El Partido Popular ha arrasado en Galicia, pero la debilidad de la dirección nacional sigue siendo exactamente la misma que en la última semana de campaña hizo sudar frío a todos los de ese partido. La duda, el temblor de entonces, sigue replicándose como un eco que cuestiona la capacidad de liderazgo de Alberto Núñez Feijóo. De nuevo, en la campaña electoral de las elecciones gallegas, ha vuelto a suceder lo mismo que en las elecciones generales de julio del pasado año. En medio de un ambiente apacible de partido vencedor, con la corriente social propicia soplando a su favor, el Partido Popular comienza a tambalearse, a dar muestras de inseguridad, de debilidad extrema, por la acción de sus propios dirigentes. Dos veces ha ocurrido lo mismo y ha sido precisamente el presidente nacional, precisamente él, quien ha hecho trastabillar la estrategia del Partido Popular en esos días clave.

Ni un solo experto en campañas electorales, ni siquiera un mero observador de la política, ha sido capaz de entender cómo el líder de los populares cometía errores flagrantes, inexplicables, absurdos, propios de amateurs; nada visto en la política profesional española que han practicado los dos grandes partidos, el PSOE y el PP. Por momentos, era como ver al candidato a la Xunta, Alfonso Rueda, sufriendo en lo alto de la escalera porque era Feijóo el que la movía desde el suelo. Varios han sido los factores que han influido en el magnífico resultado del Partido Popular en Galicia, pero, desde luego, ninguno de ellos podría achacársele a la aportación en la campaña del presidente nacional del PP. Lo mejor que podría decirse, en todo caso, es que los gallegos han votado sin tener en cuenta el empeño de Feijóo por torcer la estrategia electoral del partido que siempre —siempre— ha ganado las elecciones en esta comunidad. La derecha gana en Galicia desde las primeras elecciones autonómicas, en 1981, cuando Ana Pontón, la líder del BNG, tenía cuatro añitos, que ya es decir…

Ya sabemos que la política española, y también la prensa más volátil o atrincherada, es muy dada a las valoraciones de montaña rusa, que un día ensalzan a un líder, lo alaban para colocarlo en todo lo alto y, al siguiente, bajan el pulgar, lo desprecian y lo arrojan por una pendiente. Pues ni una cosa ni la otra. Alberto Núñez Feijóo es uno de los políticos españoles más experimentados, además de uno de los mejores oradores que ha tenido la derecha, y, por esa razón, su sola presencia consiguió que el Partido Popular se asentara en toda España tras la etapa de Pablo Casado, que pudo acabar en el desmembramiento del partido.

Y no son palabras al azar: si el PP no se rompió en pedazos con Pablo Casado fue porque, en un par de días, se le forzó a la dimisión y se hizo cargo de la dirección nacional el hasta entonces presidente de la Xunta de Galicia. Los buenos resultados conseguidos desde entonces (febrero de 2022) tienen que ver, indiscutiblemente, con la estabilidad que aportó al partido la sola llegada de Feijóo. Eso es, precisamente, lo que hace más incomprensible todavía la extraordinaria impericia que ha demostrado Feijóo como presidente del PP en dos parcelas fundamentales: la elección de un núcleo duro de dirigentes homogéneo y solvente y la planificación profesional y efectiva de las campañas electorales. Por las deficiencias y carencias que presenta la organización interna del Partido Popular, se tiene la impresión en muchos momentos de que este partido carece de diseño, de táctica, de pensamiento, en su acción política. No hay materia gris en esas alturas, o eso parece.

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Como se ha apuntado aquí alguna vez, la estrategia política del Partido Popular se limita a dejarse llevar por la corriente favorable que propician las barbaridades que comete el presidente Pedro Sánchez, en su obstinada pretensión de retener el Gobierno a cualquier precio, en todos los aspectos, y con los aliados más inflamables. Es una política de corta y pega, que se conforma con el resumen diario de prensa y la búsqueda de titulares. Pero nada más. Los dirigentes del PP deben pensar que cumplen con su obligación con el tráfico diario de ruedas de prensa y comparecencias, pero nunca logran llevar la iniciativa ni marcarle la agenda política al Gobierno, que es algo fundamental en política. De hecho, sucede lo contrario: en el afán por buscar el protagonismo de los titulares, de forma periódica uno de los portavoces acaba desbarrando hasta hacer sonrojar a sus propios compañeros, que buscan rápido un rincón para esconderse.

