se les había ocurrido. No es posible que haya muchos más precedentes de un desastre así en una democracia europea, en tiempos de normalidad y de estabilidad.

Los empresarios son los únicos que fueron más rápidos en irse de Cataluña que Carles Puigdemont, el fatídico presidente catalán de aquel momento. Salvando las distancias, por supuesto, porque el muy lamentable president se fugó oculto en el maletero de un coche, huyendo de la Justicia, y los empresarios se marcharon buscando justicia, a plena luz del día, después de convocar sus consejos de administración y de que se hubieran ignorado todas sus advertencias.

En un solo día, aquel día de la declaración de independencia, se marcharon de Cataluña más de 200 empresas. Todas las compañías catalanas del Ibex 35, menos una, trasladaron su sede social fuera de aquella locura: Banco Sabadell, CaixaBank, Naturgy, Abertis, Cellnex y Colonial se fueron, y se quedó una farmacéutica, Grifols, que allí sigue aún, en Barcelona. Además de esas, otras muchas, de todos los sectores, desde Bimbo a Cervezas San Miguel, pasando por todas las grandes compañías de seguros. Hasta Radiotaxi Barcelona decidió trasladar su sede social a Madrid, lo cual ya es simbólico del hartazgo de todos ellos, además de la insoportable inseguridad de no saber qué puede pasar al finalizar cada día, qué otra locura legislativa o represión normativa se les podía ocurrir a los independentistas.

La gran fuga de empresas se produjo, como decimos, en aquel octubre de 2017, pero desde varios años antes ya se estaba detectando ese exilio empresarial. Es fácilmente comprobable si repasamos, a sensu contrario, los desmentidos de los dirigentes independentistas en todo este tiempo. Lo haremos con algunas fechas concretas, para que no haya dudas. 22 de agosto de 2013: el Gobierno catalán niega que exista una "fuga de empresas" desde Cataluña hacia Madrid por el debate soberanista.

16 de junio de 2016: el presidente de la Generalitat, Carles Puigdemont, ha salido en tromba contra las advertencias de una fuga de empresas y de inversiones extranjeras por el proceso independentista. “Es falso”, dijo. 1 de junio de 2023: la consellera de Economía de la Generalitat, Natàlia Mas, ha pedido a los empresarios que dejen de lado los discursos "apocalípticos" y ha negado que Cataluña haya sufrido una "fuga de empresas". Es decir, desde hace 10 años, están negando lo que ahora han acabado reconociendo, al exigir al Gobierno de Pedro Sánchez, al que saben prisionero de sus votos, que apruebe sanciones para las empresas que se fueron y que no quieran volver, y ayudas e incentivos para aquellas otras que reconsideren su decisión y se vuelvan a instalar en Cataluña. No se dan cuenta de que, además de la constatación tardía de que llevan más de 10 años engañando a la sociedad catalana, siguen utilizando el mismo lenguaje amenazante, patibulario, que provoca el hartazgo y las ganas de salir pitando de allí. Eso son comportamientos mafiosos, y el último que le ha puesto nombre al insufrible acoso independentista ha sido uno de ellos, el actor Juanjo Puigcorbé. Es muy interesante, y desalentador al mismo tiempo, el repaso político y vital de este hombre.

En los años decisivos del procés independentista, necesitados como estaban de adhesiones relevantes, Juanjo Puigcorbé se decidió por Esquerra Republicana y acabó presentándose en unas listas municipales, para concejal del Ayuntamiento de Barcelona. En aquel otoño de 2017, recuerdo haber hablado con él por teléfono para que le concediera una entrevista a El Confidencial y que me explicara el porqué de su radicalización. Lo rechazó con un argumento recurrente del independentismo, que se sigue repitiendo en la actualidad: “Si vivieras aquí, lo entenderías”. En la etapa del “España nos roba”, se añadía también la retahíla del “España no nos escucha, no nos atiende, no nos entiende”. Han pasado seis años y lo último que hemos sabido de Juanjo Puigcorbé es que ha abandonado Cataluña y que se ha instalado en Madrid para poder seguir viviendo. “En Madrid dice ahora siempre me han tratado bien y en Barcelona no es que me traten mal, es que no me tratan”.