La sensación externa, que puede estar equivocada, obviamente, es que no existe un cuerpo propositivo e ideológico, analizado y estudiado, para dar contestación a los grandes temas de la actualidad. Pasemos por alto el disparatado affaire de la amnistía protagonizado por Feijóo, aunque surge de esa carencia de pensamiento y solidez interna, y detengámonos en dos detalles menores en los que, igualmente, se desvelan las carencias internas. Los dos mayores fracasos del Gobierno de Pedro Sánchez en lo que llevamos de legislatura se han producido a raíz de sentencias judiciales que, en ninguno de los dos casos, tienen en su origen la iniciativa del Partido Popular.

La última de esas sentencias, que acabamos de conocer, desmonta la forma de gobernar del presidente Pedro Sánchez, alejado de los más elementales principios democráticos. Se trata de la anulación por parte del Tribunal Supremo de la transferencia a la Comunidad Foral de Navarra de las competencias de Tráfico, que actualmente ejerce la Guardia Civil. Lo que deja claro el Tribunal Supremo es que una medida así, que afecta a leyes orgánicas, no se puede ordenar por decreto ley, como hizo el Gobierno para eludir los dictámenes de los órganos consultivos y reducir a la mínima expresión el debate parlamentario. Esa es la práctica habitual, de apisonadora, del Gobierno de Pedro Sánchez, pero ha sido una asociación de guardias civiles, Jucil, la que planteó la denuncia y la ha ganado en los tribunales.

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Liderazgo de Feijóo, segundo apercibimiento

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20.02.2024

El Partido Popular ha arrasado en Galicia, pero la debilidad de la dirección nacional sigue siendo exactamente la misma que en la última semana de campaña hizo sudar frío a todos los de ese partido. La duda, el temblor de entonces, sigue replicándose como un eco que cuestiona la capacidad de liderazgo de Alberto Núñez Feijóo. De nuevo, en la campaña electoral de las elecciones gallegas, ha vuelto a suceder lo mismo que en las elecciones generales de julio del pasado año. En medio de un ambiente apacible de partido vencedor, con la corriente social propicia soplando a su favor, el Partido Popular comienza a tambalearse, a dar muestras de inseguridad, de debilidad extrema, por la acción de sus propios dirigentes. Dos veces ha ocurrido lo mismo y ha sido precisamente el presidente nacional, precisamente él, quien ha hecho trastabillar la estrategia del Partido Popular en esos días clave.

Ni un solo experto en campañas electorales, ni siquiera un mero observador de la política, ha sido capaz de entender cómo el líder de los populares cometía errores flagrantes, inexplicables, absurdos, propios de amateurs; nada visto en la política profesional española que han practicado los dos grandes partidos, el PSOE y el PP. Por momentos, era como ver al candidato a la Xunta, Alfonso Rueda, sufriendo en lo alto de la escalera porque era Feijóo el que la movía desde el suelo. Varios han sido los factores que han influido en el magnífico resultado del Partido Popular en Galicia, pero, desde luego, ninguno de ellos podría achacársele a la aportación en la campaña del presidente nacional del PP. Lo mejor que podría decirse, en todo caso, es que los gallegos han votado sin tener en cuenta el empeño de Feijóo por torcer la estrategia electoral del partido que siempre —siempre— ha ganado las elecciones en esta comunidad. La derecha gana en Galicia desde las primeras elecciones autonómicas, en 1981, cuando Ana Pontón, la líder del BNG, tenía cuatro añitos, que ya es decir…

Ya sabemos que la política española, y también la prensa más volátil o atrincherada, es muy dada a las valoraciones de montaña rusa, que un día ensalzan a un líder, lo alaban para colocarlo en todo lo alto y, al siguiente, bajan el pulgar, lo desprecian y lo arrojan por una pendiente. Pues ni una cosa ni la otra. Alberto Núñez Feijóo es uno de los políticos españoles más experimentados, además de uno de los mejores oradores que ha tenido la derecha, y, por esa razón, su sola presencia consiguió que el Partido Popular se asentara en toda España tras la etapa de Pablo Casado, que pudo acabar en el desmembramiento del partido.

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