Su idilio político con Esquerra Republicana se acabó pronto. Siendo responsable de Cultura de la Diputación de Barcelona, lo forzaron a la dimisión con un informe de denuncias anónimas de acoso laboral, según dijo. No pudo ni siquiera defenderse y, desde entonces, sencillamente ha dejado de existir para la oficialidad catalana. Muerte civil. Ahora, en su explicación de lo sucedido, como en una reciente entrevista en La Vanguardia, utiliza palabras y expresiones inequívocas: “terrorífico”, “jamás tuve oportunidad de defenderme”, “comportamiento mafioso”, “me buscaron la ruina”, “hubo una voluntad de destrucción de una persona; hubo voluntad de que lo pasara mal”. En fin… Que han pasado los años y dan ganas de recordarle aquello del "si vivieras aquí, lo entenderías", pero basta con esa constatación de que hasta Juanjo Puigcorbé ha tenido que marcharse de Cataluña asfixiado por el independentismo, para entender que los empresarios que se fueron no encuentren ningún aliciente para volver. Aunque los amenacen.

QOSHE - Las empresas y la mafia catalana - Javier Caraballo
menu_open
Columnists Actual . Favourites . Archive
We use cookies to provide some features and experiences in QOSHE

More information  .  Close
Aa Aa Aa
- A +

Las empresas y la mafia catalana

3 1
11.01.2024

A los comportamientos mafiosos de un Gobierno democrático, como el independentista que gobierna la Generalitat de Cataluña desde hace más de una década, se les llama inseguridad jurídica en el lenguaje de los negocios. La inseguridad jurídica que provoca quien está dispuesto a cambiar las leyes para atosigar y acorralar a las empresas que no se sumen a sus propósitos y para premiar a aquellas que se presten. La inseguridad jurídica de quien utiliza las normas para multar, señalar y acorralar a los comercios y pequeños empresarios que se resisten a que les impongan la exclusividad de una lengua.

La inseguridad jurídica del limbo internacional al que se les quiere conducir, sin reconocimiento diplomático de ni un solo país del mundo. El dinero es precavido, siempre busca refugio y lugares seguros, no tiene patria, como bien se sabe, y, además de todo eso, es un chulo que hace lo que le place, porque para eso tiene la clave de su caja fuerte. De modo que las empresas, la mayoría de las empresas, huyen escaldadas cuando un Gobierno democrático de comportamiento autoritario empieza a hacer locuras y sus dirigentes se muestran dispuestos a hundir el país que gobiernan. La independencia de Cataluña, declarada por el Parlamento en el otoño de 2017, es una operación política tan desquiciada, por absurda y lesiva para la propia Cataluña, que las empresas, por miles, grandes, pequeñas y medianas, todo el que pudo, cerraron sus oficinas, plegaron las persianas de sus negocios y se largaron a otra parte. A un lugar en el que los gobiernos se ofrecieran a solucionar sus problemas, en vez de permanecer en un lugar en el que cada mañana se asomaban a las noticias a ver qué nuevo disparate se les había ocurrido. No es posible que haya muchos más precedentes de un desastre así en una democracia europea, en tiempos de normalidad y de estabilidad.

Los empresarios son los únicos que fueron más rápidos en irse de Cataluña que Carles Puigdemont, el fatídico presidente catalán de aquel momento. Salvando las distancias, por supuesto, porque el muy lamentable president se fugó oculto en el maletero de un coche, huyendo de la Justicia, y los empresarios se marcharon buscando justicia, a plena luz del día, después de convocar sus consejos de administración y de que se hubieran ignorado todas sus advertencias.

En un solo día, aquel día de la declaración de independencia, se marcharon de Cataluña más de 200 empresas. Todas las compañías catalanas del Ibex 35, menos una, trasladaron su sede social fuera de aquella locura: Banco Sabadell, CaixaBank, Naturgy, Abertis, Cellnex y Colonial se fueron, y se quedó una farmacéutica, Grifols, que allí sigue aún, en Barcelona. Además de esas, otras muchas, de todos los sectores, desde Bimbo a Cervezas San Miguel, pasando por todas las grandes compañías de seguros. Hasta Radiotaxi Barcelona decidió trasladar su sede social a Madrid, lo cual ya es simbólico del hartazgo de todos ellos, además de la insoportable inseguridad de no saber qué puede pasar al finalizar cada día, qué otra locura legislativa o represión normativa se les podía ocurrir a los independentistas.

TE PUEDE INTERESAR

El Gobierno se opone a multar a las empresas que no vuelvan a Cataluña, pero negocia con Junts Marisol Hernández

La gran fuga de empresas se produjo, como decimos, en aquel octubre de 2017, pero desde varios años antes ya se estaba detectando ese exilio empresarial. Es fácilmente comprobable si repasamos, a sensu contrario, los desmentidos de los........

© El Confidencial


Get it on Google Play